Presentada por Arts Connection, Miami, el próximo 23 de noviembre se inaugura NatuUrban, una sinfonía subnatural de Miami, de Muu Blanco, artista multidisciplinario que ha incorporado la música a su trabajo con el dibujo, el collage, la pintura, la fotografía, la instalación, el arte sonoro y el video mapping. Curada por Gerardo Zavarce, la exposición permanecerá abierta hasta el 15 de enero
Por GERARDO ZAVARCE
El proyecto NatuUrban de Muu Blanco (Caracas, Venezuela, 1966) nos invita a reconsiderar nuestra percepción del paisaje y del entorno donde coexistimos. A través de una exploración sonora, Blanco desafía las nociones convencionales de lo que significa vivir en el cruce de lo urbano y lo natural, y esta confluencia le sirve también como una metáfora de la experiencia migratoria.
En lugar de representar visualmente el entorno, NatuUrban se enfoca en la percepción del sonido como experiencia del territorio. No solo transitamos el espacio físico, sino que nos movemos a través de espacios sonoros que envuelven y transforman la experiencia de la realidad que nos contiene. Se trata de un lenguaje sonoro que emerge en la vivencia de lo audible. Este proyecto destaca, además, que la migración no es solo un desplazamiento físico, sino también un tránsito auditivo, donde las identidades y las diferencias se redefinen constantemente.
Ier Movimiento (Andante)
NatuUrban propone una sinfonía que conjuga diferentes tiempos y lugares, no desde lo visual, sino desde lo que escuchamos. Los paisajes que Blanco presenta no son visibles, no representan, evocan; son el revés del paisaje desde lo sonoro, un contrapaisaje que se manifiesta en los sonidos que emergen y nos rodean. En este sentido, el ser humano es un viajero que transita nuevos senderos, la migración se convierte en un acto inmersivo donde cada paso es un nuevo desafío, una nueva distancia por recorrer.
El paisaje no se percibe con los ojos, se escucha. La naturaleza, entonces, no es un espectáculo para ser admirado, contemplado desde la distancia, sino un espacio para ser habitado, penetrado. Un espacio vital, afectivo. En este transitar, que es descubrir y descubrirse, los ecos y la nostalgia de aquello que ha sido, se entrelazan con las posibilidades de lo que está por venir, lo que está en proceso de construcción desde lo contingente, lo que pretende echar raíces, para construir lazos de comunidad, aquello que será: lo imaginado.
Pascal Quignard, en un comentario que resuena profundamente con la obra de Blanco, afirma: “No hay paisaje sonoro porque el paisaje supone distancia ante lo visible. No hay apartamiento ante lo sonoro. Lo sonoro es el territorio que no se contempla”; podemos añadir: se vive. Esta perspectiva sugiere que el sonido, a diferencia de lo visual, nos envuelve e incluye en su realidad de manera agónica y contingente; no podemos mantenernos fuera del espacio envolvente y penetrable de la sonoridad. Estamos instalados en los sonidos que emergen del silencio.
A través de esta idea, NatuUrban toma forma, convirtiendo al oyente en un viajero dentro de una ciudad que no es la propia, sino una ciudad apropiada. El oyente es un viajero que se deja llevar por los sonidos cotidianos que, de alguna manera, trascienden la fricción entre lo urbano y lo natural.
Los pasos del oyente se sumergen en los sonidos, en los murmullos de lo que la urbe asfixia y la naturaleza resucita, pero también el rumor de lo que la naturaleza oculta y la urbe interpreta como voces. Melodías surgentes, como describe Quignard: “Las melodías que surgen inopinadamente cuando caminamos, que surgen de súbito según el ritmo de la marcha”. Pasos que se registran, antes de la estampida del ciervo, como ritmos: lento, muy lento, lentísimo, casi inmóvil, como un abrir y cerrar de ojos.
El proyecto de Muu Blanco revela que lo perceptible en el tránsito se construye a partir de una resonancia, una amalgama de sonidos que conectan tensiones: una sinfonía cuya estructura son movimientos sonoros y gestualidad corporal: experiencia del lugar, lo que deviene.
Muu Blanco propone una poética, pero también elabora una praxis, un ejercicio ético, captar y describir el despliegue de las sonoridades en emergencia, que se expanden para ocupar el silencio, que se entregan a las posibilidades de lo diverso, lo extraño y lo diferente, lo alterado. La gravidez de las proposiciones sonoras radica en su persistencia y pertinencia, en sus estrategias para implicarse en los accidentes del proceso, la topografía hostil que implica explorar los espacios próximos, los itinerarios y emociones cotidianas, la mirada cercana a la experiencia de aquello que está siendo, en su tránsito, en su estar siendo en el mundo.
