Se aprovecha uno de la popularidad de lo retro, de lo vintage –ese medio camino entre lo viejo y lo antiguo– que tan de moda está, para hacer una crónica volandera y de memoria sobre las fuentes de soda caraqueñas, especialmente las marcadas por el american diner, ese clásico y tradicional estilo estadounidense con el cual uno se topa en películas como Grease o en cómics como Archie y sus amigos.
Todavía en los años cuarenta los capitalinos no tenían una fuente de soda al estilo de las norteamericanas. La oferta existente provenía, como otras muchas cosas, de Europa, y rondaba el aspecto tradicional de las cafeterías y las casas de té, al estilo de La Suiza, La Indiecita o el Pan Pan, negocios que, por cierto, figuran en los cantos del maestro Billo Frómeta a la ciudad.
El Picadilly es la primera fuente de soda american diner que asoma en Caracas a finales de la década de los cuarenta. Estaba situada en El Conde, urbanización clase media cuyos linderos se confundían con los de San Agustín del Norte. Fue el primer drive-in que tuvo la capital. Sus merengadas, malteadas, helados preparados y sándwiches seguían el patrón del Norte, incluyendo clásicos históricos como el club house o club sándwich. En las noches era un hervidero de vehículos, dentro de los cuales la gente joven hacía bulto y bulla, acelerando el tránsito de los mesoneros cargados con las bandejas provistas de aquel mecanismo que las fijaba en el marco de los vidrios laterales del carro.
Como detalle curioso –y poco conocido– vale recordar que la competencia más cercana al Picadilly, por la calidad de su oferta, era la fuente de soda de una clínica: el Centro Médico de Caracas, ese que todavía se levanta en San Bernardino. Sus sándwiches, particularmente los de ensalada de pollo, eran una invitación digna de atender.
Y llegaron los CADA
La Caracas de finales de los años cincuenta recibe entusiasmada la presencia de las fuentes de soda CADA, supermercados regados poco a poco por toda la geografía nacional por una empresa filial de las de Nelson Rockefeller, empresario y político integrante de la famosa familia. Estos negocios eran una copia al carbón de las norteamericanas, tanto en la arquitectura interior como en la oferta gastronómica, la cual redondeaba el viejo concepto ya citado del american diner o small dining-room, donde el menú ofrecía desde sopas y platos fuertes hasta variedad infinita de emparedados, así como unos copiosos desayunos.
La carta de sándwiches se dividía entre fríos y calientes. El término frío estaba referido al relleno y entre ellos sobresalían los de atún, ensalada de pollo y ensalada de huevo, todos con mayonesa, y que siguen siendo caballitos de batalla en Estados Unidos. Entre los calientes, que mayoritariamente eran presentados abiertos para comer con cubiertos, la estrella era el de pavo, bañado con una salsa o gravy de inconfundible sazón gringa y señoreo de la pimienta.
Los platos fuertes listaban, entre otros, el churrasco, el pollo en canasta, el bistec picado, que era una hamburguesa rectangular y sin pan, o el steak de jamón virginia, con piña; todos estos condumios de consistencia venían acompañados por una ensaladita verde, precursora de los mezclum de ahora, sazonada con un ligero aderezo, antecesor del actualmente tan popular ranch. Las sopas eran todas enlatadas, Campbell’s por cierto. Merengadas, malteadas, refrescos gaseosos y la tradicional root beer eran las bebidas preferidas. Los helados preparados tradicionales: sundae, caramel pecan, hot fudge, banana split, entre otros, competían con los pies de manzana, cereza o limón, o con el tentador shortcake de fresas para poner el punto final.
No te bajes del carro
En la misma época, años sesenta, florecen los drive-ins, particularmente en el este de la ciudad, que pronto ganan terreno en el interés de la clase media y se convierten en lugar de encuentro y reunión para los pavos de aquellos años. Los más importantes fueron El Faro, situado en La Castellana; Tacos, ubicado en El Rosal, y El Tolón, en Las Mercedes, donde ahora está el centro comercial homónimo.
