Por LEONARDO RIVAS
I
Walter Benjamin, en su ensayo El autor como productor (1934), puntualiza una serie de características a tener en cuenta a la hora de analizar la figura del escritor en la sociedad. Un autor es un individuo que coexiste con determinadas normas de productividad, las cuales rigen a determinados estratos sociales; donde cada clase cuenta con una serie de intereses, en los que un escritor puede o no ejercer su labor, dependiendo del estrato al que pertenezca. Siguiendo este entramado, leeremos: “Quisiera mostrarles que la tendencia de una obra literaria sólo podrá funcionar políticamente, si literariamente también funciona” (Benjamin, 1934, p.102).
Entonces, un escritor puede ubicar su obra en una tendencia adecuada, sin prescindir de la calidad en los procesos literarios que la componen; estos factores coexisten y determinan la organización y ubicación de ese legajo de papeles que es la escritura. De esta manera, Benjamin opta por una alternativa distinta al desgastado paradigma de análisis entre forma y contenido, al proponer algo distinto a lo ya establecido; una nueva tensión dialéctica, la cual puede brindarnos una pregunta renovada, cuyo fin es esclarecer la técnica literaria de una obra, al descifrar su función dentro del sistema productivo de una época determinada.
Es así como se despeja una nueva interrogante en la fórmula interpretativa de una obra: si la tendencia política es correcta y existe una calidad enmarcada en determinada corriente literaria, esto puede denotar un avance o retroceso en la técnica literaria que se presenta en un sistema de relaciones productivas. Cada obra posee un carácter organizativo que le da sentido a la hora de ser leída e interpretada; si cumple con ciertos estatutos modélicos, esto la hará de mucha utilidad para instruir a otros potenciales productores del mismo sistema. Buscar una innovación en la técnica es lo que determina la modificación de la cadena, eso es lo que genera el paso de un medio a otro: de producción a consumo del producto elaborado artísticamente. Cualquier espectador/lector debe poder convertirse en un futuro colaborador.
En este ensayo de Benjamin, el punto discursivo gravita alrededor de la reflexión de todo escritor, en relación con su posición en la cadena productiva. Aquí comienza la transformación funcional: en la capacidad de orientar al escritor hacia una tarea más activa y menos contemplativa.
II
En un libro como El cuaderno de Blas Coll (2006), de Eugenio Montejo, podemos ver que sus páginas contienen anotaciones, fragmentos, poemas y relatos; una cualidad que lo vuelve transgenérico. Es por ello que etiquetarlo como poemario o como un libro de ensayos sería erróneo, debido al carácter metaficcional (¿y meta ensayístico?) de este «cuaderno». Blas es un «sugestivo relámpago» (en la cavernaria ubicación) de Puerto Malo, y en Montejo, ciertamente.
La concepción de la escritura en el pensamiento de este sujeto parte de la siguiente imagen: el trazo tenue en la arena de la pata de la gaviota. Estamos ante una metáfora de lo que debe ser la escritura: la huella maleable de algo superior. Este personaje nos habla sobre diversos temas relacionados con la representación del universo y el mundo, a través de la lengua humana: “Toda frase debe reproducir en su construcción, tanto como sea posible, la forma de gravitación de los astros que conocemos” (Montejo, 2006, p. 27).
En un ensayo compilado en el libro Orfeo revisitado. Viaje a la poesía de Eugenio Montejo (2012), de Aníbal Rodríguez Silva, podemos leer algo sobre este singular cuaderno montejiano: “El mostrar el proceso, la actitud metaficcional, incluye también el manuscrito, que, como ya he dicho, expresa la larga secuela de lo que es la literatura: algo recibido, fragmentado, despedazado…” (Gerendas, 2011, p.99).
Los fragmentos paradojales de los que se vale Montejo son los generadores de un viaje que recorre la invención sujeta al lenguaje como una expedición quijotesca, en este caso es realizada por un personaje como Blas Coll. Las inquietudes lingüísticas de este individuo son una bifurcación de la tendencia montejiana, lo cual nos revela algunas concepciones sobre la poesía y el lenguaje. Nuevamente, recurrimos al ensayo citado antes, donde leemos: “Blas Coll propone una renovación del lenguaje que permita llegar hasta el significante, desprendido del significado, suelto en el mundo” (Gerendas, 2011, p.86).
III
El cuaderno de Blas Coll comienza con una tímida presentación del peculiar investigador de Puerto Malo. Nos enteramos de que es un «misterioso impresor» (¿tipógrafo ilusorio?), lo que puede enlazarse con el apartado del ensayo de Benjamin, que nos remonta a la prensa como un estado fundamental, para comprender al escritor como alguien inmerso en el proceso de fundición de géneros: “La prensa es la instancia más determinante con respecto a dicho proceso, y por eso toda consideración del autor como productor debe enfrentarse a ella” (Benjamin, 1934, p.106).
