Por GREGORY ZAMBRANO
“Nadie sabe para quién trabaja”. Con esta frase concluye Alfonso Reyes un artículo de 1919 para hablar de Juan de la Cosa, a quien consideraba el “descubridor de Venezuela”.
Todos los viajes del cartógrafo vizcaíno aparecen documentados en el volumen Los vascos en América, de Segundo de Ispizua, que Reyes comenta profusamente para destacar el contacto con Tierra Firme, en las costas de la península de Paria, en 1498. Y desestima así la dudosa existencia de un viaje anterior, de 1497, forjado por Américo Vespucio, a quien la imaginación y destreza con la pluma le permitieron ciertas atribuciones expedicionarias, narradas, según Ispizua, con un “estilo lleno de maliciosas vaguedades”.
Juan de la Cosa era propietario de la nao Santa María, que comandaba Cristóbal Colón en su incontestable viaje de 1492. En esa misma nave acompañó a Colón en sus siguientes expediciones, siguiendo el derrotero y trazando las cartas de navegación. Y volvió luego, en 1499, acompañando a Alonso de Ojeda en la expedición que partió desde Paria hasta el Cabo de la Vela. En ese viaje venía Américo Vespucio, según el ensayista, como “simple curioso o mercader. A Juan de la Cosa corresponde en parte la gloria de este viaje, en el que levanta un mapa, “el primero del Nuevo Mundo”, publicado en 1500. Allí figura Venezuela y se determina el carácter insular de Cuba, sobre lo cual existían solamente especulaciones.
El caso es que Vespucio, dotado de una imaginación potente y audaz, tenía el hábito de la escritura y pudo contar a su manera lo visto y recorrido, mientras que Juan de la Cosa, que solo graficaba sus desplazamientos, no tuvo el tino de narrar sus aventuras, así es que casi todo lo que se sabe de estas travesías pasan por el relato de Vespucio, que daría nombre a la “Venecia” de este lado, y aún más al continente. De allí la frase con la que Reyes culmina su artículo “Los viajes de Juan de la Cosa, descubridor de Venezuela”.
Alfonso Reyes estaba atento a lo que se publicaba en Venezuela y sobre Venezuela, así como lo hizo con otros países. De igual manera, reseñó la obra de Manuel Segundo Sánchez, Bibliografía venezolanista. Contribución al conocimiento de los libros extranjeros relativos a Venezuela y sus grandes hombres (1914), a la que consideró “obra de verdadero mérito en su línea”.
Descubrir, a solas, el mundo
En sus páginas autobiográficas Reyes destaca las referencias a dos casas que ocupó su familia en Monterrey. La primera, llamada la casa de Bolívar, donde vivió sus primeros días, situada en la avenida que rinde homenaje al prócer y de la que hace una entrañable semblanza al contar los hábitos de vida: “aquella casa, como la casa Degollado más tarde, era para mis hermanos Bernardo y Rodolfo al propio tiempo habitación, cuartel, huerto, amén de ser bosque, gruta, tierra por descubrir, escondite para no ir a la escuela, isla de salvajes y muchas cosas más, propias de la imaginación y juegos de los niños”.
Estos detalles de su biografía se suman a su interés en la figura histórica del Libertador, de quien se ocupó en varias oportunidades. En 1919, ya radicado en Madrid, escribió el ensayo “Bolívar y los Estados Unidos”, en el que destaca la enjundia del historiador W. R. Shepherd quien, a partir de toda la documentación disponible en su época, se dedica a desmantelar la tesis, muy socorrida entonces, de que Bolívar era enemigo de los Estados Unidos. Al contrario, sostiene Reyes, según la tesis de Shepherd, “Bolívar al organizar su América, se proponía como modelo ideal, en cierto modo, el ejemplo de los Estados Unidos; así como él en lo personal, declara más de una vez la noble emulación con que considera la figura de Washington”. Y zanja la disputa sobre la ponderación de ambos fundadores, al reconocer que “Bolívar es héroe amable de las dos Américas y cuando una y otra se enfrentan ante la memoria de Bolívar solo es para disputarse su amor”. (“Bolívar y los Estados Unidos”).
