Por FEDERICO PACANINS
1.
El 27 de enero de 2020 falleció Alberto Naranjo. La memoria del maestro amigo movió, en muchos sentidos, el recuerdo de producciones discográficas, programas de radio, conciertos, crónicas teatrales, recuentos, viajes y un largo etcétera que abordamos juntos a lo largo de casi tres décadas. ¿Qué hablar de Alberto? ¿Qué cosa compartir que ayude a preservar, de alguna manera, su imagen y valía artística?
La respuesta a la inquietud me llega a través de una entrevista realizada para el diario El Mundo en el año 2001. El periodista Aquilino José Mata, entonces a cargo de las páginas de cultura y farándula del periódico, dio espacio a la idea de realizar perfiles de músicos a quienes entrevistaba bajo un aparentemente sencillo cuestionario: ¿quién eres?, ¿qué has hecho?, ¿a quién le debes?, ¿hacia dónde va tu trabajo?
«Primera persona» fue el título de la serie con distinguidos músicos nacionales -Aldemaro Romero, Elisa Sotelo, Rosa Virginia Chacín, Renato Capriles, Alfredo Del Mónaco, Rodolfo Saglimbeni, María Rivas, Biella Da Costa, entre otros- que presentamos mediante las respuestas confesionales de los entrevistados . Y, así, en voz e ingenio de «Primera persona», pues Alberto en aquel año de 2001, llegando a sus sexagésimo aniversario, en su plenitud artística, nos ofreció con sus propias palabras una suerte de perfil personal que, con entrañable afecto, a continuación compartimos.
«Yo soy Jorge Alberto Naranjo Del Pino, mejor conocido como Alberto Naranjo, músico venezolano nacido en Caracas un 14 de septiembre de 1941, próximo a ingresar en el club de los sexy -que no sexa-genarios. Mi madre es Graciela Naranjo, notable cantante caraqueña de boleros recientemente fallecida, de quien, estoy seguro, heredé el talento para el arte que me ha ayudado a subsistir; vale decir, la música en sus principales vertientes de mi interés: la percusión, los arreglos, la dirección y la composición.
Dejando a un lado los reconocimientos familiares (hijos, hija y nietos queridos cargan mis afectos centrales), hablo en primer término de la percusión, porque debo decir que aun cuando algunos melómanos jóvenes me visualicen detrás del vibráfono de Alfredo Naranjo, mi dilecto alumno, soy desde hace 40 años ejecutante profesional de la batería y el timbal.
También me entiendo con la tumbadora, el bongó u otros instrumentos de percusión miscelánea o sinfónica, pero lo cierto es que mis inicios profesionales apuntan a la batería y timbaleta de cantidad de formaciones de aquellos años cincuenta, sesenta y setenta -a ver si me acuerdo-: Leonardo Pedroza, Chucho Sanoja, Porfi Jiménez, Los Melódicos… «Ella baila el pompo…». Tulio Enrique León, El Trío Venezuela… «Magia blanca tu tienes…» el Show de Oscar Martínez, Raúl Fortunato, con quien por cierto estrené una batería en la grabación de Limón, limonero de Henry Stephens, el mismo instrumento que suena de entrada en la hoy vetusta marcha de Radio Capital (hasta es mío el abanico de timbal del clásico Cumpleaños feliz, de Luis Cruz, grabado por Emilio Arvelo).
Desarrollar destrezas como baterista me procuró no solo trabajo en orquestas de baile, sino también en estudios de radio, televisión y comerciales. Allí, vía curiosidad natural, pues consigo acercarme al arte de los arreglos: «¿qué acorde es este?», me preguntaba el pianista de turno, y yo nada de nada. Pero el juego era interesante; no en vano la cantidad y calidad de música escuchada en casa por conducto de mamá: jazz («Un poco loco», de Bud Powell, de las primeras cosas disfrutadas), expresiones académicas de Debussy, Ravel, Bartok, Wagner… también cosas folclóricas y, por supuesto, música popular, pero selecta. Buenas orquestas, excelentes intérpretes: Pedro Vargas, Benny Moré; también Billo, Larrain, Sanoja, Galindo, Monterrey, Sadel; Elisa Soteldo, de nuevo mamá (no es por nada, pero nunca oí expresión semejante para el bolero)… Machito, Tito Rodríguez, O’ Farrill con sus bandas; Mel Lewis, Alfonso Contramaestre, «El Pavo» Frank Hernández y George Lister desde sus influyentes baterías; Tito Puente, tal vez mi ídolo debido a ese múltiple papel de ejecutante, arreglista, director y compositor que tanto me inspiraba al momento de tratar de descubrirle al pianista sus trucos de armonía.
Intercambio y responsabilidad terminaron siendo las palabras claves dentro de mi formación musical (recuérdese que soy autodidacta en el más amplio sentido de la palabra): «Cabrera, maestro, aquí listo para el toque, pero dime… ¿cómo orquestas para el cantante sin interrumpirlo?, ¿me dejas ver tu arreglo?». Y el maestro Eduardo Cabrera, lo reconozco, me daba una mano mientras yo le servía lo mejor posible. Otro tanto sucedía con Aníbal Abreu, con el amigo Raúl Renau, a quien debo lecciones aprendidas de organización y cumplimiento; todos ellos profesores con quienes, para mi satisfacción, intercambié hasta adquirir, sí, la destreza del arreglista (ajustar la música compuesta al formato orquestal requerido) pero, sobre todo, una personalidad musical muy bien definida.
Luego llegó el tiempo de la composición y la dirección. Primero se aprende a sumar y restar, y después a multiplicar , ¿cierto? Pues ejecución percusiva y arreglos se convirtieron en mi escuela, para posteriormente comandar mediante un aditamento central en todo esto: responsabilidad a la hora de cumplir.
