Como un moderno pitagórico en busca de la proporción áurea, el artista Andy Goldsworthy (Cheshire, Inglaterra, 1956) reinterpreta el mundo a través de la geometría natural. Círculos, espirales o líneas son diseñadas con materiales como piedras, madera o flores: formas y lugares donde emerge la esencia de este artista. Ha vivido siempre en contacto con la naturaleza. Por tanto, los paisajes que le han rodeado, con sus campos, sus cercados o sus bosques, así como una fuerte presencia humana, son los precedentes para entender estas creaciones efímeras. En el devenir de la naturaleza brilla la libertad en la que se manifiesta su obra, de la que da testimonio la fotografía.
Para conocer mejor a una de las figuras más representativas del Land Art nos encontramos en la galería Slowtrack que representa al artista en España, donde se exhibió su última exposición a cargo de Marta Moriarty. Goldsworthy que está trabajando actualmente en Tasmania dedicado a Sea Passage, su último trabajo, al tiempo que prepara la creación de un museo propio en Escocia, habla animadamente sobre su obra.
―¿Podría empezar hablándome sobre la relación entre su arte y la naturaleza?
La naturaleza, para mí, no es solo un lugar fuera de la ciudad. Está en todas partes. Aquí mismo; en todo. Y el arte es una forma de entenderla, de explorarla, de mirarla. Tan pronto como empiezo a hacer algo, el mundo se me revela. Realmente no lo veo hasta que empiezo a trabajar.
―¿Por qué prefiere concebir las obras en el exterior?
Puedo trabajar dentro, pero cualquier espacio interior –por hermoso que sea– está muerto en comparación con el exterior. ¡El exterior está muy vivo! Y cuando entro, puedo llevarme parte de ese recuerdo de la vida y ver el edificio por dentro como algo vivo. Pero al rato hay en él una falta de vida, que me vacía un poco y me lo hace más difícil. Es lo impredecible, los cambios, los problemas, los que le dan vida a la obra. Vivo para esa belleza, cuando funciona. Aunque cada obra que sale bien va unida a otras muchas que no. Es un enorme esfuerzo…
―Así también es la vida…
Sí, por eso tienes que entender la naturaleza del fracaso y poder aceptarlo. Bueno, aceptarlo no, porque duele mucho. Pero cuando logras superarlo, comprendes lo importante que es el fracaso y aprendes a no temerlo, porque si no me enfrento al reto de hacer obras, nunca haría nada. Pero cuando funciona es fantástico.
―Precisamente por esa dificultad, imagino la felicidad que debe experimentar cuando sale bien.
Sí, siempre con el elemento del azar. Es como una de las obras de video con el agua; estaba a punto de anochecer y llevábamos todo el día trabajando en una escultura. Vi venir una tormenta, así que me apresuré a buscar un sitio con una especie de pánico. Puse la cámara en el trípode y me tumbé… En ese momento no tenía ni idea de lo que podía pasar. Al mirar la obra, se me ve tumbado en el suelo, llega la lluvia, me levanto, dejo una sombra y durante 15 minutos cae agua, es hermosísimo. Los que la ven piensan que debí de organizarlo, o de investigar mucho y preparar las cámaras. Pero nada de eso; fue todo muy sencillo y hecho de manera intuitiva. Fue un momento perfecto. Pero he hecho muchos que no han funcionado.
―¿Lo siente como una forma de expresión?
No me considero alguien que ve el arte como una forma de expresarse a sí mismo. Es más bien como un alimento. Algo de lo que aprendo.
―En la fotografía, sus esculturas efímeras encuentran la inmortalidad. ¿Qué significado tiene para usted la fotografía?
Hablando en general, la fotografía es el momento en el que la obra está terminada. Hago la obra y después la fotografío. La obra no se hace para una fotografía, pero sale de ese proceso. Es muy importante, porque se convierte en otra forma de mirar la obra y lo que he hecho. De modo que es una descripción de la obra; se convierte en una obra por derecho propio, pero no está pensada para sustituirla. A menudo, colocamos las cosas en el espacio muerto, tremendamente neutral, de un museo: con luz artificial, paredes blancas… y la escultura muere. La escultura necesita a su alrededor una luz cambiante que le dé vida, que le permita dormir. Aunque el cuerpo esté delante de nosotros, la fotografía es su vida. Lo mismo ocurre con las personas.
―¿Y los videos?
Son interesantes porque no se realizan después de las obras, sino durante su proceso de creación. De modo que el momento de grabar en video forma en buena medida parte de ese proceso. Los videos son una imagen sin editar. Escojo el comienzo y el final, pero sin cortes intermedios.
―Siempre está usted observando la Tierra. ¿Hay algún momento en el que se descubra observando el cielo?
Sí. No miro las estrellas, pero sí el cielo. Pienso que realmente no está bien que no me interesen las estrellas. Creo que deberían interesarme.
―En la naturaleza, sus obras efímeras nacen, alcanzan su cima y finalmente se marchitan, como en un ciclo vital. Hay un fuerte paralelismo con la creación de un ser vivo. Parece un nivel superior en la escala creativa. ¿Qué provocan estas obras en usted, en comparación con otros medios de expresión?
