De paso por París para la presentación de su novela, el escritor venezolano se reunió con nosotros para conversar sobre literatura y política.
A inicios de este siglo, Venezuela comenzaría un giro en su historia: un militar tomaría las riendas del país por vía democrática. Al pasar una década, el país entero estaba recubierto de un inmenso sudario que bañaba los grandes edificios de la capital con el rostro del Comandante. En algún momento aprendimos que este “Comandante” era “eterno”: el padre inmarcesible de la Patria. El militar caminaba entre los mendigos y los vendedores ambulantes, comía empanadas en televisión, cantaba y bailaba. Era discusión diaria en hogares atomizados entre los clanes pro y contra. Hubo Montescos y Capuletos venezolanos. El Comandante era omnisciente, se le endilgaban todas las gracias y las desdichas personales. Así, la noticia de la enfermedad de Hugo Chávez en el 2011, mantuvo al país en vilo hasta su deceso en el 2013. Estos últimos días del Comandante, inicialmente bautizados como Patria o muerte (XI Premio Tusquets Editores, 2015) por su autor, Alberto Barrera Tyszka, ahora se presentan en francés por la prestigiosa editorial Gallimard.
El día se despierta soleado. Una temperatura entre 8 y 12 grados hace que los parisinos se intercambien su mejor sonrisa primaveral. El escritor venezolano hace su entrada a una de las salas de encuentro para la prensa en la editorial parisina. Lo primero que pide es no ser tratado de usted. Tenemos poco tiempo y mucho que conversar; la pluma aguda y el análisis sin tapujos de Alberto nos da algunas luces sobre el acertijo en que se ha convertido el país.
―Hay dos estilos bien subrayados en su libro. Está el periodístico, donde se narra la situación de Venezuela en el 2012, y el literario, donde los personajes ficticios hacen avanzar el relato. ¿Cómo sucede ese proceso de escritura?
ABT: La verdad, no escribo de manera planificada. Quizás se lea así, pero yo no tengo un método para diferenciar estilos. Lo que sí hice fue investigar de la manera más seria posible todo lo que tuviese que ver con la muerte de Chávez. Quería ser muy respetuoso con la enfermedad, incluso con el propio Chávez. Es por esto que apelé a la rigurosidad periodística: allí todo, absolutamente todo lo que él dice, es sacado de sus discursos. Hay manera de ir a la fuente original y comprobarlo. Esto se mezcla, como bien señalan, con la narrativa de ficción. Está la parte de la enfermedad, toda la opacidad en torno a su figura; el país por un lado y los personajes ficticios por otro. Entonces, esta mezcla se hizo sin plan o esquema deliberado. A medida que iba avanzando, alternaba estilos, de manera libre y sin tramas preestablecidas.
―Hay un gran debate en la literatura contemporánea que plantea que no podemos escribir sobre las ideas de personajes históricos. En su novela, usted jamás narra a Chávez en primera persona, excepto en un momento cuando el periodista, Freddy, hace un ejercicio o intento narrativo. ¿Cree usted que los escritores deben evitar este tipo de narrativa?
ABT: Yo creo que el escritor puede hacer lo que le da la gana. En ese terreno es como dios: el escritor puede probar e intentar lo que sea. Yo hice un experimento para esa parte de la novela. Traté de narrar a Chávez en primera persona, pero me pareció difícil y algo insostenible. Por eso lo puse en boca de un personaje. Eso hay que hacerlo: traspasarle al personaje las dudas del escritor. Llegué a tener muchos capítulos narrados desde la voz de Chávez, pero me pareció muy agotador, no tanto para el escritor sino para el lector. Era insostenible, sentía que no iba a salir bien. Son esas cosas que vas escribiendo y luego te dices, no, esto no… Terminé entonces reduciéndolo a esos párrafos que están allí, donde el periodista Freddy dice que no pudo continuar. Sentí que lanzarse diez páginas así iba a ser demoledor para el lector. No tiene que ver con opiniones que tenga sobre el estilo y la forma, yo creo que el escritor tiene que probar con todo: los tiempos, el tipo de narrador, y ver cuál es el que más funciona.