Eran sitios que, además del área para los vehículos, tenían numerosas mesas; inclusive, El Faro sumaba un piano bar, medio escondido, pero muy concurrido por parejitas que buscaban música y ambientes cómplices. Afuera, en las mesas, los jóvenes solían conversar mientras trasegaban unas cervecitas, acompañadas por las infaltables papas fritas, rociadas con abundante kétchup. Entre El Faro y el Tacos se dirimía una disputa –nunca resuelta, creo– acerca de dónde preparaban el mejor club sándwich o club house de la ciudad.
Al estilo de los drugstores
En el panorama capitalino de los años setenta comienzan a surgir otros locales más elaborados, cuyo patrón también provenía de Estados Unidos: los drugstores, que allá habían evolucionado de algo más que una farmacia hasta casi convertirse en verdaderos centros sociales, particularmente en los pueblos y ciudades pequeñas.
Aquí, el primero de ellos y el más importante fue Le Drugstore, ubicado en el Centro Comercial Chacaíto y que se constituyó en la base de operaciones de la gente joven y a la moda de esos años. Allí surgieron los primeros sándwiches deli de Caracas. Estaban numerados, tenían nombre propio y combinaban creativamente ingredientes diversos, así como distintos tipos de pan. Recuerdo especialmente el Dean Martin, hecho con pan de centeno y cuyo principal ingrediente era el roast beef. También el llamado Súper Salvaje, con lengua, corned beef y pollo. El cole slaw, esa ensaladita rallada de repollo y zanahoria, tan popular ahora, despertaba el interés curioso en aquella época.
También en Le Drugstore causaban sensación los perros calientes gigantes, servidos por centímetros y las enormes jarras de cerveza, que constituían un espectáculo gratis para los mirones. Una serie de minitiendas ocupaban parte del local, así como varios monitores de televisión que ofrecían entretenimiento a los parroquianos, mientras el sonido ambiental redondeaba la escena. Era un sitio de esos que llaman “para ver y dejarse ver”, donde asistían los miembros de la farándula y del jet set capitalino, siendo parte del show el desfile de mujeres bellas que copaban el lugar.
Le Drugstore no estuvo solo mucho tiempo porque cuando se inaugura el Centro Comercial Concresa abrió El Carrusel, una fuente de soda muy amplia, demasiado quizás, la cual tenía un concepto y una oferta parecida a la de su competidor.
Vale también un recuerdo para dos sitios que aunque activos actualmente vivieron sus momentos de gloria en la Caracas de aquellos años: El Cubanito y el Taxco; especializado el primero en pequeñas hamburguesas llamadas “fritas” y en los sándwiches cubanos, con pernil, queso amarillo y pepinillos. Taxco, que todavía se mantiene en su local original de la urbanización Las Fuentes, en El Paraíso, capturaba a sus devotos también con pequeñas hamburguesas, con una salsa que parecía mostaza pero no lo era, y con unas limonadas granizadas de las cuales se sentían orgullosos.
Mientras estos locales atendían el interés de los caraqueños, poco a poco se abrían paso las cadenas internacionales del fast food. El pionero, curiosamente, no fue McDonald’s sino Tropi Burger, seguido por la franquicia de los arcos dorados y otras marcas, pero esa es otra historia, más reciente y más conocida, en la cual participan también los nuevos conceptos de los cafés, sitios donde sigue reuniéndose la gente, pero el ambiente es más sofisticado y la oferta gastronómica tiene mayores pretensiones.
Desde la gloria del Picadilly han pasado más de sesenta años y el viejo estilo de la fuente de soda o cafetería estadounidense es solo una evocación para quienes lo disfrutaron. Forma parte del país que ya no es.
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Las razones del gusto y otros textos de la literatura gastronómica, compilado por Karl Krispin, fue publicado por la Universidad Metropolitana y Cocina y Vino, en 2014.
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