Reyes también reseña el libro de Caracciolo Parra Pérez, Bolívar et ses amis de l’étranger (1919), en el cual destaca las relaciones y valoraciones que el héroe nacional tuvo entre sus contemporáneos europeos, principalmente con sir Robert Wilson, O´Connell, Humboldt, Bentham, De Pradt, Boussignault, Bonpland y Lafayette. Concluye que “Lord Byron, atraído por la gloria de Bolívar, quería conocer su patria. José Bonaparte le manda pedir que acepte en sus filas al hijo de Murat. Luis XVIII se interesa por él, lamenta no vivir lo bastante para ver realizada la obra de Bolívar, y le pide un retrato del héroe a Mme de Villars, prima de este”. (“Amistades ilustres de Bolívar”).
En España, entre amigos
Al antiguo café y botillería de Pombo en Madrid, acudían escritores, pensadores y sabios. Allí “oficiaba el genial Ramón Gómez de la Serna, cuyos contertulios tenían todos cierto aire de conspiradores estrafalarios y esgrimían las ideas audaces como se esgrimen las espadas”.
Entre aquellos habituales estaban José Bergamín, Manuel Abril, Tomás Borrás, Mauricio Bacarisse, José Cabrero, y el venezolano Pedro Emilio Coll, “que espantaba a todos explicándoles la fabricación del queso y haciéndoles percatarse de que habían ingurgitado una incalculable cantidad de cera a lo largo de sus vidas por la desmedida afición a comerse siempre la corteza”. (“Un recuerdo de Pombo”). Así, destaca a otros venezolanos, afincados en Madrid, como Manuel Díaz Rodríguez y Rufino Blanco Fombona.
Ya radicado en México, Reyes fue un amigo cercano y generoso con Rómulo Gallegos, desterrado en su país, luego del golpe militar que lo depuso de la presidencia en octubre de 1948. Gallegos recibió en México el afecto y el reconocimiento de distintas personalidades de la política y la cultura. Al igual que Andrés Eloy Blanco, a quien Reyes dedicó un poema ante la tragedia personal y el dolor de patria que aquejaba al transterrado: “Lejos del suelo natal, / toda la familia humana/ es suya, porque la hermana/ en una nobleza igual/”. (“Al poeta de Giraluna”).
Años después, movido por el afecto fraternal hacia nuestro poeta, acudió a su sepelio, tras el fatal accidente automovilístico, ocurrido en la capital azteca, en mayo de 1955. Luego escribiría un elogio de aquel, “cuya alma se desborda como fuente henchida a la más leve solicitación”. Así las palabras sentidas Alfonso Reyes: “Tal era Andrés Eloy blanco, el venezolano que hasta hace pocos días vivía entre nosotros. Ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno del insigne Rómulo Gallegos, héroe civil, claro varón, poeta auténtico. Ha caído víctima de un atroz accidente. En México soportaba su destierro con noble melancolía y convertía su dolor en canciones. Parecía, en su dulzura y en su limpieza, una acusación viviente contra todas las violencias y las injusticias del mundo. Era nítido y bravo, de fino acero y fino temple. Era el buen hispanoamericano, el hombre cordial. Su último libro se llama Giraluna: la novia del “girasol”, dice él con inimitable gracia. No morirá del todo. Alienta en las ráfagas de sus versos”. (“Andrés Eloy Blanco”).
En otra ocasión comentó entusiasmado los cuadros que hacía Manuel Antonio Salvatierra (seud. MAS). En un artículo, titulado “Los cartones de Salvatierra”, destaca los méritos del artista en la reconstrucción de leyendas y tradiciones venezolanas: “Pero esta singular pintura despide un aroma de evocaciones folklóricas que me hace trasladarme al reino de los ritos y los misterios de todas las razas primitivas; es decir –para despojar del todo el concepto–, al primer lecho terrestre en que dormía y sigue durmiendo muchas veces nuestra conciencia, antes de abrir los ojos a las limitadas avenidas de la razón”.
El enigma es la causa del asombro
La amistad literaria de Alfonso Reyes con algunos intelectuales venezolanos pasa por las maneras finas de compartir la presencia, los proyectos, cartas y publicaciones.