―El escritor argelino Yasmina Khadra publicó recientemente una novela en primera persona donde el protagonista es Khaddafi (Los últimos días del líder). Pues a los medios franceses les pareció espantoso. No soportaron que Khaddafi fuera narrado por Khadra de esa manera.
ABT: Claro, pero Norberto Fuentes tiene una biografía así, con Fidel narrado en primera persona, desde el yo; y hubo gente, como Teodoro Petkoff, que me dijo que era impresionante ya que hablaba igual que Fidel Castro. Más bien le parecía que había un trabajo con el tono y el ritmo que estaba muy bien. Yo no tengo prejuicio con respecto a eso, la verdad.
―Usted afirma en el libro que Chávez usó el humor para socavar el discurso político. El humor como forma discursiva, ¿es incompatible con el intercambio político entre dos partes que se quieren poner de acuerdo? Esa especie de cinismo que usó Chávez socavó las bases del arreglo político venezolano. Pareciera ser que mientras más dicharacheros y echadores de broma son los pueblos, más dejan que los gobernantes hagan los que les da la gana.
ABT: El humor me interesa muchísimo porque habla de la venezolanidad, algo que Chávez entendió perfectamente. Cabrujas en un momento hablaba del difunto presidente Luis Herrera Campins como un gordito de Acarigua, al que le gustaban los torontos y que salía a la calle con unos redoblantes, con unos tipos vestidos de cosacos, y miraba a cámara como diciendo: “Yo no soy así, esto todo es una especie de representación que no somos nosotros”. Chávez asumió que sí somos nosotros. Así, la solemnidad del poder la bombardeó totalmente. Se perdieron las formas. Cuando él fue y le dio una palmada al emperador japonés Akihito, la clase media se molestó y el mundo habló de sus malos modales, pero el pueblo estaba fascinado. Él decía, “yo soy así y no tengo por qué cambiar, que cambien los otros”. Eso acabó con todo, somos una sociedad que perdió las formas. Chávez concentró todo en él, concentró las formas en todos los sentidos. “Yo soy el gran patriarca que da la plata”, “destruyamos todos los protocolos”, “yo hablo nueve horas por televisión y todos se la calan”, y “las cosas tienen que ser así, porque tú te diriges a mí dándome un papelito, sin formas”, así acabó con todo.
―¿No le parece que Chávez representa, de manera más global, el agotamiento del modelo democrático occidental? El discurso modernista parece estar caduco y su tracción en la sociedad es casi nula. Chávez ejemplificó el escepticismo hacia la ciencia, hablando de tecnócratas y cifras trucadas. Es la destrucción del meta-relato científico que englobaba a la modernidad. Las opiniones están en el mismo nivel de legitimidad que las afirmaciones científicas o filosóficas.
ABT: Siento que todo eso forma parte de una enorme crisis de la representación. Estamos en un momento histórico donde la representación más clara, que era la política, se acabó. No existe. Esto es terrible porque va a acabar con una forma de hacer política, aquella que conocimos nosotros.
―El problema es que hemos destruido los esquemas de interpretación con el “post-modernismo”. Ahora se cree que hay una infinidad de interpretaciones posibles de un hecho. Esto es cierto, pero el que haya infinitas interpretaciones no significa que todas sean válidas. Pero como botamos el modernismo por la ventana, nos quedamos sin esquemas morales y éticos para escoger entre todas estas interpretaciones. Es el caos del “todo vale”. Es preocupante porque cuando las cosas se reforman, no sabemos hacia dónde van.
