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Alberto Arvelo Torrealba: la multiplicidad de su obra

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Por GEHARD CARTAY RAMÍREZ

Alberto Arvelo Torrealba viajó “a la eterna lejura” la madrugada caraqueña del 28 de marzo de 1971, hace 50 años.

Un día antes, el también poeta Carlos Augusto León compartió con él toda una tarde. Revisaron lo que sería la segunda edición de Caminos que andan (1952), su primer libro en prosa. “Todo podía ser una charla en un día cualquiera, de un poeta que vive para su obra (…) Pero yo no imaginaba que aquella que había pasado ayer, a su lado, era la última tarde de Alberto. Que ya no lo oiría más…”.

El testimonio de aquella reunión —consignado por León en la presentación del libro en referencia, publicado dos meses después— demuestra el respeto que por su obra literaria sentía Arvelo Torrealba, así como el afán por pulirla, aún en medio de los graves problemas de salud que finalmente lo llevaron a la muerte.

Arvelo Torrealba fue un hombre múltiple. Sin embargo, la obra poética sobresale por encima de otras facetas suyas como creador, poco conocidas todavía: precursor de la moderna ecología venezolana, brillante jurisconsulto, docente por largos años y su desempeño como gobernador de estado, ministro, magistrado y embajador, actuaciones que cumplió siempre con capacidad y honestidad. Estos aspectos permanecen aún ignorados por la gran mayoría de sus compatriotas: el celebrado poeta del llano ha opacado la multiplicidad de su obra.

Aprendizaje de poeta y de llanero

La verdad es que fue poeta por encima de todo y tempranamente. No en balde, la suya era una familia de poetas: la madre, Atilia Torrealba Febres-Cordero de Arvelo, también lo fue, al igual que los primos Alfredo y Enriqueta Arvelo Larriva.

En paralelo también hizo su aprendizaje de llanero: montar a caballo, nadar y deambular en rústicas piraguas por el río cercano fueron sus primeras aficiones, junto a la caza y la pesca. Era el auténtico llanero en formación, que luego cantaría vívidamente en su poesía, con tanto sentimiento como conocimiento de causa.

En 1924, cumplidos los 20 años, Arvelo Torrealba fue enviado a Caracas a realizar sus estudios secundarios. Allí vivía el poeta Alfredo Arvelo Larriva, a quien confiaron finalmente el cuidado del primo adolescente y su representación legal. Le llevaba 20 años y era ya un poeta consagrado.

Casi inmediatamente comenzó sus estudios de bachillerato en el Liceo Caracas, entonces instituto de gran prestigio, donde conocerá al maestro Rómulo Gallegos, director del plantel, quien ejercerá notable influencia sobre aquel estudiante provinciano. Uno de esos primeros puntos de conexión entre ambos será la figura de Florentino, tema de Cantaclaro, novela que Gallegos publicará en 1934, y también símbolo capital de la futura obra poética de Arvelo Torrealba.

Sus tres primeros libros

En 1928, con apenas 24 años y graduado de bachiller, Arvelo Torrealba publica su primer libro de versos, Música de cuatro, obra con la cual el joven bardo barinés inicia la corriente poética que los críticos literarios denominaron el neonativismo.

Esta obra constituye un tanteo porque no revela aún lo que será realmente su poesía. Se nota la abierta influencia del primo Arvelo Larriva al cantar al amor, a la distante y deseada figura femenina y a la galantería o la timidez frente a la mujer amada. Hay una cierta tendencia al modernismo, un todavía acartonado gusto por las palabras rebuscadas, todo ello en medio de un entorno extraño y difícilmente ubicable.

Ese mismo año participará en los sucesos de la Semana del Estudiante, protagonizados por la llamada Generación de 1928. Era obvio que el estudiante barinés no podía sustraerse de todo este romántico movimiento de protesta juvenil contra la dictadura gomecista, independientemente de sus graves riesgos. Pronto los sufrió en carne propia. Fue expulsado, por motivos políticos, de sus recién iniciados estudios médicos y además recibió un sablazo policial en una de las manos cuando participaba en alguna manifestación de aquellos días.

En mayo de 1929, el joven Arvelo Torrealba sufrirá cárcel en la prisión de Las Tres Torres, en Barquisimeto, donde estuvo recluido por algún tiempo por haber participado en abril de 1929 en el levantamiento armado del general José Rafael Gabaldón, en tierras de Portuguesa.

En 1930 se inscribe otra vez en la UCV para estudiar Derecho. Inicia simultáneamente su larga carrera como docente en varios institutos caraqueños. La materia a su cargo era, por supuesto, Castellano y Literatura.

En 1932 publica su segundo libro, Cantas, recibido con beneplácito por la crítica literaria más exigente. Ahora es un poeta con voz propia, sin rebuscamientos de ningún género, más auténtico y espontáneo, más dueño de su poesía. Y todo ello a pesar de que Arvelo Torrealba es el pionero de una poesía culta que canta al paisaje llanero, a su gente, a sus leyendas y costumbres.

En 1935 obtendrá el título de doctor en Ciencias Jurídicas y Políticas. Iniciará entonces una brillante carrera como jurisconsulto, que lo llevará 15 años después a ser magistrado del más alto tribunal de la República.

En 1940 publicará su tercer libro, Glosas al cancionero, que incluirá la primera versión de su obra más conocida: “Florentino y el Diablo”. En esta nueva producción desarrolla la técnica poética de la glosa, donde la copla principal proporciona cada uno de sus versos para que sea el final de cada décima. Esta obra reafirmará la superación del poeta y su obra.

Irrupción en la política

Cinco años antes, el 17 de diciembre de 1935, había muerto en su cama de Maracay Juan Vicente Gómez y con él la Venezuela que mandó durante 27 años.