Tiene toda la razón; cada obra tiene una vida. Pienso que hay un momento en el que alcanza su cima y, si fracasa antes de alcanzar ese momento, es una vida terrible. Es la peor pérdida. Cuando se hunde después de estar acabada, la pérdida es también muy dolorosa, pero aceptable. Y el reto consiste en ver la belleza en esa pérdida. De hecho, el viento que la convierte en líneas se vuelve hermoso a medida que la obra se desintegra lentamente. Tanto, que es difícil calificarlo de mera decadencia. Todos tenemos que afrontar la pérdida. Cuanto más envejecemos, más pérdida tenemos que soportar. De modo que hallarle sentido es una cuestión fundamental para los humanos. Es interesante que los grandes proyectos que llevamos a cabo a menudo –lo que podríamos denominar las obras permanentes– cuando están acabados, es el momento en el que empiezan a decaer y cambiar. Cuando yo acabo los proyectos es cuando ellos empiezan su vida. Y son igualmente vulnerables al futuro. Nunca sabes qué tipo de vida va a tener la obra. Realmente disfruto esa prolongada proyección en el futuro como imprevisibilidad de lo que pueda ocurrir, es como tener un hijo, adquiere un significado distinto. Hago un seguimiento de estas esculturas y veo cómo cambian. En algunos lugares, las esculturas tienen una fuerte naturaleza social.
―Entonces, ¿qué papel juega aquí el público?
Para mí las personas no son público, sino que forman parte de la obra. La obra se hace en lugares en los que necesita una interacción con las personas. La naturaleza humana le da un patrón y una energía, y sin ella la escultura puede morir. Y muchas han muerto. Tengo esculturas que decaen de manera hermosa y otras muchas que están decayendo horriblemente mal. Simplemente no son queridas. Y existe este increíble diálogo con la obra que le da vida. El toque humano puede darle vida.
―¿Le ayuda la contemplación de los ciclos a entender su propia existencia?
Sí, exactamente. Es realmente difícil, pero intento sacarle sentido. Pienso que es posible dejar un lugar un poco más rico después de estar aquí, como ese árbol. Es todo lo que podemos esperar.
―Las mareas y los ríos son muy importantes en su obra, ¿qué ha aprendido del tiempo mediante la contemplación de las mareas y los ríos?
Pienso que tienen escalas temporales muy distintas. La marea de la playa es con lo que empecé a trabajar. La marea sube dos veces al día e impone una disciplina increíble en el proceso de trabajo. Hay una idea de que los artistas pasamos muchísimo tiempo buscando la perfección. Pero a mí me era imposible alcanzar la perfección, porque tenía que adaptarme a la marea. De modo que tenía que hacer algo en ese tiempo. Es una gran lección: trabajas en algo, después es arrastrado y vuelves a empezar. Y esta continua reescritura y eliminación de la obra creó todo un método de trabajo que me sostiene todavía hoy. Pero el río tiene un ritmo completamente distinto, porque es enormemente impredecible. De modo que los dos juntos son muy informativos.
―Son una constante en su obra los agujeros negros. ¿Qué significado tienen para usted?
Pienso que siempre estoy intentando ver más allá de la superficie, de la apariencia de las cosas, y entrar en el mundo que hay debajo. De modo que son la entrada al espacio interior de una piedra o de un árbol.
―Las formas sinuosas, que recuerdan el fluir de la vida, son elementos recurrentes de su obra. ¿Está usted obsesionado con algunas formas o conceptos?
A veces, las formas recurrentes hacen referencia al flujo y la repetición. Pero la forma puede convertirse también en una especie de símbolo, y después se vuelve carente de significado. Soy muy cauto con estas formas repetitivas. Y a veces tengo que decir basta, o se convierten en un motivo. Permanecer tumbado bajo la lluvia y hacer sombras fue una completa obsesión. Estaba completamente loco. He permanecido tumbado bajo un montón de lluvia, solo para hacer la sombra. Pero eran obsesiones realmente legítimas, porque cada sombra que hago bajo la lluvia es distinta. Cada uno es un reto y cada uno me hace ver la lluvia, el lugar y la luz de modo distinto, de manera que me encanta hacerlas sin parar. Son constantemente gratificantes y constantemente frustrantes. A veces funcionan, y otras, no. También articulan conceptualmente el hecho de que yo esté en un lugar. No a modo de retrato, sino en cuanto presencia humana: mi sombra y las sombras de las numerosas personas que han estado antes que yo, porque el pavimento está imbuido del recuerdo de las personas que han caminado por él. ¡Es una obsesión fabulosa! La obsesión de hacer la línea, no tanto. No es una buena obsesión. Así que depende.
―¿Le hace sentir más vivo su relación con lo telúrico?
Sin duda, por eso con las sombras mi cuerpo está tan abierto.
―¿Qué busca en la naturaleza? Si es que busca algo…
Intento encontrar mi propio lugar. Supongo que el resultado más tangible cuando hago algo es la sensación de conexión con un lugar. Sentirse ligado a ese lugar.
―¿Qué sensación le produce la naturaleza?
Me produce de todo: aburrimiento, emoción intensa, pura conmoción, dolor, todo… Lo es todo.
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