Uno de los venezolanos que mantuvo con Reyes una mayor comunicación y trato personal a lo largo de muchos años fue, sin duda, Mariano Picón Salas. El merideño le empezó a escribir siendo prácticamente un adolescente que iniciaba sus estudios de liceísta y luego llegaron a compartir emprendimientos culturales, institucionales y literarios. Sobre Alfonso Reyes escribió Picón Salas ensayos como: “Varón humanísimo”, “Alfonso Reyes y Nuestra América” y “Una ciudad en la estepa”, entre otros. También destaca el hecho de que Mariano Picón Salas, como director del Papel Literario de El Nacional, lo invitara a colaborar en sus páginas.
Por lo pronto solo dejó aquí la mención del intenso epistolario de Picón Salas con Alfonso Reyes, recogido en el libro Odiseos sin reposo, o los intercambios con escritores como Luis Beltrán Guerrero, a quien Reyes le escribió en 1953: “Mi buena fortuna me ha deparado muchos amigos, muy benévolos críticos, muy comprensivos censores. Pocos habrán acertado como usted a plantarme la flecha en el centro mismo del corazón. Muchas gracias. Razón y sin razón. Danza del espíritu, sí: bailar por encima de sí mismo, decía Zaratustra. Y si el mundo se nos derrumba, como en Horacio, pisar, impávidos, las ruinas. Un abrazo de profundo agradecimiento”. (De Alfonso Reyes para Luis Beltrán Guerrero, carta inédita, 1953).
También Guerrero comentaba acerca de la obra del regiomontano: “Don Alfonso fue muy leído en Venezuela, pues nuestra alta moneda de otro tiempo permitió a los periódicos pagar bien las colaboraciones de ilustres escritores foráneos. Los libros eran entonces baratos, para delicia, ahora nostalgia, de pobre lectores pobres”. (“Alfonso Reyes y los venezolanos”).
Reyes y Pedro Emilio Coll, después de su intensa vida de contertulios en Madrid, tuvieron una afable comunicación epistolar. En una carta de 1919, le dice Coll, hablándole del protagonista de su célebre cuento “El diente roto”: “¿Sabe Ud. cómo se vengó Juan Peña de mí? Pues haciéndome otorgar, desde el imperio de las sombras, los mismos “honores” que en vida le hicieron a él sus contemporáneos. Así he sido, como Juan Peña, “diputado”, académico y ministro…”. (De Pedro Emilio Coll para Alfonso Reyes, carta inédita, 1919).
Regiomontano, mexicano universal, supo llevar orgulloso su lengua y su cultura fuera de las fronteras del idioma con la X de México en la frente, tatuada en el orgullo de su gentilicio, y eso también fue un puente, una fuerte manera de posicionarse frente al fanatismo nacionalista de su época, que le reclamaban su cosmopolitismo y ausencias del suelo natal.
Alfonso Reyes fue un hispanoamericano excepcional, perspicaz desde niño gracias a su curiosidad intelectual. Desde joven estudiaba en métodos europeos los avances del pensamiento y reclamaba que también se valorara la producción intelectual y científica hecha por los hispanoamericanos: “si ya es un portento dar con nombres españoles en las bibliografías de las obras científicas inglesas y francesas, es casi quimérico buscar la cita de un libro hispanoamericano”, con lo cual estaba visto que llevaba consigo el orgullo de su cultura, lengua y tradición. Su obra, como ejemplo, borró fronteras y unió voluntades a través del arte, la literatura y el don de gentes.
*El autor quiere dar constancia de la colaboración recibida por parte de la directiva y personal de la Capilla Alfonsina-INBAL, en la Ciudad de México.
**Gregory Zambrano (Mérida, Venezuela,1963) es doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Ha sido director de la Escuela de Letras de la ULA (Venezuela). Es catedrático de literatura latinoamericana en la Universidad de Tokio. Entre sus libros: Mariano Picón-Salas y el arte de narrar (2003); Hacer el mundo con palabras (2011) y Paisajes del insomnio (2015).
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