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Andrés Salcedo, voz poética del fútbol

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Por ALFONSO L. TUSA C.

Mientras bajaba en las publicaciones de Twitter, me detuve ante la foto de un narrador de fútbol de muy gratos recuerdos. Sergio Bíferi reportaba que Andrés Salcedo había fallecido. Poco a poco se me confundió la reseña con la estática de la recepción de TVN5 en Cumanacoa, Sucre. Luego de pasar varios minutos girando la antena lográbamos escuchar la voz de aquel narrador que nos hacía ver las incidencias del juego aún a través de las imprecisiones de la imagen, aún desde el patio donde estaba la antena a veinte metros del televisor. Aprendimos a apreciar no solo el futbol sino también las particularidades, las metáforas, la riqueza semántica del castellano y ese espacio gradual e imperceptible donde la cultura venezolana y la colombiana es una sola; Salcedo hablaba en plena narración futbolística de la rutina de un tercera base en el beisbol al recordar cuando escuchaba de muchacho los juegos de la liga profesional venezolana; más de una vez pensamos que quien narraba era alguien nacido en este lado del Arauca.

Quise ilustrarme un poco más acerca de ese entrañable narrador, periodista y escritor que tanto nos había impresionado desde que lo descubrimos en sus descripciones del fútbol alemán, por eso revisé varios portales de noticias colombianos. Allí comprobé que Salcedo había ido hasta Alemania para hacer la suplencia a un narrador en Deutsche Welle en 1970. Venía de España, donde había logrado establecerse en radio y prensa hasta ganar el Premio Nacional de Crónica en 1969 por su obra El día en que nadie murió en la carretera, un monólogo de un camionero que transportaba pescado de Cádiz a San Sebastián, atravesando el país; también trabajó en Radio Madrid como locutor y actor de radionovelas. Para optar y conseguir el puesto en Alemania le favoreció mucho el hecho de tener un acento español neutro, lo cual era un requisito fundamental porque se trataba de la transmisión de los juegos para toda Hispanoamérica. Tan pronto se adaptó al medio teutón empezó a traducir canciones del alemán al español. Además de también trabajar como presentador del programa de concursos Telematch.

Tal vez uno de los aspectos que más me impresionó de Andrés Salcedo fue su original estilo de narración, convirtiendo en un lienzo literario cada una de sus descripciones, quizás había algunas denominaciones que reiteraba en muchos juegos pero siempre en un contexto diferente, siempre con una connotación distinta, cargada de creatividad y arte. Puedo recordar que llamaba “cabaña” a la portería, “alcabala” al círculo central y “andarivel” a los sectores laterales de la cancha. Cada fragmento de tiempo, cada segundo de minuto agregado al terminar el período reglamentario recalaba en nuevas oportunidades para deleitarnos con los recursos del lenguaje, con la inventiva coloquial cargada de poesía, con los colores impregnados de esa pasión propia de quien siente lo que hace hasta la fibra más recóndita de sus huesos. Había mucho de humor sano, mucho de la “mamadera de gallo” colombiana y venezolana, desde una óptica totalmente dirigida a la diana de una situación, nunca de una persona.

Desde muy temprano en su existencia Salcedo sintió apego por la literatura y las canciones, muy probablemente eso lo llevó a incursionar en el medio radiofónico en plena adolescencia. Empezó su carrera en la radio en Santa Cruz de Mompox, Bolívar, Colombia. Después fue director de Radio Guatapurí en Valledupar, cuando solo contaba con 17 años.  En esa época compuso “Valledupar”, un porro que grabó Lucho Bermúdez, y luego fue grabado por Los Hermanos Martelo en la voz de Juan Piña. Luego también le grabó el legendario Pacho Galán, entre otros músicos. Posteriormente tuvo otros trabajos en Barranquilla, Medellín y Bogotá. Entonces viajó a Nueva York, donde se desempeñó por un tiempo en Radio Wado. Fue desde allí que planificó su expedición hacia España, donde les esperaba el cúmulo de experiencias que terminó preparándolo para su gran prueba de fuego en la televisión alemana, donde logró establecerse por un lapso de 22 años.