Así, El Trabuco Venezolano fue un proyecto de comando responsable de finales del setenta, compartido con Domingo Álvarez, Orlando Montiel y César Miguel Rondón. Una banda de ocasión, reunida fundamentalmente para grabar, con oferta de calidad en los arreglos y en una ejecución más cercana al jazz, a las orquestaciones de las mejores bandas de baile, que a la salsa típica de nuestro ambiente… Allí está «El hijo del sonero», por ejemplo, con un solo de José «Cholo» Ortíz (Q.E.P.D), comparable al mejor Eddie Palmieri o a Papo Lucca.
El Trabuco, digo, es quizás mi logro musical más conocido pero, de seguro, de los menos comprendidos en cuanto a su intención y alcance: ¿Alberto Naranjo, un músico venezolano comprometido con la salsa? ¿Un jazzista disfrazado de salsero? No, nada que ver. Siempre he querido servir buena música sin condición de etiquetas: el mejor piropo está en que te reconozcan por tu sonido, trabajar cerca de las magníficas composiciones u orquestaciones de un Puente, O’Farrill, Thad Jones; de un Billo, Eduardo Cabrera, Aníbal Abreu… también cerca de esas otras fuentes de arte con posibilidades sublimes para la expresión popular urbana; las mismas cosas que hemos grabado o editado con Obeso & Pacanins: Oblación, Cosas del Alma, las compilaciones del Trabuco; Swing con son, dedicado a Billo, mi disco favorito; Dulce y picante, en homenaje a Larraín; Los cantos del corazón y El legado, con participación de Graciela, Estelita y Rafa; los programas en Jazz 95.5, los ciclos creativos de Corpgroup; los Arranca en fa en los desaparecidos Espacios Unión de Vilma Ramia y María de Jesús Sánchez.
He trabajado y trabajo bajo la firme creencia de encontrar casi todo adentro de uno mismo; digo, dentro de este caraqueño sesentón -¿sexygenario?- afín con su ciudad y sus ambientes. Libre para hoy día investigar, escribir, reportar, conducir programas de radio, cantantes, músicos u orquestas.
Siempre abierto, insisto, al intercambio responsable en procura de crecimiento, de verdadera creación: por ello doy apoyo, dirijo, enseño; pero también pido mano franca, la sensibilidad hermana, el afecto total y, quizás, hasta un pedacito del otro cachete de cada quien (¿no me vieron en el Teresa Carreño dirigiendo la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho en favor de Oscar de León y su celebración de 30 años de vida artística?).
2.
El jueves 15 de agosto de 2013, doce años después de la entrevista en «Primera persona», Alberto me remitió un email que tituló «Libre albedrío». Se trataba de la respuesta a un permiso solicitado para utilizar material grabado de su propiedad, en una antología discográfica que estábamos realizando. El contenido, la redacción impecable y el tono de un casi octogenario Naranjo –muy distinto al de años anteriores-, complementan el perfil de este amigo artista, con un muy alto nivel tanto en su quehacer como en su ética:
Hola FP.
Pierde cuidado. No necesitas permiso para tomar material del Trabuco. Cualquiera de mis trabajos es de dominio público. No es una regla escrita, ni es parte de la esencia de mi música, sino el uso y costumbre de los que la consideran necesaria como referencia colectiva o un mero interés personal. Como es natural, me he acostumbrado a vivir con ello y tengo años laborando para beneficio artístico tanto en lo personal como en lo comunitario. Prefiero actuar así para evitar tenebrosas acciones que estén fuera de mi alcance.
En cuanto al Trabuco, jamás lo concebí como objeto materialista sino como alternativa local a la propuesta de músicos aficionados. Tampoco lo asumí como un grupo más de salsa ni como recurso para el bailador, mucho menos para vender discos. Estaba al tanto de que no tendría difusión radial por la duración de los temas. En todo caso intenté recuperar el eslabón perdido entre nuestras orquestas y presentar un repertorio ante un auditorio correctamente sentado. Los resultados fueron mixtos. Tú debes saberlo mejor que nadie. Una significativa cantidad de gente aceptó al Trabuco como un Grupo de Estrellas locales; otros como una fórmula más jazzista que salsera o más salsera que jazzista (¡?). Total, pocos lo aceptaron como una rúbrica musical; como la sonoridad de un creador extendida a sus trabajos posteriores. Sin embargo, he sido gratificado con más de lo que soñé alcanzar durante mis comienzos.
A este punto, poco importan las diversas interpretaciones atribuidas a mi música. Nada nos posee, pues nada poseemos. Quien se habitúa a dar y compartir no se siente tan mal de no recibir mucho a cambio. Mi pequeña obra tiene miles de seguidores en «Youtube» sin mover un dedo de mi parte, de modo que no me quejo, así no perciba un céntimo por ello.
De igual manera, cuando encuentro uno de mis discos ilegales en alguna calle de Caracas, lejos de entristecerme, lo asumo como el honor de algún melómano clandestino interesado en preservar un párrafo de nuestra historia musical. Es una fechoría de poca monta y, aunque está a la vista de todos, es sincera e ingenua por estar destinada al consumo de un simple puñado de seres.
Son gestos que agradezco, pues compensan la indiferencia de propios y extraños. Son gestos que nos enseñan a vivir con poco enojo y sin rencores ni reclamos; a hacer lo mejor que podamos aún a merced de escasos recursos; a asumir nuestras responsabilidades con claridad meridiana.
De cualquier manera, gracias por preservar el protocolo habitual. Te deseo buena suerte en este nuevo proyecto.
Saludos.
A.N.
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