ABT: En ese sentido me parece interesante el triunfo de Trump en los Estados Unidos. Es el perfecto ejemplo de esta crisis de representación, ya que ni siquiera tiene los votos. Resulta entonces que el mundo está en manos de un tipo bastante cuestionable, y es él quien tiene el poder. No sabemos a quién representa, ni cuáles son sus intenciones reales, ni cuáles decisiones tomará. ¿Esto es lo que llamamos democracia? ¿Cómo funciona? En esta configuración, gente como Chávez tiene la ventaja, por su uso de los medios. Trump era una estrella de tele-realidad. En España, el partido Podemos viene de la televisión. Eran académicos, pero ganaron seguidores con los programas televisivos. Son muy parecidos. Chávez era una persona que tenía una especie de hiper consciencia de lo mediático. Fue así cómo logró que un golpe, que fue una chapuza espantosa, se convirtiera en un éxito electoral. Entendió que era mejor con los medios que con las armas.
―¿Cómo ve la ideología en todo esto? Si la realidad ya no funciona para decidir qué acciones tomar, la gente se repliega en su ideología, de izquierda, de derecha, ecologista, feminista, etc.; y utiliza eso para ordenar el caos que usted menciona.
ABT: Creo que las ideologías tampoco funcionan hoy en día. El discurso actual apela más bien a sensibilidades. La gente cree que la izquierda, por ejemplo, está más sensibilizada hacia ciertas injusticias históricas, entonces prefieren que el Estado dirija la economía y maneje las inversiones en vez del libre mercado. En cambio, la derecha cree que la desigualdad es creada por el Estado y que este no debe interferir en el mercado.
―El diálogo también parece abocado al fracaso. El filósofo norteamericano Donald Davidson habla del “Principio de caridad”: en un diálogo, debemos asumir que el otro cree en lo que dice. Si ambas partes asumen que el otro lado miente para proteger intereses oscuros, ¿qué clase de diálogo se puede dar?
ABT: La política se funda en la palabra: para ello, deben ambos interlocutores creer en lo que dicen. Por ejemplo, Jorge Rodríguez estuvo en Europa recientemente y vi una entrevista donde el periodista le habla de la separación de poderes. Rodríguez responde: “En Venezuela hay separación de poderes, lo garantiza la Constitución”, y listo. Es cinismo puro. En una reunión de diálogo en Panamá el chavismo reaccionaba sorprendido: “¿Cómo que están reteniendo pasaportes en el aeropuerto? No, eso no puede ser, deja que anoto eso ya”. A partir de ahí es imposible avanzar. ¿Cómo haces política? Hace unos días Diosdado Cabello decía sobre un ataque que tuvo Henri Falcón en plena campaña, “Bueno, ¿pero acaso el pueblo no se puede molestar?”, como si el pueblo no se hubiese molestado el año pasado. Esa misma gente reprimió las manifestaciones y violó Derechos Humanos, pero ahora habla de un “pueblo molesto”. Mataron a 164 personas, como si nada. Esto genera una gran impotencia y pérdida de fe en el diálogo.
―Hay un gran problema en nosotros: los venezolanos sufrimos de arrogancia y carecemos de autocrítica. Ese discurso ridículo de que somos “el mejor país del mundo”, que tenemos “las mujeres más bellas” y “las mejores playas” es extremadamente pernicioso para una posible reconstrucción. Es no querer ver lo que somos y nuestras fallas. Por ejemplo, en Suiza no le dicen a la gente al nacer que tiene derecho a un tarro de Nutella y una barra de queso, pero en Venezuela todos creemos que somos dueños del petróleo y su riqueza, que esta nos pertenece al nacer y que somos “ricos”.
ABT: Uno de los grandes aprendizajes que podemos obtener de este proceso es la experiencia como emigrantes, algo que los venezolanos no teníamos. Entre otras cosas porque estamos acostumbrados a esa mentalidad petrolera; lo que dice Maduro de las pocetas es perfecto, porque expresa nítidamente la sociedad rentista y petrolera. Es decir, aquí vienen a limpiar pocetas los portugueses pobres, los españoles, ecuatorianos, colombianos, peruanos; no los venezolanos, que somos “ricos”. Este difícil aprendizaje pone en crisis el cuestionamiento sobre qué somos nosotros. Prolonga la línea de reflexión en torno a la riqueza, según la cual no hace falta producir, sino repartir. Nuestra relación con conceptos como Estado, riqueza o trabajo, es totalmente distinta al resto de América Latina.
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