IIdo Movimiento (Allegro)
En NatuUrban, la ciudad de Miami no es presentada de manera convencional, sino como una resonancia, un lugar que se experimenta a través de los sonidos. El tráfico, las voces humanas, el viento entre los edificios y el canto de las aves se fusionan para crear una urdimbre sonora que evidencia formas polifónicas y dialógicas que sirven para comprender las dinámicas urbanas, los modos sensibles, relacionales, novedosos; los modos históricos y sociales; los modos sagrados, aquellos que se preguntan por la existencia de Dios y el cosmos, los rituales: sonidos que confluyen en los bordes; también en lo que une los cielos y lo terrestre, el relámpago que antecede al trueno.
Estas tensiones no buscan reconciliarse, no hay una solución armoniosa entre las fuerzas que tejen lo urbano en su dimensión de lugar. El sonido no nos permite alejarnos de las realidades, sino sumergirnos en las tensiones de la experiencia. Esta afirmación resalta la inevitabilidad del sonido, que se impone sobre nosotros sin que tengamos la capacidad de distanciarnos de él; lo sonoro nos envuelve, nos constituye.
El cuerpo en movimiento se convierte así en un cuerpo coreográfico, un cuerpo que interpreta, que responde y se constituye dentro de los compases que el territorio anuncia: el cuerpo baila, habla. Habitar el paisaje es participar en una danza dentro de sus márgenes, desplazarnos, crear rituales y comunidad: participar.
Muu Blanco, al entrelazar sonidos, revela la fricción constante de aquello que está en desplazamiento, de aquello que se moviliza, de aquello que migra, de aquello que avanza porque no hay promesa de retorno cuando se viaja a la deriva. Asistimos nuevamente a las balsas de La Medusa, a las estéticas de la emergencia. No se trata de una coexistencia pacífica, sino de un choque en el que aquello que se desplaza se contamina y transforma: muta, germina.
Los residuos sonoros de Miami y los ecos de la naturaleza se entrelazan, creando un espacio en el que cada sonoridad es contingente, y al mismo tiempo una representación efímera de algo más grande que escapa continuamente de nuestra comprensión. Esta colisión entre lo urbano y lo natural resalta las tensiones inherentes a los procesos urbanos y convierte al oyente en un viajero auditivo, en un migrante de entornos sonoros, un nómada, un apátrida, un desterrado.
IIIer Movimiento (Scherzo)
La experiencia migratoria en la obra de Muu Blanco se entrelaza con el concepto del sonido como biografía. ¿Acaso podemos hablar de autorretratos sonoros? Para Blanco como artista-migrante, el sonido es una herramienta fundamental para reconocer y describir su entorno, una forma de conectarse tanto con el lugar de origen como con el lugar de acogida. Migrar no es solo un acto físico de desplazamiento, sino también una experiencia auditiva en la que se escuchan simultáneamente las voces que se dejan atrás y los nuevos sonidos del lugar donde llegamos.
El curador Félix Suazo lo describe de manera precisa: “Nadie llega al lugar al que llega hasta que aprende a leerse dentro de él”. Esta afirmación subraya la importancia de construir un alfabeto propio para describir y comprender el proceso migratorio, un alfabeto de percepciones sensibles que nos permita leernos en las reverberaciones del nuevo entorno, en las sonoridades que pretendemos penetrar, en el oasis que nos brinda cobijo en la intemperie, sonoridades que son refugio mientras atravesamos el desierto como preludio y espejismo de una tierra prometida.
En NatuUrban, Blanco examina estas sonoridades migratorias, cargadas de desplazamientos discontinuos e inestables, identidades migrantes que se fragmentan entre aquello que conforma su espacio pretérito y lo que anticipan ser, sus futuros posibles. El sonido se convierte en un vestigio del tiempo, una marca de lo irrecuperable; pero también de lo que seremos y que, en el ahora, resuena en nuestros tímpanos como promesa, como iluminación revelada. Preguntas y respuestas, naturaleza instrumental, cornucopia y densa: jardín de múltiples voces, sinfonía de un solo movimiento discontinuo e inacabable.
