Por CARMEN VERDE AROCHA
“Tantos pájaros parten sin regreso”
Phillippe Jones
Dentro de la tradición poética venezolana llaman la atención los autores que han cultivado una relación cercana, casi íntima con el habla de otras lenguas. El hablar y pensar en otra lengua les ha complementado su formación y les ha otorgado la posibilidad de leer la poesía de los escritores clásicos y de vanguardia de distintas culturas. En el siglo XIX poetas como Andrés Bello, Juan Antonio Pérez Bonalde y, en el XX, Guillermo Sucre, Rafael Cadenas, Alfredo Silva Estrada, Verónica Jaffe, Márgara Russotto, Hanni Ossott, Ana María Del Re, Rowena Hill, Adalber Salas, Gina Saraceni, Erika Reginato, Claudia Sierich, Geraldine Gutiérrez-Wienken, entre otros, han encontrado –en la traducción de libros de poesía– rutas para explorar nuevas formas poéticas y renovar sus propias escrituras. Podríamos recordar, por ejemplo, a Alfredo Silva Estrada, quien hizo de la traducción lo que llamó su segunda piel.
También nuestro interés está centrado en los poetas venezolanos que hablan una segunda lengua, heredada de sus padres, en su mayoría inmigrantes que llegaron a Venezuela a mediados del siglo XX. En este caso nos detenemos específicamente en los hijos de italianos. Nombro a Vicente Gerbasi, Márgara Russotto, Ana María del Re, Gina Saraceni, Carmen Leonor Ferro, Erika Reginato, entre muchos otros, hermanados por una misma lengua ancestral, familiar desde su más temprana infancia, que de manera consciente o inconsciente los devuelve a sus raíces, a un origen al que pueden ir y venir constantemente. En este sentido, Alejandro Sebastiani Verlezza, autor de tres poemarios: Posdatas (El Pez Soluble, 2011), Canción de la encrucijada (Eclepsidra, 2016), Partir (Oscar Todtman editores, 2019) se inscribe dentro de estos dos grupos que he mencionado: Poeta-traductor y poeta hijo de inmigrantes italianos.
La poesía de Alejandro Sebastiani Verlezza, y así lo confirman sus publicaciones anteriores y más significativamente su poemario Partir, constituye un espacio singular, dentro de su generación, en este siglo de casi dos décadas, por ser una palabra consciente y reflexiva que se mueve, se desplaza hacia sus raíces italianas, pero que no se detiene –en su escritura, por mucho tiempo– en la nostalgia por la ausencia del padre ―Gerbasi-Reginato―, o en la melancolía de comprender el por qué hay que partir ―Russotto-Ferro―. El mismo autor escribe en la solapa de su libro: «En Partir hago un elogio del movimiento, las rutas, las veredas y los caminos, los que se ven y los que no tanto, los que marca el deseo y los que súbitamente se esfuman. Me inquieta la visión de esos caminos, su inminencia, sus confines y su lejanía». Esta cita, al leerla, no puedo dejar de acompañarla con unas palabras del poeta Jean Arp. Dice: «No podemos entendernos en el lenguaje interior sino con los hombres que encontramos en los confines, confines de las cosas».
Más allá de las referencias políticas o sociales –como la inmigración europea que llegó al país durante la posguerra, o como la migración de estos últimos diez años, padecimientos muy bien reflejados en el texto– en Partir, Sebastiani Verlezza reflexiona, se reencuentra con singular lucidez con la lengua de sus ancestros y parientes italianos; dialoga mientras ellos van y vienen y en ese movimiento, desplazamiento, por veredas, caminos, como él muy bien los llama, advierte de ese paso que hay entre el desengaño y la conciencia. «… corro hacia mí/ pero no me encuentro/ ―o eso parece―/ me busco en otra lengua/ una que me habla solo cuando quiere/». Y concluye: «―nadie sabe cómo suena este misterio―/ porque oír lo que no puedo del todo es la dicha…». Márgara Russotto, década antes pareciera responderle: «cuando ya me iba/cuando solo apenas yo comenzaba a comprender».
María Zambrano precisa aún más: …el poeta «sigue quieto esperando la donación. Y cuanto más tiempo pasa menos puede, decidirse a partir. Y cuanto más se demora el regalo soñado, se vuelve hacia atrás; se deshace, se desvive, se reintegra cuanto puede, a la niebla de donde saliera».
La palabra de Alejandro Sebastiani Verlezza, su poesía, Partir, anuncia el asombro del poeta ante el amor, la vida, la enfermedad, la muerte, por eso se deshace pero también se reintegra en la vuelta, en la vida que renace, en el movimiento del viaje, aun estando en el mismo sitio: «el paisaje está ahí/ –siempre moviéndose― aunque a veces lo quiera ver fijo».
Partir, quizás sea una metáfora del desengaño ante el desencuentro. Partir, también, significa según el diccionario: dividir. Entonces, ¿cómo unir lo que se ha partido? Esto lo distancia del verbo intransitivo ir. ¿Acaso parte lo que ya está dividido? ¿Cómo hacer de lo partido, una unidad para emprender el viaje? Solo el que parte está dividido, emprende un viaje hacia sí mismo para hallarse en la unidad.
En el poema con el título homónimo al libro, «Partir», se lee: «dejar la habitación en cero/ los muros más blancos que nunca». Tan blancos como el mar que evoca a lo largo de todo el poemario: «¿quiénes se han ido/ –dónde están–/ los que supieron amarrarse al mástil?/ ¿dónde viven?/ ¿en cuáles aguas?». Versos que evocan a Eneas, a Homero, y también a Orfeo: «te ruego/ no me hagas voltear/ no me hagas volver».
Partir hacia otra lengua lleva dentro de sí la posibilidad del amor. El amor que genera el temblor de entrar y viajar dentro del otro, o dejar que el otro entre y viaje en nosotros. Ese temblor previo al que alude Sebastiani Verlezza que se da justo en la víspera de los viajes, no es distinto al temblor que durante nuestra infancia experimentamos mientras crecemos y van partiendo nuestros abuelos, nuestros tíos, muchos seres queridos. Viajamos siempre pendientes de lo que acontece al otro lado, como ocurre en la película Al otro lado, del director turco-alemán Fatih Akin. Del lado de allá de nuestra voz, luego de atravesar el océano: «largo y más que largo es el camino hacia la distancia», dice Alejandro. Y el poeta Alfredo Silva Estrada desde los confines parece responderle a través de su poema titulado «Antes de partir»: «Antes de partir/ No te detengas a mirar/ Esas sábanas en desorden/Y ese vaso/ Donde tantas veces uno ha bebido/ Busca más bien/ Los horizontes que puedas tejer como estambres/ Los pájaros que comen sobre los hombros de los ciegos/ Y esa ruta que te lleve/ Como una escritura».
Celebro la fuerza de esta voz, de Alejandro Sebastiani Verlezza, la del lado de acá y la del lado de allá. La voz que parte y regresa acompañada de otras voces, como las que tanto perturbaban a Enriqueta Alverlo Larriva en su poemario La voz aislada. Sin embargo, en Partir estas voces que se incorporan no perturban, son cercanas. Su tono de habla cotidiana, casi coloquial, nos confunde, nos obliga a releer una y otra vez. Sebastiani Verlezza, hermanado con las voces de poetas de padres italianos, también deudor de dos grandes de la poesía venezolana, seres que partieron y ahora parecen estar de vuelta: Alfredo Silva Estrada y Enriqueta Arvelo Larriva. Así lo confirma su poesía, así lo deja ver Partir.
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