Por NELSON RIVERA
Despacho desde la sede de la DGCIM
El teniente coronel Igbert Marín Chaparro continúa la huelga de hambre iniciada el 22 de noviembre. Entre los gritos de los cancerberos y el silencio de los cómplices.
Günter Grass:
“Auschwitz no solo está a nuestras espaldas”.
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Pinchas Goldschmid, exrabino de Moscú:
Los judíos deben irse de Rusia. “Cuando miramos hacia atrás en la historia rusa, cada vez que el sistema político estaba en peligro, veías al gobierno tratando de redirigir la ira y el descontento de las masas hacia la comunidad judía (…) Vimos esto en la época zarista y al final del régimen estalinista”.
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Para romper el silencio
Hay una literatura de la búsqueda, hija o nieta de las literaturas post Auschwitz. La impulsa la imperiosa necesidad de dar con la verdad de lo ocurrido con padres, abuelos o familias judías durante El Holocausto. La producen descendientes de las víctimas. Personas movidas por la necesidad de saber. Los especialistas dictaminarán si constituyen un subgénero o solo narraciones que coinciden en sus anhelos.
Calle Este-Oeste de Philippe Sand, Historia de los abuelos que no tuve de IvanJablonkay Los falsificadores de pimienta de Monika Sznajderman, tienen este sedimento en común: son cautivadores reportes de investigación. Para reconstruir las vidas y el trágico final de sus antepasados, los autores emplearon años investigando, viajando, recopilando documentos, calzando unas piezas con otras, dando forma narrativa a sus hallazgos. Sin embargo, ninguno se agota en los dominios de la historia familiar. Los tres remiten a la Europa del siglo XX, a la dislocación que se produjo con el ascenso del Hitler, al rompimiento de la civilización que constituyó la Solución Final.
Monika Sznajderman (1959) es polaca, antropóloga especializada en culturas audiovisuales contemporáneas y escritora. Junto a su esposo, el poeta y ensayista Andrzej Stasiuk, dirigen la editorial Czarne, fundada en 1996, fundamental por su catálogo de traducciones al polaco: narrativa, ensayo y periodismo.
Sznajderman quiso saber. Así, tuvo que sortear una barrera próxima: el silencio de su padre. Por eso mismo, en Los falsificadores de pimienta (Editorial El Acantilado, España, 2021) le habla a los lectores y le habla a su padre. El viaje de su testimonio es múltiple: en el tiempo —se remonta hasta 1859—; en el espacio —hacia conocidas y menos conocidas geografías, en Polonia y otros lugares de Europa, donde la existencia devino en horror—; hacia los hechos de vida que pudo reconstruir de miembros de sus familias materna y paterna; y, el viaje crucial, por los vericuetos de su propia investigación: fotografías, cartas, testimonios, vagos recuerdos, libros de la época, archivos oficiales, memorias de otros, direcciones y otros datos básicos, conocimientos sobre las corrientes sociales de otros tiempos, pistas útiles escondidas en algún ensayo (por ejemplo, “¿Cómo descansaban los judíos de Varsovia en sus casas de campo?”, de Isaac Bashevis Singer).
“Este libro nace de sus silencios: mi padre es de los que permanecen callados, su silencio es enorme, abismal; una puede ahogarse en él fácilmente. Por eso empecé a recordar: en contra de ese silencio, en contra del olvido y en contra de la nada que quisiera engullirlo todo”. La fuerza que lo vertebra no es la del historiador: es la de quien se niega a abandonar en el límite donde el documento ya no da más. Sznajderman sigue. Trabaja con todo aquello que le sirve a su propósito, entre esas herramientas, la de la conjetura razonable, la proyección de lo plausible. En ese esfuerzo —el deber de recordar y construir una memoria— está la delicada belleza de este libro. Los falsificadores de pimienta rompe el silencio, trae a la superficie la invisibilidad, historias que han permanecido hundidas por décadas.
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Despachos desde Irán
Por no llevar velo. Por develar el rostro, lugar esencial de lo humano. A Mahsa Amini la ejecutó la teocracia iraní por develar su condición humana.
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De los casi 87 millones de habitante de Irán, solo unos pocos miles, en varias ciudades, reaccionaron. Centenares de mujeres se quitaron el velo, cortaron el cabello ante las cámaras, enfrentaron a fanáticos armados, profesores y jerarcas del poder. Insólito coraje.
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A las mujeres, la teocracia les dispara a la cara, los pechos, la vagina.