En esta obra, el paisaje no es lo que vemos mientras avanzamos, sino lo que escuchamos mientras huimos, transformados por el tránsito. El migrante es un Orfeo, condenado a un viaje perpetuo donde los sonidos del pasado y el presente se superponen, creando una experiencia auditiva profunda y vital. Orfeo avanza hacia la luz, hacia la otra orilla; mirar atrás es la condena a la inmovilidad de la piedra, a la oscuridad del abismo. Mirar hacia atrás es la hoguera del odio y sus discursos.
IVto Movimiento (Sonata)
En los trabajos de Blanco, presentes en NatuUrban, la ciudad no es el refugio ordenado que prometía la modernidad. Sino un espacio de colisión entre fuerzas que intentan reconciliarse, pero que terminan siempre contaminándose, colisionando. Pasamos del orden al caos, a la multiplicidad y la yuxtaposición. Las cintas magnéticas, símbolos de la memoria portátil y del sonido preservado, rodean el cuerpo del artista como recuerdos enredados, como ADN creativo, signos de una naturaleza imposible de contener. Estas cintas, al igual que los registros sonoros que Blanco construye, mezcla y yuxtapone, son metáforas de la movilidad del universo, una entidad siempre circulando, que tiende a la entropía expansiva, sonoridades y ritmos que resisten ser contenidos o definidos de manera fija.
Lo que escuchamos en NatuUrban no es la naturaleza en su estado puro ni la urbe en su caos cotidiano, sino las secreciones libidinales de ambos. Blanco crea una obra en la que lo urbano y lo natural se entrelazan en un ciclo continuo, donde el azar y las contingencias predominan. Esta interacción es una forma de fricción, de pulsión, de choque y movilidad: una estructura sonora que colisiona y se expande de manera creativa para redefinirse, crearse.
Silencio (Coda)
Pascal Quignard nos recuerda que el silencio también es una forma de sonido, no una ausencia vacía, sino una presencia que resuena con más fuerza que cualquier ruido. En 4′33′′ de John Cage, el silencio se convierte en el verdadero protagonista, pues los ruidos del entorno llenan el espacio donde aparentemente no hay nada.
En NatuUrban, Muu Blanco nos invita a escuchar ese silencio, a atender lo que queda cuando todo lo demás se desvanece. Como señala la escritora colombiana Marcela Villegas: “Siempre me he preguntado cómo aprendemos a vivir entre las ruinas, a volverlas habitables. Tras el estupor del estallido, uno recupera lo que puede”.
El arte, con sus exploraciones y desplazamientos, se enfoca en proyectar un nuevo ambiente, y en este esfuerzo se encuentra Muu Blanco. Él recoge fragmentos sonoros para recomponerlos, recolecta muestras para dar vida a un paisaje nuevo; construye un oasis como espejismo cuando ya no queda nada: un castillete sin Juanita, una enramada sin luz.
Muu Blanco transforma su tragedia en un espacio para el arte, un espacio marginal, penetrable, avanza desde la derrota. Después de 10 años de esfuerzos en movilidad migrante, desterrado nos ofrece un vinilo con 10 paisajes sonoros (uno por cada año migrante), una instalación de plantas donde cada paisaje se ejecuta como sinfonía, un autorretrato portando una bandera y las memorias de un país portátil colgando en un collar de cintas magnetofónicas, los piés descalzos en una madera falsa, suspendido en el aire, siempre en la balsa, a la deriva (…)
Como señaló Armando Rojas Guardia, al referirse al poema Derrota de Rafael Cadenas: “traza una línea no épica ni heroica, pero que apunta a una posible salida del fracaso.” Así, partiendo desde la pérdida, Muu Blanco hace suyos los nuevos sonidos envolventes. Ya no hay vueltas triunfales a la patria. Entonces, desde la quietud registra una sonoridad dialógica como preludio a nuevas formas de interlocución con las nuevas realidades.
El silencio es la última nota de una sinfonía en desplazamiento, una resonancia profunda que permanece después de que todo sonido cesa: cuando la imagen del país y sus paisajes se borra. Blanco explora las fronteras entre lo visible y lo audible, entre lo que somos y lo que dejamos de ser; explora dentro de un espacio donde el desplazamiento es un deseo perpetuo, una sinfonía inconclusa que, inquieta, busca su ritmo definitivo; la melodía que repetimos incesantemente cuando partimos sin viaje de retorno. Da capo al fine.