Papel Literario

Alfredo Armas Alfonzo: diseño gráfico en Venezuela

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Por HUMBERTO VALDIVIESO

A Edda Armas, Waleska Belisario y Santiago Pol, quienes hicieron posible este texto

Siguiendo a Michel Foucault podemos decir que un libro es el lugar donde múltiples lenguajes encuentran un “espacio universal de inscripción”. A través de sus páginas, esos lenguajes están tejidos en un orden específico. El saber que urde esa trama del espacio-libro reúne conceptos, criterios de selección, estilos de sintaxis, modos de diseñar y normas editoriales, entre otros. Lo hace al interior de algo que llamamos “obra”. Diseño gráfico en Venezuela de Alfredo Armas Alfonzo, editado por Maraven en 1985 e impreso en Cromotip, es una de ellas.

Esta obra, hoy ceñida a un aura mítica, apareció bajo circunstancias particulares e irrepetibles en la vida del país. Fue publicada en un momento de esplendor democrático. Las industrias petroleras, gráficas y publicitarias estaban viviendo su edad dorada. Venezuela había adquirido la suficiente madurez cultural para pensarse desde ámbitos antes desconocidos e incluso marginales. El diseño era uno de ellos. Si bien se asomaba con cierta frecuencia, desde décadas anteriores, en la prensa, las revistas, los catálogos de los museos y algunos libros ¾donde el peso estaba en la crítica de arte¾ aún carecía de un espacio de integración autónomo.

Desde su aparición, esta obra visibilizó una cultura gráfica cuya madurez le autorizaba a expresarse con voz propia. Hoy puede hablarse del diseño venezolano como un universo conceptual y expresivo que encontró su propio espacio de inscripción, formó un corpus definido y obtuvo una fe de vida. En realidad, el libro supuso un ritual de adultez, una necesidad satisfecha: la marca del hacer de una cultura anteriormente diseminada en muchas experiencias. Otras publicaciones como Diseño Gráfico en Venezuela 70.80.90, editado por el Centro de Arte la Estancia de Pdvsa en 1996, le siguieron. En la trama de esas obras posteriores, el libro de Armas Alfonso supuso una referencia ineludible.

Margarita D’Amico, Marta Traba y Miguel Arroyo, entre otros, escribían sobre temas de diseño. Armas Alfonzo hizo lo propio en la prensa y otras publicaciones. Su perspectiva estaba enriquecida por el trabajo editorial que lo vinculó al mundo de la imprenta. También por su amistad con diseñadores y artistas, su labor como escritor y una exquisita cultura visual forjada dentro y fuera del país. Los artículos Gloria a la parrilla (1977) ¾sobre Juan de Guruceaga y Tipografía Vargas¾, Valentín Espinal. El tipógrafo eterno (1978), Palabras en la embajada (1982) ¾donde abordó “los antecedentes del diseño gráfico en Venezuela”¾, La realidad del diseño gráfico (1983), Siete ¾a propósito de la mención del diseño venezolano en el catálogo de la Buchkunst-Ausstellung de 1982¾ y Quedamos en que diseño…. (1989), publicados en la página A4 de El Nacional, tienen vínculos claros entre sí. A través de ellos, y tanteando con elegancia su propio lugar en el contexto de este oficio, revisó las condiciones iniciales del diseño venezolano, sus logros, dificultades y retos. Disertó sobre los libros ganadores en Leipizig, los diseñadores presentes en Who´s who in graphic art, la prodigiosa curiosidad de que Cumaná fuese el lugar de publicación de exquisiteces gráficas como la revista Oriente e Imposibilia, la labor de Jimmy Teale, Nedo Mion Ferrario y Gerd Leufert, y los retos surgidos para el diseño cuando desaparecieron publicaciones que: “Tendían a una elaboración de las más excelentes invenciones del poder creativo como antes nunca se había conocido en el país”. Este hombre, quien para su hija Edda escribía las columnas de prensa a modo de bocetos de libros posteriores, dijo sobre su propia memoria con respecto al diseño: “La que uno resguarda, de dentro de ella, de fuera de ella, como actor de ojo pertinaz, como autor a veces cuando le toca por azar o suerte decidir algunas de sus cuestiones”.

En la vida de Armas Alfonzo y en la historia del país, Diseño gráfico en Venezuela no fue un azar ni una empresa quijotesca. De ahí uno de sus grandes valores. Que en una nación ¾acostumbrada a gestas heroicas, caudillos y a eventuales triunfos grandilocuentes­¾ se publique una obra porque personas sensatas labraron cuidadosamente su camino es un triunfo. Su autor, lejos de imponerse como una perspectiva rígida, fue un “meticuloso descifrador” del mundo que le tocó vivir. Desde su juventud en el oriente del país mantuvo un marcado interés por la labor editorial, a los 12 años había creado los periódicos locales El Trust de los cerebros, El Etesio y El Cascabel (1933-1935). En enero-febrero de 1943 fundó la revista Jagüey. En 1944, ya en Caracas, se sumergió en las profundidades de un ambiente con olor a tinta y papel. Tipografía Vargas, Cromotip, el diario El Nacional, las bibliotecas de la Dirección de Cultura del Ministerio del Trabajo, las revistas Élite y Figuras, y el mundo literario eran su ámbito de acción. Con Juan de Guruceaga, Guillermo Meneses, Carlos Cruz-Diez, Jimmy Teale, Rafael Rivero Oramas y Larry June compartió ideas y trabajos. Su ingreso en 1946 al Departamento de Publicaciones de la Creole Petroleum Corporation le llevó a dirigir las revistas El Farol y Nosotros, y a realizar un viaje a Italia donde pudo investigar el exquisito universo de su industria gráfica. Casi un año de visitas a imprentas, estudios sobre tipografía, materiales y procesos editoriales afianzaron en Europa la ya considerable experiencia que ya poseía.