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Las violan. Les rapan la cabellera. Algunas llegan a los hospitales con desgarros vaginales. Otras prefieren morir en sus casas.
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Ya violadas, las amenazan con violar a sus hermanos.
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A sus 14 años, Masooumeh se quitó el velo en el aula. La detuvieron y a las horas la tiraron en la puerta de un hospital, violada y torturada, donde murió.
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Muertas. Aparecen muertas.
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Días después de haber quemado su velo, una joven de 16 años apareció muerta. Fracturas en los brazos, las piernas, la cadera, la pelvis, el cráneo.La teocracia tritura el sistema óseo de las mujeres que muestran su condición humana.
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El 8 de diciembre, la teocracia ahorcó a Mohsen Shekari. Cuatro días después, a Majidreza Rahnavard. En el pasillo de la muerte, hasta el 13 de diciembre, 28 personas esperaban la horca.
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Primero matan a los menores. A continuación cercan a la familia. Las obligan a grabar videos exculpando a los guardias.
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Un guardia revolucionario a una madre: tengo los dientes de tu hijo. Si hablas te obligaré a tragártelos.
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Hasta noviembre, la teocracia había asesinado a 48 niños. Unicef: alrededor de 50.
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Alireza Akbari fue exviceministro de Defensa. Tras su detención, estuvo diez meses en condición de aislamiento total. Lo interrogaron por más de 3 mil 500 horas. Lo torturaron. Lo drogaron. Lo forzaron inventar una historia incriminatoria. La firmó. En ese instante la teocracia triunfó. Así, el 14 de enero levantaron su trofeo: el cuerpo del Akbari colgando de la horca.
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Enzensberger, cosmopolita
A Hans Magnus Enzensberger (1929-2022) le gustaba el mundo, en su anchura y enrevesamiento. El que en su primera juventud parecía destinado a la poesía, la docencia y la crítica académica —hizo estudios en universidades de Alemania y Francia— hacia finales de los cincuenta y primeros años de los sesenta ya es un ciudadano de sus inquietudes. Escribe poesía y ensayos. Con el paso de los años incursiona en otros géneros (narrativa, teatro, reportajes y artículos de opinión, literatura para niños), trabaja en radio, inventa y dirige revistas, viaja de forma incesante —vivió en Cuba, México, Noruega, Italia y Estados Unidos—, hasta que, con 50 años, fija su residencia en Múnich, donde murió el 24 de noviembre, a los 93 años.
Durante siete décadas no se detuvo: su ágil curiosidad no permanecía fija. Escribió sobre los medios de comunicación (“la industria de la conciencia”), la política, las instituciones, los juicios y los prejuicios, la ciencia, los debates sociales, las confrontaciones bélicas, el pensamiento, la geopolítica, las culturas europeas, las migraciones y un sinfín de otros temas. En sus ensayos (nunca leí su poesía ni su ficción narrativa, tampoco El diablo de los números, su libro de ventas millonarias), no hay página donde no acechen la ironía y el ingenio con que se detenía ante la vitrina de los hechos y sus apariencias. ¿Desde dónde pensaba? Difícil responderlo. Incluso su holgado paltó de moderado pensador de izquierda le resulta estrecho con frecuencia. Era heterodoxo, imprevisible, entre otras razones, porque no tenía rabia. Era un crítico sin afán de venganza. Tampoco se proponía ganarte a su causa.
¿Hay un volumen emblemático del ensayista por el cual conocerle? Lo hay. Reúne cuatro ensayos: las migraciones, el terrorismo, la guerra civil, y uno breve sobre la teocracia. Un hilo, no siempre visible, los une: remiten al desbordamiento de la convivencia. Se titula Ensayos sobre las discordias (Anagrama, 2016). Piezas expansivas. Informes de este tiempo, hacer de una cabeza ordenada, peculiar, capaz de navegar entre las corrientes más turbulentas. Alguien que parece escribir mientras mira el lector y le pregunta, ¿y tú qué piensas al respecto? Aunque el lector discrepe, nada invita a dejar sus páginas. Entre otras razones, para conocer el próximo paso de su recorrido, por lo general, más o menos inesperado.
