Papel Literario

Argenis Martínez, un sabio del periodismo y de la amistad

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Por RAMÓN HERNÁNDEZ 

Argenis Rafael Martínez Mota es Argenis Martínez, el periodista que se encargó de los editoriales y de la página de opinión de El Nacional desde finales de la década de los noventa, cuando el diario que implantó la mancheta como su manera de fijar opinión ante la situación nacional consideró que los tiempos necesitaban más reflexión. Ha sido una tarea admirablemente bien hecha. Un oficio de vida. Una pluma de categoría. Argenis murió este martes 14 de junio y hay dolor profundo entre quienes lo conocieron y aprendieron con él.

Graduado en la Escuela de Periodismo de la Universidad Central de Venezuela, con estudios de posgrado en Italia, hizo del periodismo su centro existencial y de ciudadanía, de compromiso con las mejores ideas y las propuestas más justas, con las equivocaciones y tropiezos de rigor, sin miedos.

Se inició en la escritura mucho antes de los pasquines que abundaban en los pasillos de la escuela en la época de la Renovación Académica, en los que disparaba certeros dardos contra todos los que pretendían una enseñanza sometida a la memorización de anécdotas y a cifras circunstanciales, mientras que obstruían la formación de un periodista crítico, cuestionador y apegado a la búsqueda de la verdad. Contaba que estudiando bachillerato escribía discursos a políticos, presidentes de junta de condominio, concejales y hasta a un torero le puso a decir oraciones con sujeto y predicado. Y remataba, que los periodistas no eran mecanógrafos de declaraciones sino buscadores de la verdad.

En los años setenta, Argenis integró en la revista Vea y Lea con otros inquietos periodistas lo que se llamó “el equipo de las grandes verdades”, que, como ocurre siempre, se fraccionó en dos toletes. Uno se dedicó a la invención de ese cipotazo editorial que fue Reventón, con cierres, cárceles y exilio; y el otro constituyó un emblema radical que se denominó Punto Negro, con similares resultados: cierres, cárceles y exilios.

Apagados los miedos a la libertad, el país se hizo más sensato y más apegado a la cultura. Argenis Martínez levó velas con Pablo Antillano en esa aventura que fue el semanario Buen Vivir y que llevaron al buen puerto de la revista Escena, sin duda la publicación más importante sobre la actividad teatral que se ha publicado en Venezuela. Argenis, con su particular paciencia y bien administrado “mal humor”, también fue el jefe de prensa del Festival Internacional de Teatro de Caracas en varias oportunidades. Sabía darles exclusivas a todos los medios.

En 1981 entró en El Nacional y solo la muerte logró romper ese vínculo definitivo. Empezó como editor precisamente cuando el diario incorporaba las primeras computadoras a las labores editoriales, con los sindicatos en contra y con el Colegio de Periodistas negándose al progreso. Casi de inmediato pasó a reportear, a dirigir secciones, a ser jefe y a compartir con Oscar Guaramato y Miguel Otero Silva buenas tenidas llenas de humor y literatura, pero también de política, de economía y de las maledicencias que corrían de boca en boca.

Argenis Martínez era ajeno al relumbrón, pero siempre fueron pocos sus esfuerzos por pasar inadvertido. En su caso, siempre puso el cargo a brillar, nunca él con el cargo. Su nombre no aparecía como jefe de redacción, pero todos sabían que detrás de ese periodismo investigador, riguroso y responsable, estaba un periodista de gran calado que no buscaba figuración sino hacer el mejor periodismo: bien investigado, bien estructurado, bien redactado, exactamente titulado y mejor presentado. Despreciaba las patrullas con las sirenas y luces encendidas en medio de la oscuridad.

Idos Oscar Guaramato y Miguel Otero Silva, su interlocutor fue Simón Alberto Consalvi. Uno y otro eran muy afanados a la información internacional. Escucharlos era darle la vuelta al mundo en acontecimientos, colisiones geoestratégicas y sorpresas a punto de destaparse.

Pero no hay rigor sin humor, y la capacidad de joder de Argenis era infinita e interminable –una palabra sería insuficiente y dos dejan la impresión de que falta algo–. Solo a Argenis se le podía ocurrir presentarse en la redacción un 30 de diciembre, a altas horas de noche, para escribir una lista de peticiones de Año Nuevo para cada uno de los integrantes de la redacción, sin miramientos de niveles. Secretarias, mensajeros o gerentes generales. Ahí estaba el mecate de oro para el adulador, la calculadora para el ejecutivo con problemas numéricos y el colorete para fulana.

El mordaz humor del pasquín Trompetilla de los pasillos universitarios aparecía en un ejemplar único en el sitio más transitado de la Redacción de El Nacional.

Al conocerse la noticia de su muerte, sus amigos y colegas se expresaron en las redes sociales. Por ejemplo: “Lamento mucho la partida de Argenis. Un gran periodista y un hombre excepcional. Amigo generoso y con un sentido del humor que a cualquiera sacaba de un mal día. Todas las redacciones necesitan gente como él”.

Muy generoso y mejor amigo, compartía libros, complicidades y almuerzos, también los intríngulis de los acontecimientos más extraños y más aparentemente desmenuzados. Conocía a personajes con un amplio historial como “el Cumanés”, folklóricos como “el Rey del Joropo”, pero también de la contextura moral de predicados como Julio Escalona. Era amigo de todos, y no tenía resquemor en hablar con recogelatas ni compartir una sonrisa o una de sus salidas.

Como directivo de la C. A. Editora El Nacional, a Argenis no le tocó esconderse como en las primeras escaramuzas periodísticas, sino que lo sometieron a un régimen de presentación totalmente inhumano y le prohibieron la salida del país y de Caracas. Un juicio civil, por supuesta difamación, devino en un amañado juicio penal y en la apropiación del diario de más prestigio en América Latina. Argenis lo tomó como otro tropezón periodístico y sus editoriales siguieron siendo valientes y rigurosamente bien escritos. El periodismo que caracterizó a El Nacional. Se resintió su salud, pero nunca su capacidad de hacer periodismo de grandes verdades.

Descansa, Argenis, tuya es la paz.