Su oficio de escritor nunca estuvo apartado de la labor de editor y gestor cultural. La imprenta de la Universidad de Oriente y su periódico universitario, la revista Oriente, la vicepresidencia del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, y editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar formaron parte de este ambiente a lo largo de su vida. Sin embargo, no solo escribir, fundar revistas, promover publicaciones y experimentar con sus colegas lenguajes gráficos, literarios y periodísticos le alimentaban el alma. También lo hicieron las visitas a su amigo Gerd en Tarma donde vivía con Gego, el frecuentar a Nedo en su casa, fotografiar el país junto a Graziano Gasparini o las calles de La Pastora con Carlos Cruz-Diez, entre muchas otras experiencias.

Esto es fundamental pues ello aclara la capacidad que tenía para generar vínculos, trabajar en colaboración y cultivar una refinada sensibilidad por el diseño y los procesos editoriales. También para entender el alcance que ello tuvo en su propio universo editorial. Como autor no era un testigo o un paciente sino un catador avezado capaz de reconocer, más allá de la palabra literaria, las estrategias adecuadas para hacer del libro un espacio con Eros, una experiencia de lectura bella y sensorial. Tener la capacidad de comprender el valor poético de un texto en todas sus dimensiones, le llevaba a desbordar el espacio del lenguaje para inundar la totalidad del cosmos editorial. De ahí que su libro Hierra, diseñado por Carlos Cruz-Diez, ganara en la Feria Internacional del libro de Leipzig en 1982. También que el diseño de Angelaciones, editado por Ediciones Equinoccio-Universidad Simón Bolívar en 1979, le otorgase a Waleska Belisario El mejor libro de texto en edición popular en la Segunda Exposición Anual del Libro y la Fotografía Documental en la Galería de Arte Nacional. Este sería para ella el primer premio de su brillante carrera.

Una obra colectiva

Diseño gráfico en Venezuela es la suma de ideas, métodos de investigación y discursos lingüísticos, gráficos y fotográficos de diversas voluntades. La labor de editor, investigador y escritor de Armas Alfonzo estaba estrechamente vinculada al trabajo y visión de Leufert, quien era director artístico del proyecto y creador de la portada. La amistad y complicidad intelectual entre ellos existía desde antes de la llegada de Leufert a la revista El Farol en 1956. Para el momento de la producción del libro en 1985 ¾la cual duró más de un año¾ muchas ideas habían circulado entre los dos. Además, el lituano había hecho escuela en el país y su enorme influencia en las nuevas generaciones le ofrecía una perspectiva amplia del estado del diseño en ese momento.

El comité seleccionador conformado por Armas Alfonzo, Gerd Leufert, Waleska Belisario, Oscar Vásquez y Sigfredo Chacón recopiló, organizó y catalogó el sustancioso material de unas 600 muestras gráficas que encontramos en el libro. Oscar Vásquez estuvo en la coordinación general, y Waleska Belisario y Sigfredo Chacón realizaron el diseño. En la maqueta participaron Mercedes Madriz, Carolina Arnal y Constanza González.

Los encargados de escoger las piezas trataron de abarcar todo lo posible dentro de un universo cuya expansión era cada vez mayor. Y donde las artes gráficas y las artes plásticas mantenían estrechos vínculos. Esa selección, inevitablemente polémica, tuvo la virtud de evidenciar un territorio fértil. Un mundo que ya era capaz de pensarse a sí mismo y trazar las líneas de una tradición. Este ejercicio, donde las presencias son tan importantes como las ausencias, constituye hasta hoy una especie de algoritmo orientador para los investigadores. Y es que un producto de investigación no está para decirlo todo sino para iluminar el territorio de lo hecho y de lo que está por hacerse.

En su estructura evidente ¾superficial¾ el libro está regido por lo cronológico y los formatos de cada producto gráfico expuesto. Tiene mucho de ensayo, catálogo y galería. Pero, en la profundidad de sus páginas, uno encuentra otros espacios desplegados hacia múltiples dimensiones del conocimiento e infinidad de diálogos estilísticos. Al estar constituido su espíritu por el trabajo en equipo, en la investigación y el diseño, es posible apreciar las diversas formas que tomó el pensamiento ahí. Los diseñadores produjeron una voz gráfica ¾quizá una polifonía¾ que hoy, después de 36 años, mantiene vigencia. En la lectura apreciamos los trabajos seleccionados ¾de un período de 20 años aproximadamente¾ y, a la vez, lo que el libro nos dice de su propia forma conceptual y expresiva. Asimismo, ocurre con la voz del escritor, inseparable de la voz del diseño. Ella es una red de textos donde están hiladas entrevistas, citas, anécdotas y referencias académicas en una sintaxis que nunca deja de ser literariamente bella.

“El presente libro no se escribió para hacer toda la historia de nuestras artes gráficas, y es nuestra única responsabilidad haber escrito lo que aquí se lee y aquí se deja dicho”, aclara su autor en el prólogo titulado De la pica al sangrado. Estas palabras exponen con honestidad los límites y muestran, incluso estimulan, el trabajo por hacerse. Con todo, es una obra intelectual y expresiva a la que debemos volver siempre al menos por dos razones: se trata de un espacio de inscripción e investigación que no ha dejado de hablarnos sobre nuestra cultura visual moderna y contemporánea, y es un producto que aún merece ser pensado en toda su dimensión. Tarea que, tomando prestadas las palabras de Armas Alfonzo, “implicaría la realización de más de un volumen de páginas escritas” y diseñadas.