Por MARINA VALCÁRCEL
Después de sus exposiciones fotográficas sobre Roma, Venecia… Borja de Madariaga (Madrid, 1966) expone en la galería Espacio 51 de Madrid Angkor: Naturaleza y Misticismo.
Son casi una veintena de fotografías de distinto tamaño, desde los 200×150 cms a 50x50cms, con las que el fotógrafo pretende ofrecernos, desde un enfoque muy personal y lírico, sus sensaciones y emociones de uno de los conjuntos artísticos más sobrecogedores del mundo: «Trato de resaltar aquello que me conmueve por su alto contenido estético, por el pequeño detalle, por captar una piedra, un árbol, una perspectiva, cosas que en un tiempo lejano quedarán inscritas en mi memoria».
Angkor, situada en el noroeste de Camboya, es la capital del antiguo Imperio Jemer. El origen de esta ciudad se remonta al siglo IX y su esplendor solo duró hasta 1225. Después de esta fecha la ciudad fue abandonada a su suerte y literalmente aislada y engullida por la selva hasta que en el año 1860 fue descubierta por misioneros franceses.
El conjunto arquitectónico, que ocupa una extensión de 400 km2, está compuesto por templos monumentales construidos durante este periodo y constituyen una joya del arte hindú. En 1992 la Unesco nombró el conjunto monumental de Angkor Patrimonio de la Humanidad.
Madariaga fotografía sus principales templos, Bayon, Angkor Wat… pero las imágenes más impactantes son las de Ta Prom, el único templo que no ha sido restaurado y en el que el fotógrafo se recrea para demostrarnos cómo la naturaleza ha ido ganando terreno y los árboles, con sus enormes raíces que invaden los monumentos, están tan integrados que es difícil distinguir el límite entre naturaleza y escultura.
Pudimos pasear por la exposición acompañados por el fotógrafo que se detenía delante de alguna imagen: «Estas fotografías las hice este verano, en mi viaje de novios. Mi mujer y yo solíamos llegar muy temprano a los templos, hacia las seis de la mañana, huyendo de las hordas de turistas. A esa hora los colores son distintos, más intensos y una neblina muy fina lo cubre todo…».
Siendo consciente de la dificultad de alejarse de los «tópicos y típicos enfoques de este lugar mil veces fotografiado», Madariaga pretende, con estas imágenes de alto contenido estético, adentrarnos, además, en algo del misticismo, de la esencia, de los sonidos de la selva, de la bruma y del misterio de estos templos.
De entre todas las fotografías nos detenemos en una en la que nos parece que se resume parte de la magia de Angkor: es el del sueño de una mujer camboyana tumbada sobre una piedra milenaria, como si ella también fuera parte de una raíz de los inmensos árboles que devoran la arquitectura y sobre todo la historia de esta civilización que quedó, como ella, dormida entre la selva durante siglos.