Vivió con la fortuna de los creadores a los que no les faltan los reconocimientos. Fue premiado: el Hugo Jacobi (1956), el Georg Büchner (1963), el Heinrich Böll (1965), el Erich Maria Remarque (1993), el Heinrich Heine (1998), el Pier Paolo Pasolini (1998), el Ludwig Börne (2002), el Sonning (2010). En el 2002 recibió el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Entre los intelectuales europeos, Enzensberger guarda una peculiaridad: América Latina y España estaban siempre allí. Estas otras realidades le sirvieron como material de alto contraste, útil para construir sus ejercicios caracterológicos de Europa y sus países. En el trasfondo de su lectura, por ejemplo, de Suecia, Noruega, Hungría y Polonia, asoma el pensador que había enriquecido su instrumental analítico con su conocimiento de América Latina.
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Despacho desde algún lugar de Ucrania
A 18 grados bajo cero, el soldado vigila desde la trinchera. Solo alcanza a ver la espesa neblina que lo rodea. De repente, percibe —quizá solo presiente— una sombra en el aire blancuzco. Levanta su fusil, apunta y, cuando aprieta el gatillo, su índice cae a la nieve.
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Corporación Wagner
Angola, Mali, Libia, República Centroafricana, Mozambique, Siria, Libia, Madagascar, Ruanda, Guinea Ecuatorial, Zimbabue, Sudán, Nigeria, República Democrática del Congo, Lesoto, Crimea y más.La empresa Grupo Wagner llegó a Ucrania con un extenso expediente, acumulado en poco más de 8 años. Orgullo corporativo: sus bestias han matado en más de 18 países. Versátil trasnacional: leo que el Grupo Wagner mantiene operaciones en el Arco Minero.
Las imágenes muestran a hombres robustos, que portan sofisticados fusiles de combate, drones, detectores de calor (de calor humano), granadas autopropulsadas. Tecnologías para matar. Sin embargo, algunos no han desechado ciertos métodos artesanales. Llevan un martillo que pende del cinturón.
Y ha ocurrido que, en su avance poderoso, han capturado a soldados ucranianos, abaleados y todavía vivos. Entonces un wagneriano ha desenfundado su martillo y ha demostrado a sus colegas, en qué consiste la fuerza. La fuerza ciega e irremediable de que la que hablaba Simone Weil. Y así. Hasta que la cabeza ya no es cabeza, sino otra cosa. Materia amorfa, ablandada, lista para la fosa común.
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Despacho desde Nigeria
En 2019, 4 mil 305 cristianos fueron asesinados por su fe. En el mapa del mundo, siete países aparecían reñidos de rojo: Afganistán, Corea del Norte, Irán, Libia, Eritrea, Sudán y Pakistán. Entre 50 y 70 mil católicos permanecían en campos de trabajo en el reino nuclear de Kim Jong-un.
En tres años la mortalidad ha empeorado. También la estadística de la intolerancia religiosa. En 2020 fueron asesinados 4 mil 761 personas de fe cristiana. En el 2021, 5 mil 898: 17 por día. Pero he aquí que Nigeria encabeza ahora las ejecuciones: 79% del total. Víctimas de las masacres realizadas por tres agrupaciones: Boko Hara, Estado Islámico de África Occidental y Fulani. Disputan el liderazgo del terror: triunfará el que escenifiquela mayor crueldad.
La orden es simple y atroz: todo infiel debe morir.
Son 62 los países en los que se viola la libertad religiosa (China y La India, entre ellos). En ellos viven 5 mil 200 millones de personas. 67% de la población mundial.
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Política y mentira: Santos y el innombrable
Al republicano George Santos le han calificado como el político más mentiroso del mundo. Con una biografía imaginada —descendiente de judíos ucranianos que escaparon del Holocausto; poseedor de títulos universitarios; ex empleado de Citigroup y Goldman Sachs; y más— logró acceder a la Cámara de Representantes por New York. El caso Santos —ahora mismo en su fase comidilla, escándalo y asunto de fiscales— guarda una faceta reveladora: el poderoso magnetismo que sobre los ciudadanos tienen las biografías que combinan el heroísmo del menesteroso-víctima, que asciende hasta la tribuna del éxito. Santos es un relato-fórmula que, adaptado a las realidades de las culturas e historias políticas, sigue mostrando una alta eficacia en el mundo.
Sin embargo, comparados, hay que advertir que las ficciones de George Santos, tienen un alcance menor a las del innombrable: éste no solo realizaba constantes ejercicios de cosmética sobre sus verbalizaciones autobiográficas. También pretendía, mediocre aficionado a la Historia, alterar los hechos e interpretaciones, para darle forma a esta tesis: que el flujo histórico, después de la muerte de Bolívar, era una continuidad, una acumulación de errores, que él, hecho de la misma calaña mediocre de Santos, venía a remediar.
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