“La franqueza de los poemas de Rafael detona la emergencia de historias, imágenes fotográficas y fílmicas, sensaciones, sabores, aromas, sonidos, memorias que fueron nutriendo el proceso creativo abordado desde la dramaturgia del movimiento”
Por MIGUEL ISSA
Desde que el poemario Árbol que crece torcido llegó a mis manos, ha sido motivo de inspiración para mí. Cada poema me provoca alguna evocación, principalmente de mi infancia. Tal vez porque también me sentí por mucho tiempo, de niño, un árbol torcido. Por mis miedos, por mi fragilidad, por la necesidad de protección; por descubrir en mí, luego de muchos años, a un mocoso observador que, en vez de estar jugando con sus amiguitos, prefería ver cómo decoraban una torta o cómo bailaba una pareja de vecinos, un 31 de diciembre, la canción “Juanita bonita” de la Billo’s Caracas Boys, u observar, pasada las 12 de la noche, a mi mamá y a una vecina, ambas enviudadas ese mismo año, abrazarse y sentir en ese abrazo la complicidad de un mismo sentimiento de dolor y de tristeza. En sus páginas reconozco a ese niño que veía llorar en silencio a una vecina recién separada de su esposo, medio “paloteada”, y contemplaba cómo caían sus lágrimas, mientras escuchaba la famosa canción de la época “Jamás te olvidaré “, interpretada por el cantante puertorriqueño Chucho Avellanet.
Revivo mis recuerdos de las visitas con mi papá a la ya decadente Fábrica de Cartón de mis tíos abuelos en el extinto callejón de Camino Nuevo en el centro de Caracas. Recuerdo el olor a cartón o el hecho de ver con fantasiosa curiosidad cómo llegaban las bolsas con “sorpresas de muchos colores” que llevaba un señor a la fábrica. O el hecho de comer pan de leche comprado en la esquina de Solís, como parte del recorrido que hacíamos para llegar a la fábrica. Visita que culminaba con el sonido de la diana mientras arreaban la bandera a las seis de la tarde en el Palacio de Miraflores.
Árbol que crece torcido sigue detonando en mí esos recuerdos que forman parte de la memoria sentimental de mi infancia.
Sin darme cuenta, al leerlo, fui construyendo un banco de imágenes que luego me servirían para mis propios procesos creativos.
Cuando el director de la Compañía de Teatro “Escena de Caracas”, Beto Benítez, me propuso realizar un espectáculo con esta recién creada agrupación en el año 1996, lo primero que se me vino a la mente fue trabajar con puros actores y me conecté con la idea, que se venía gestando desde hacía tiempo, de crear un espectáculo meramente masculino. Me vino la imagen de la fábrica de cartón de mis tíos en Camino Nuevo, y por supuesto los poemas de Rafael. Los cuales ya venía trabajando en algunos laboratorios creativos en mis clases de Expresión Corporal para actores.
Una de las particularidades de este poemario es que sus textos no tienen signos de puntuación (o al menos así resuenan en mi memoria), su ritmo sintáctico y su musicalidad van más por el camino del fraseo y de la distribución espacial de las palabras. Es un festín melódico que activa la memoria musical. Y yo, desde esa pasión y esa conexión, empecé a trabajar con los actores.
Los ensayos tuvieron lugar en un viejo edificio art decó, la Biblioteca Metropolitana de Caracas “Simón Rodríguez”, ubicada en la esquina de El Conde, en el centro de la ciudad, ambiente que nutrió todo el proceso de creación por más de seis meses, con un equipo conformado por cuatro actores.
Estrenamos en el Festival de Teatro de Oriente en Puerto La Cruz. La primera función fue un fracaso total. El público se salió de la sala. Fue una experiencia emocionalmente dura. Pero en la segunda función el público salió llorando y conmovido. Es decir, algo pasaba con esta obra.
Luego de su estreno en aquel Festival, iniciamos temporada en la sala del GA 80 en Parque Central. Esta vez el suceso fue total: conmoción, euforia, curiosidad. La compañía Escena de Caracas inicia su recorrido con Árbol que crece torcido. Tal vez la obra que más se ha representado de mi repertorio como creador. La catalogaron de postmodernista, de expresionista, incluso alguien escribió que “no sabía si la obra era muy buena o muy mala.”
Al retomar los poemas a propósito de este aniversario, la sensación es la misma. Con solo mirar una línea, o una palabra se activa mi memoria y toman color mis recuerdos. Así es la poesía de Rafael. Un permanente activador de recuerdos.
La franqueza de los poemas de Rafael detona la emergencia de historias, imágenes fotográficas y fílmicas, sensaciones, sabores, aromas, sonidos, memorias que fueron nutriendo el proceso creativo abordado desde la dramaturgia del movimiento.
Cada poema es un recorrido cinematográfico. Desde los tíos en el cine Rialto hasta las lágrimas sobre el cuaderno de poemas de su mamá. Desde las tías solidarias, las amigas cómplices, hasta el niño indefenso que no sabe cómo matar una rata. Cada línea es una imagen y cada imagen se materializó con el cuerpo.
La grandeza de Árbol que crece torcido está en su sencillez, en su transparencia, en su libertad de escritura. Pero sobre todo en la honestidad de decir y de decir lo que dice en una época llena, todavía, de muchos prejuicios.
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