Por ALFREDO GORROCHOTEGUI MARTELL
Don Andrés Bello vivió tan solo veintinueve años de su vida en Caracas. Luego diecinueve en Londres, y finalmente, treinta y seis en Chile. Bello salió de Londres con su familia el 14 de febrero de 1829 y llegó a Valparaíso, Chile, en el bergantín Grecian, el 25 de junio del mismo año, a la edad de cuarenta y ocho años. Se están cumpliendo, justamente en el presente año, los 195 años del arribo del sabio caraqueño a Chile, donde experimentó la que fue la más fructuosa fase de vida. Período poco conocido por los venezolanos, espacio biográfico bellista en el que se destaca una de las labores más importantes del humanista: su aporte a la educación (1).
¿Y qué hizo concretamente el sabio venezolano en esos treinta y seis años de vida en un país como Chile? De todo. Tanto, que, a seis semanas de cumplir sus ochenta y seis años —falleció el 15 de octubre de 1865—, en el último discurso en presencia de su cuerpo, Ignacio Domeyko, futuro rector de la Universidad de Chile, colaborador cercano del mismo Bello durante su fundación, expresó lo que faltaría por decir del sabio: “Dudaría la razón que en una sola vida un solo hombre pudiera saber tanto, hacer tanto y amar tanto” (2).
Durante los treinta y seis años que Bello vivió en Santiago y hasta su muerte, efectuó las siguientes labores: (a) oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, para todo lo que se refiere a política externa; (b) oficial mayor del Ministerio de Hacienda para cuanto significara política interna y administración; (c) estrechamente unido a Mariano Egaña, lidera la renovación jurídica de Chile, culminada con la Constitución de 1833 y ―ya fallecido Egaña― el Código Civil; (d) a ello contribuye la acción que desenvuelve como senador, desde 1837 hasta fallecer; (e) principal artífice de la creación de la Universidad de Chile (1842-1843) y su autoridad máxima ―cuatro veces renovada y solo finalizada por la muerte―, ayuda decisivamente al nacimiento de la cultura republicana; y (f) por veintitrés años a cargo de El Araucano, periódico oficial, contribuye a conformar y a expresar en sinnúmero de materias (políticas exceptuadas) la opinión del Estado (3).
Es de destacar que el sabio preparó la mayor parte de los mensajes presidenciales de tres mandatarios (Joaquín Prieto, Manuel Bulnes y Manuel Montt) durante tres décadas. Pero Bello en Chile nunca hizo política inmediata. No le agradaba; su reservada forma de ser no le permitía practicarla en un país extranjero. No varió de posición ni aun cuando lo nacionalizaron por ley en 1832, y recibió este honor sin abandonar la calidad de venezolano. Su papel fue el de alto servidor público.
En la naciente República de Chile pudodon Andrés Bello hacer más que en cualquier otro lugar, porque había una generación brillante y sólida que supo concebir lo que tenía entre sus manos, que estuvo al tanto de conocer a fondo la realidad de su país y que valoró lo que significaba Bello. De su obra en Chile fueron forjadores hombres tales como Diego Portales, Manuel Montt, José Joaquín Prieto, Juan Egaña, Mariano Egaña, que se dispusieron a hacer de lo que Bolívar había calificado con cierta amargura como “el país de la anarquía”, una nación pujante, floreciente, sensata, progresista, ordenada, modelo, entre sus díscolas hermanas, de una vida institucional y de una admirable cultura. Sin el tesón y la innegable sagacidad de estos hombres, Chile no habría sido lo que fue y Bello no habría podido lograr lo que alcanzó (4).
Respecto de la educación, Bello siempre estuvo comprometido profundamente con esta. Se recuerdan sus clases particulares y privadas en Caracas. Su fama de estudioso y de joven tempranamente sabio llevó a varias familias mantuanas a solicitar su ayuda ad honorem en la educación de sus hijos; entre ellas la del futuro Libertador, a quien enseñaría geografía, matemáticas y cosmografía. También se sabe que hizo lo mismo en Londres, aunque esta vez cobrando lo propio para sobrevivir. En Chile, dio un curso de legislación universal en el Colegio de Santiago, y en su propia casa algo sobre literatura, filosofía, derecho de gentes y derecho romano. Participó en la reforma de los estudios del Instituto Nacional, escribió artículos clásicos sobre educación, formó discípulos, y además fundó y dirigió la Universidad de Chile hasta el final de sus días.
Pero Bello, más bien, fue un auténtico estadista de la educación. “Un examen de las actividades de Bello en Chile —dirá Iván Jaksić— revela una gran concentración en la educación, en particular en lo concerniente al diseño de un sistema de instrucción pública, y en los parámetros de la historia nacional” (5). ¿Por qué? Porque Bello ya desde sus años en Londres miraba con preocupación la transición de las nuevas naciones hispánicas, su paso del mundo monárquico a un mundo independiente y republicano.