Una de las facetas que mejor ilustra la naturaleza entrañable y el carácter divertido de Andrés Salcedo es la gran capacidad e inventiva para crear apodos refrescantes a los futbolistas. A lo largo de su tráfago por las transmisiones de juegos de la Bundesliga para Hispanoamérica, Salcedo se las ingenió para crear figuras tan jocosas y divertidas como “Migajita” Littbarski, un delantero que se filtraba veloz en el área rival; “Caperucita Roja” Rummenige, el gran jugador alemán de esa época que lejos de asustarse con el lobo era él quien mostraba los colmillos; “Mateíto” Mathaus, un mediocampista con cuatro pulmones que estaba en todas partes; “Mau Mau” Breitner, un defensa aguerrido que igual defendía que se lanzaba al ataque; “La Pulga” Simonssen, un delantero danés pequeño en tamaño pero inmenso en talento; “Súper Ratón” Keegan, delantero inglés que tenía dinamita en los botines; “El Tanque” Fisher, “Pie de Plomo” Brehme, Stefan “El Policía” Kuntz, “El espía que vino del frío” Nachtweih y “El Cavernícola” Steiner, entre muchos otros. Cada apodo aportaba una nitidez incandescente al fresco que dibujaba Salcedo en paralelo a la señal televisiva.

Desde que descubrí las transmisiones de la Bundesliga por TVN5, todas las tardes sabatinas me iba a casa de un amigo al otro extremo del pueblo para ver los juegos, en casa no se veía ese canal. A veces tenía que inventar que debía ir a hacer un trabajo del liceo, en otras oportunidades no podía escapar de las tareas que me ponía mamá y cuando terminaba ya había transcurrido una hora, entonces corría cual maratonista y cuando llegaba, la voz de Andrés Salcedo resonaba en la sala: “Caperucita Roja manda tremendo zapatazo que se estrella en la escuadra de la cabaña de Pfaff…”. Cuando pensaba que me había perdido lo mejor del juego, al empezar el tiempo suplementario, Salcedo nos maravillaba con su escalada fantasmal de metáforas, hipérboles y anécdotas juveniles o de trabajo entramadas con la secuencia de las jugadas de la manera más meticulosa y adecuada. El juego podía haber sido insulso, anodino o artrítico, eso no detenía la voluntad de Salcedo por hacer pasar un buen rato a su audiencia.

Cuando empezaron a transmitir esos juegos de la Bundesliga en VTV, estaba tan contento que no me importaba tener que sacar todos los zapatos a lavar o airear en el patio. Esas tardes sabatinas eran especiales, solo subía el volumen del televisor e igual disfrutaba las incidencias del juego, tal cual o mejor que si estuviese viendo la imagen. La emoción de cada conocimiento de fútbol, la precisión de cada frase, la minuciosidad de cada término, me hacían trastabillar por momentos y hasta me recriminaba por no haber sabido antes que existía un narrador deportivo de esas características, seguro había escuchado a profesionales excelentes como Delio Amado León, Pedro Zárraga, Carlos Tovar Bracho, Musiú Lacavalerie o Felo Ramírez, solo que el estilo de Salcedo  resultaba tan original, tan propio, tan ecléctico que uno terminaba encandilado, entusiasmado deseando que fuese sábado otra vez para ver el siguiente juego, para dejar correr la imaginación con la poesía de Andrés Salcedo.

Cuando me enteré a finales de 1981 o inicios de 1982 que Carlitos González, como gerente deportivo de Radio Caracas Televisión, había contratado los servicios de Andrés Salcedo para transmitir el Mundial de Fútbol España 82, ya sabía por cuál canal iba a ver esa competencia. Quizás daría una revista a ver qué decían Lázaro Candal y Felo Giménez en Venevisión, o Pedro Zárraga y Tury Agüero en VTV, pero siempre regresaría a RCTV cuando Salcedo aplicaba sus trazos de plasticidad y cinética a la acción de un primer o segundo tiempo. En aquel infartante partido de segunda ronda entre Brasil e Italia, luego de ver el primer tiempo mediante el dramatismo de Candal; regresé a RCTV cuando la voz incisiva y fluida punteaba de figuras literarias la narración. En ese juego recuerdo que Salcedo comparaba al delantero Bruno Conti con un viejo lobo de mar y en medio de sus ejecuciones más intensas remataba la escena llamándolo “il vecchio lupo di mare”. Cuando Sócrates hizo aquel gol imposible entre el palo y la pierna izquierda del arque Zoff, Salcedo acuñó que el mediocampista había recurrido a los discursos más ingeniosos del sabio griego para concretar ese golazo. Luego en cada una de las intervenciones de Paolo Rossi, Salcedo exclamaba casi a voz en cuello que había aparecido otra vez el “cazador solitario”.