Blas Coll puede ser visto como una figura peculiar en la propuesta analítica de Benjamín, ya que él mismo escribe y produce, inventa e investiga, dejando sus testimonios impresos en hojas de almendro, banano y hasta malanga. Este sujeto no solo es poeta o narrador, investigador o divulgador, es incluso hasta lingüista; sus investigaciones contaron con seguidores e inventó su propio idioma: el colly. Sus fieles fueron bautizados como colígrafos (seguimos en el terreno de lo escrito, de lo testimonial), aparece Lino Urdaneta.
¿Quién es el autor y quién el lector? Blas Coll lee y escribe, todo parte de la traducción que hace una persona de sus fragmentos, lo cual pone en duda todo el aparato, al presentar una nueva voz en el texto, ese «alguien» comenta lo recopilado, señala erratas. Podemos notar una dinámica interrogativa/performativa, en ambos personajes: “Don Blas solía incomodarse, sin embargo, ante la posibilidad de que se le tomase por un dinamitero gratuito de la lengua, un demoledor equivocado. Nada de eso —arguía—…” (Montejo, 2006, p.14).
Benjamin (1934) apunta hacia un productor que participe en el sistema, un individuo que intervenga en esta labor de innegable dualidad: “El lector está siempre dispuesto a convertirse en un escritor, a saber, en alguien que describe o prescribe. Accede a la autoría como perito…” (p.105). La palabra escrita en la prensa marca el inicio de esa retroalimentación lector/escritor (productor/colaborador), y el cuaderno es un ejemplo para ilustrar eso, pues tenemos: un ser delirante como Blas, investigador que deja anotaciones de su trabajo (¿sus hazañas?) cual Cidi Hamete Benegeli y un recopilador de esos papeles. También existen seguidores (colígrafos), los cuales entienden el idioma inventado por Blas.
Montejo (2006) apunta:
Los fragmentos de Blas Coll que he logrado reunir, lo único que queda de sus extraviadas preposiciones, los contiene un viejo cuaderno marrón salvado por don Antonio Hernández, panadero de este puerto, a quien agradezco haberme confiado. (p.16).
La innovación parte desde los fragmentos, de lo que dicen y no dicen sobre Blas; su tendencia se aparta de lo establecido: el idioma español. Él interviene ese sistema comunicativo, elabora nuevas formas de expresión al alejarse de estructuras sintácticas predeterminadas, tiempos conjugables y palabras engañosas. Se apega al latín para moldear su nueva lengua, sigue los caminos inaugurados por personas que también exploraron la ciencia de la expresión, como José Antonio Ramos Sucre. La imprenta de Puerto Malo es un laboratorio; la prensa para Benjamin es un preámbulo a la exploración del autor como productor y Coll se desplaza en ese plano. Las invenciones que promulga este «cuaderno» son quijotescas, y por ende, memorables, dignas de ser contadas. Blas nos dice: “Se nace siempre Quijote; después la vida nos vuelve poco a poco Sancho Panza, y al final terminamos de Rocinante” (Montejo, 2006, p.38). Benjamin solicita una reflexión por parte del escritor, en relación con su posición en determinada cadena productiva; Blas escribe y reflexiona, hace que otros también lo hagan (queriendo o no) al promulgar sus ideas en Puerto Malo, sus disparates lingüísticos lo llevan a «buscar vocales».
La innovación presente en una obra como El cuaderno de Blas Coll reside en la forma en cómo ésta nos presenta a un autor activo, cuya meta (¿un delirio, acaso?) es forjar nuevas formas de hablar y escribir; intervenir un sistema productivo inmenso y conmutable: la lengua española. Lo escrito por Blas Coll le enseña a otros a ser disruptivos en su cadena productiva, lo cual desencadena ramificaciones (colaboraciones) enmarcadas en una tendencia irreverente y desenfadada: la colística.
Bibliografía
-Benjamin, W. (2018). Iluminaciones (Colección Pensamiento Radical). Madrid, España. Editorial Taurus.
-Gerendas, J. (2011). Eugenio Montejo y la decantación de la escritura. Orfeo revisitado. Viaje a la poesía de Eugenio Montejo. (p.85-101) Mérida, Venezuela. Universidad de Los Andes, Dirección General de Cultura y Extensión, Ediciones Actual.
-Montejo, E. (2006). El cuaderno de Blas Coll (Colección País Portátil). Caracas, Venezuela. bid&co, editor c.a.
*Leonardo Rivas. (Valera, Venezuela, 1995). Estudiante del octavo semestre de Letras, mención lengua y literatura hispanoamericana y venezolana, en la ULA (Mérida). Es Miembro del grupo literario merideño Tinta Negra. Ganador en modalidad ex aequo de la primera edición del Premio Internacional de Poesía Bruno Corona Petit (2021).