Lo primero que el sabio caraqueño contempló en esos tiempos era que la construcción de las naciones hispanoamericanas requería de un lenguaje común: el castellano. Este sería instrumento de unidad y apoyo para la reforma y adaptación de las instituciones y tradiciones de España a las nuevas naciones del continente recientemente independizado. En tal sentido le interesó reafirmar la continuidad entre el pasado y el presente, especialmente en literatura y cultura; “y establecer un lenguaje gramaticalmente organizado y firmemente arraigado en las tradiciones ibéricas, al mismo tiempo que abierto a los cambios e influencias de Hispanoamérica” (6). Para Bello, sería a través de la lengua que se podría cimentar de una manera original y sólida los cambios políticos y sociales que se requerían para las nuevas naciones. En esto, tuvo opositores radicales que pensaban que era necesario un corte drástico con el pasado hispánico. Pero el tiempo le dio la razón al venezolano. Así pues, y con ese fin, publicó en 1947 su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, reconocida formalmente por la Real Academia Española, y con una difusión de más de setenta ediciones.
A través de la enseñanza de la lengua y de todos los esfuerzos para la alfabetización de la población, se desplegaba entonces la contigua idea de Bello: formar ciudadanos. Sería para él la educación el medio principal para el fomento de los valores cívicos. Y los valores cívicos a los que apuntó el sabio eran libertad y orden, el equilibrio entre libertad y ley. “No podía haber libertad verdadera sin un control sobre las pasiones políticas o personales […] El desafío era cómo hacer que las naciones evitaran la imposición formal del orden, de modo de incentivar una voluntaria virtud ciudadana. Bello estaba convencido de que la autodisciplina individual podía lograr la estabilidad social y política gracias a la reflexión en torno a los derechos y deberes individuales” (7).
Andrés Bello intentó lograr todo lo anterior con sus acciones y decisiones en la misma Universidad de Chile, fundada por él y de la que sería rector por más de veinte años. La universidad tendría una doble finalidad. Por un lado, supervisar y organizar la educación nacional a través de la Superintendencia de Educación; y por otro, el estudio y la investigación. La primera función le permitió a Bello fomentar la educación primaria, secundaria y terciaria a través del diseño del currículum y la supervisión de los textos de estudio. Esto además de llevar las estadísticas y promover la alfabetización nacional.
¿Pero cómo lograría Bello ayudar a formar un sistema político republicano?, ¿un sistema de participación ciudadana como régimen representativo basado en la ley?, ¿solo con la supervisión que hacía desde la Universidad de Chile? La respuesta es que lo intentaría lograr a través de la enseñanza de las humanidades que combinaría armoniosamente las tradiciones laicas y religiosas. Con ese fin, el sabio defendió con fuerza el aprendizaje del latín y de la jurisprudencia, ya que ambos contenidos podían conectar a la juventud de Hispanoamérica con una amplia tradición humanística como también proporcionar ejemplos históricos del establecimiento del orden social y político. Esto hizo que Bello sumara a la Iglesia al proyecto educacional del Estado y la convenciera de la utilidad práctica de la enseñanza del humanismo clásico. Es aquí donde se ve la firme tarea educacional de Bello: para él, el orden provendría de los valores compartidos, estudiados y desarrollados a partir de la tradición grecolatina, aplicada a elementos prácticos como la verdadera participación de los ciudadanos en los asuntos políticos y económicos de la patria (8).
Así pues, podemos decir que Bello tenía una idea de la educación similar a lo que se conoce como “paideia griega”, o más específicamente “paideia ateniense”. Esta “paideia” (entendida como formación) tenía como finalidad aleccionar a los ciudadanos a aceptar y venerar los “nómoi” (leyes) de la “polis” (ciudad). Los griegos de ese entonces tenían el convencimiento de que la “polis”, libre, pero sometida al imperio de las leyes reconocidas voluntariamente por todos los ciudadanos era el fundamento del progreso de todos los valores espirituales, de todo florecimiento cultural y de todo bienestar. Para ellos, el Estado debía apoyarse en el libre sometimiento de los ciudadanos a las leyes que protegen el bien común, y en la voluntad de todos sus miembros de brindarle toda su contribución tomando parte de las decisiones de gobierno. Esto en absoluto contraste con la tiranía de los pueblos bárbaros, quienes eran un puro objeto del Estado, obedientes a una voluntad extraña (9).