Irrumpen nuevos actores y se abren las puertas y ventanas —que tanto tiempo habían permanecido cerradas— para airear la república y permitir que avance hacia su modernización. Tan temprano como el 19 de diciembre, un grupo de intelectuales publica un manifiesto. Lo encabeza Andrés Eloy Blanco y entre sus firmantes figura Arvelo Torrealba. Se trata de una obra maestra de lucidez, habilidad y mesura: recomiendan “reflexiva moderación y firme resolución”. Confían en que “el Ejército” esté la altura del momento histórico, plantean exigencias tales como libertad de prensa y sufragio libre y, finalmente, otorgan un voto de confianza al general Eleazar López Contreras, sucesor del dictador.

Ese mismo año Arvelo Torrealba regresa a Barinas a ejercer como abogado. Le ofrecen la secretaría general del gobierno regional, pero declina. En cambio, acepta ese mismo cargo en el vecino estado Portuguesa, aunque por pocos meses. Se dedicará por completo al ejercicio profesional en aquellos llanos, incluyendo Apure. Se casa entonces en Acarigua con Rosa Dolores Ramos Calles, un largo matrimonio que duró hasta su muerte. Procrearán dos hijos: Alberto y Mariela.

Escogido en 1941 el general Isaías Medina Angarita como presidente de la República, Arvelo Torrealba es nombrado gobernador de Barinas, cargo que ocupará hasta febrero de 1945. Había incursionado en la política desde 1928, avanzando hacia posiciones centristas impregnadas por el positivismo, como sucedería con la mayoría de los intelectuales venezolanos del momento. Así formaría parte del ala luminosa del lopecismo y del medinismo junto a Arturo Uslar Pietri, Mario Briceño Iragorry y Mariano Picón Salas, entre otros.

Como gobernador de su región natal realizará una obra destacada, a pesar de los limitados recursos presupuestarios y del abandono secular de Barinas, luego de haber sido una de las zonas más prósperas de la Venezuela del siglo XVIII e inicios del siguiente. Al finalizar su gestión, será designado agregado cultural de la embajada venezolana en Francia. Allí lo encontrará el derrocamiento de Medina Angarita, tras lo cual viaja a Nueva York, donde vivirá un breve exilio en medio de serias limitaciones de orden económico.

Retornará al país en 1947 y se residenciará en Acarigua, donde ejercerá nuevamente su profesión de abogado y terminará su segunda versión de “Florentino y el Diablo”. Pero volverá a Caracas poco tiempo después, al ser designado en 1948 como magistrado de la Corte Federal y de Casación.

En 1951 será nombrado embajador de Venezuela en Bolivia. Durante esta corta estadía diplomática será editado Caminos que andan, su primer libro en prosa. Se trata de un enjundioso ensayo sobre temas ecológicos y conservacionistas, así como todo un programa de desarrollo para la región suroeste venezolana. La parte medular —y de allí su título— la constituye la tesis sobre la necesidad de volver a hacer navegables los ríos venezolanos. Demás está decir que predicó en el desierto: ni entonces ni después fueron atendidas sus preocupaciones al respecto.

En octubre de 1952, la Junta de Gobierno —presidida por su condiscípulo Germán Suárez Flamerich— lo nombra ministro de Agricultura y Cría, cargo en el que estuvo apenas ocho meses, pues al encargarse el coronel Marcos Pérez Jiménez de la Presidencia, luego del fraude de la Constituyente en diciembre de aquel año, será sustituido. Pasa inmediatamente a ejercer como embajador en Italia hasta 1955, cuando renuncia y regresa al país. Tiene entonces 51 años.

Sobre esta pasantía suya como colaborador de la dictablanda inicial y la posterior dictadura pérezjimenista han existido diversos juicios críticos. Lo cierto es que su designación como ministro seguramente se debió a su amplio dominio de los temas agropecuarios, como lo demostró en el libro Caminos que andan, lo que tal vez lo comprometió a asumir tal responsabilidad.

El desempeño como embajador en Italia se caracterizó por una digna y pulcra actuación, señalada incluso por algunos exiliados a quienes atendió, entre ellos su joven amigo de tiempos acarigueños, Luis Herrera Campins. El propio expresidente socialcristiano me confió en 2006 tal apreciación, además de señalar que Arvelo Torrealba cultivó una amistad cercana con el entonces todopoderoso arzobispo de Milán, cardenal Giovanni Battista Montini, luego elegido Papa con el nombre de Paulo VI, y con el escritor Giovanni Papini, autor de El Diablo, por cierto.

Los últimos años

De nuevo en el país se dedicará al ejercicio profesional y a su familia, así como a ampliar “Florentino y el Diablo”, cuya tercera versión aparecerá en 1957. Al año siguiente, Pérez Jiménez es derrocado. En 1958 y 1963 son elegidos presidentes de Venezuela sus condiscípulos del Liceo Caracas Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, respectivamente.

En 1965 publicará su segunda obra en prosa: Lazo Martí, vigencia en lejanía, que lo hará acreedor del Premio Nacional de Literatura en 1966. Este libro probablemente sea el mejor y más profundo estudio que se haya hecho sobre la Silva Criolla del poeta guariqueño, demostrativo de sus cualidades de crítico literario, filólogo y conocedor del llano venezolano.

En 1967 la UCV lo homenajea con la publicación de su Obra poética y en 1968 se incorpora como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Ese mismo año es electo Rafael Caldera como presidente, cuya candidatura apoyó entonces. Tres años después, la madrugada del 28 de marzo de 1971, fallece en su casa de Caracas, aquejado por una penosa enfermedad. Seis meses antes había cumplido 66 años.