La vez postrera que recuerdo de Andrés Salcedo como narrador de fútbol en un canal televisivo venezolano fue a mediados del año 2000, para transmitir por Televen junto al no menos poético Cristóbal Guerra la Eurocopa de Naciones, si mal no recuerdo, escenificada en territorio italiano. La final de ese torneo enfrentó a Francia versus Italia en un juego vertiginoso que, para variar, Salcedo supo leer de la manera más inesperada, con frases casi apagadas que resaltaban la incandescencia del momento. Cuando los franceses igualaron el juego en el descuento, las palabras de Salcedo para dibujar lo que podía estar sintiendo el director técnico italiano Dino Zoff  resultaron toda una clase de respeto y consideración por un profesional que había dado lo mejor de sí, mientras avalaba y reconocía el logro galo. Esa tarde, aún aturdido por el resultado de aquel vibrante juego, me propuse llamar por teléfono a Salcedo. Sabía que era difícil que pasaran la llamada y que luego la atendiera.

Para mi inmensa sorpresa, Andrés Salcedo, con la misma soltura y empatía mostrada en televisión, me atendió como si fuese un amigo de toda la vida. Mientras me saludaba, yo me pellizcaba, a ver si aquello ocurría de verdad. Hablamos del juego final de la Eurocopa, de literatura, le comenté que estaba escribiendo algo que no sabía si era una novela o unas memorias. Sabía que él había escrito al menos un libro. Me preguntó si sabía de una revista deportiva venezolana que había dejado de circular hacía más de 25 años llamada Sport Gráfico. Él había sabido de esa revista mientras trabajaba en Europa y siempre tuvo la esperanza de escribir en esas páginas. Había revisado varios ejemplares de la revista en casa de unos amigos venezolanos que conoció en Madrid, escribió varias veces a la sección de cartas de la publicación solicitando la oportunidad de enviar unos textos para que considerasen la posibilidad de publicarlos, nunca recibió respuesta, le hubiera agradado mucho compartir con el director Delio Amado León.

Esa llamada estuvo resonando en mis tímpanos todo ese día hasta que me fui a dormir. El rumor de una conversación se confundía con la oscuridad de la habitación. Escuchaba jerga de beisbol mezclada con argot futbolístico. La bocina del teléfono traía un lienzo especial en la voz de Salcedo, refería que siempre se había extasiado escuchando los juegos de beisbol en la modulación de Delio Amado León. Decía que le impresionaba la diversidad de términos que había para cada posición: torpedero, campocorto, paracorto encerraban las características del shortstop. También disfrutaba mucho la denominación de camarero para el segunda base y más aún el apodo de “adulterina” para la base intermedia, sonreía al comprender que aquello se debía a que era una base que pertenecía a dos hombres, el campocorto y el camarero. Otro término que le resultaba grato era el de serpentinero para los pitchers que lanzaban curvas. Le gustaba mucho el estilo sobrio y comedido de Delio Amado y más aún el arresto que mostraba al subir la voz cuando las circunstancias lo justificaban, le parecía fantástico el grito de “jooooooonroooooon”, que aunque sabía era una imitación de la narración del gol futbolístico, tenía vida y significación propias.

Todo el bagaje, toda la inspiración plasmada por Salcedo en cada una de sus intervenciones como narrador de fútbol, decantó en determinado momento hacia varias obras literarias, entre las cuales destacan: El día en que el fútbol murió, Barrio abajo y Las otras caras del fútbol; legado entrañable del periodista, del seguidor, del escritor. Su esposa comentó que Salcedo había terminado de escribir una novela que esperaba publicar. Mientras esperamos tener la dicha de leerla aún retumba en la memoria un juego donde Salcedo recreaba un ataque del equipo brasileño describiendo cómo las camisetas cariocas demarcaban una guasacaca burbujeante en el área rival.

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