Junto a lo anterior, al sabio caraqueño no se le escapaba tampoco un tema relevante dentro de esta propuesta humanística: la importancia de la enseñanza de la historia. Para él, la historia era un campo clave para el desarrollo de la identidad nacional, y por lo mismo, muy susceptible a la ideologización y manipulación políticas (10). En uno de sus ensayos críticos sobre temas de historia intitulado “Modo de escribir la historia” del 4 de febrero de 1948, Bello dirá: “No hay peor guía en la historia que aquella filosofía sistemática que no ve las cosas como son sino como concuerdan con su sistema. En cuanto a los de esta escuela, exclamaré con Juan Jacobo Rousseau: ¡Hechos! ¡Hechos!”. Y más adelante señalará: “Hoy no es ya permitido escribir la historia en el interés de una sola idea. Nuestro siglo no lo quiere; exige que se le diga todo; que se le reproduzca y se le explique la existencia de las naciones en sus diversas épocas, y que se le dé a cada siglo pasado su verdadero lugar, su color y su significación” (11).
Pero no solo será Bello un interesado de los grandes temas para el desarrollo de la educación de una nueva nación. También le preocupará algo no tan pequeño como es la manera de actuar de un docente, por un lado, y, por otro, la manera de actuar de quienes dirigen y organizan la educación. De lo primero, en su “Memoria correspondiente al curso de la instrucción pública (1844-1848)” expresará que la cualidad más importante del educador es “el amor puro y desinteresado al saber. Este entusiasmo generoso comunicado a la mejor parte de sus alumnos es un don de mucho más precio que el de la enseñanza que se le dispensa, no sólo porque llena en sí la semilla de los futuros adelantamientos, sino que eleva y ennoblece las almas” (12). En otras palabras, el “eros pedagógico”. Ese amor por saber, para luego transmitir con entusiasmo lo aprendido o estudiado. Primer conector afectivo y efectivo entre el discípulo y su maestro. En síntesis: el cariño por lo que estudia, y como consecuencia, el cariño al transmitir lo que estudia.
Y respecto de los líderes de la educación dirá en su más famoso “Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile el día 17 de septiembre de 1843”: “Los buenos maestros, los buenos libros, los buenos métodos, la buena dirección de la enseñanza, son necesariamente la obra de una cultura intelectual muy adelantada” (13). Así, el humanista deja en claro que es propio de una nación avanzada propiciar el desarrollo de la educación a través de la adecuada organización de su dirección, de sus recursos, de un trabajo mancomunado, serio, sistemático y basado en el perfeccionamiento profundo de la enseñanza científica y literaria universitaria.
Así pues, Andrés Bello pudo crear un sistema público de educación completo y al servicio del nuevo ciudadano republicano chileno desde su función como rector de la Universidad de Chile, desde sus estudios previos sobre la gramática de la lengua castellana, desde su supervisión y diseño de todos los niveles educativos, desde sus ensayos y escritos de todo tipo, incluidos sus artículos periodísticos en El Araucano. El actual orden institucional de Chile —que no lo hace un país perfecto, pues como toda nación ha tenido naturalmente sus luces y sus sombras— fue diseñado y orquestado en sus orígenes, no tengo la menor duda, por las contribuciones del sabio caraqueño. Aportes que Bello fundamentó muy especialmente en la educación del ciudadano a través de las humanidades y como principal proceso para consolidar el equilibrio entre libertad y orden.
Notas
1 Agradezco al Dr. Luis Herrera Orellana el haberme puesto en contacto con el Dr. Iván Jaksić quién amablemente me facilitó sus opiniones sobre alguno de los temas que quería desarrollar en el presente artículo. El Dr. Jaksić es director de la Cátedra Andrés Bello de la Universidad Adolfo Ibáñez y Director del Bing Overseas Studies Program de la Universidad de Stanford en Chile. Recibió el Premio Nacional de Historia de Chile en 2020.
2 Jaksić, I. (2001) Andrés Bello: la pasión por el orden. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, p. 262.
3 Vial, G. (2009) Chile. Cinco siglos de historia. Desde los primeros pobladores prehispánicos, hasta el año 2006 (Tomo 1). Santiago: Zigzag.
4 Caldera, R. (1981) Caracas, Londres, Santiago de Chile: las tres etapas de la vida de Bello. Caracas: La Casa de Bello.
5 Jaksić, I. (2019) Prólogo. En: Andrés Bello. Repertorio americano. Santiago: Penguin Clásicos, p. 29.
6 Ídem., p. 28.
7 Ídem., p. 32.
8 Ídem., pp. 32-33.
9 Redondo, E. (director) (2010) Introducción a la Historia de la Educación. Barcelona: Ariel Educación, p. 163.
10 Jaksić, I. (2019) Prólogo. En: Andrés Bello. Repertorio americano. Santiago: Penguin Clásicos, p. 33.
11 Grases, P. (Comp.) (1992) Andrés Bello. La independencia cultural de Hispanoamérica. Caracas: La Casa de Bello. p. 123.
12 Ídem., p. 59.
13 Bello, A. (2015) Todas las verdades se tocan. Valparaíso: Universidad de Valparaíso. p. 28.