Por SIMONE WEIL
No arrepentirse de una falta, sino anular dentro de sí aquello que ha llevado a cometerla. ¿De qué manera?
Para no sentirlo, hay que trasladar el cansancio a su objetivo.
El dolor físico le quita al tiempo su orientación.
Cualquier dolor que no desasga es dolor perdido. Cualquier dolor no aceptado. Nada hay más horrible que el dolor perdido, frío desierto, alma encogida.
Todos los problemas remiten al tiempo.
El pecado consiste en desear ser como dioses pero no participando en la divinidad de Dios, sino de otra manera. Nacemos con este pecado. Es el pecado luciferino.
Una posición indiferente es aquella que se encuentra fuera del punto de vista.
Explicar el sufrimiento es darle consuelo; por lo tanto, no hay que explicarlo.
Quien tome la espada, a espada morirá. Pero quien no tome la espada (o la suelte) morirá en la cruz.
Ser inocente es soportar el peso del universo entero. Es arrojar el contrapeso.
La propia compasión no pertenece a la desgracia extrema. Por debajo de un cierto grado de desgracia, la piedad se torna horror por uno mismo tanto como por el prójimo. Por eso decía Napoleón que las verdaderas desgracias no se cuentan; también decían los antiguos que los grandes dolores son mudos.
La contemplación de la miseria humana es la única fuente de la felicidad sobrenatural.
El pecado y la virtud no son actos, sino estados.
El movimiento ascendente es vano (peor que vano) si no viene precedido de un movimiento descendente.
El conocimiento de nuestra miseria es lo único que no es miserable.
El pecado no es otra cosa que el desconocimiento de la miseria humana.
De Dios no podemos saber más que una cosa: que él es lo que nosotros no somos.
Son malas acciones aquellas cuya energía está suministrada por un error.
A la inteligencia —a esa parte de nosotros mismos que afirma y que niega y que emite opiniones— le corresponde únicamente la omisión.
San Juan de la Cruz llama noche a la fe.
No podemos afirmar ni negar los misterios de la fe, sino solo colocarlos por encima de lo que afirmamos y negamos.
Hay que examinar con mucho cuidado el concepto de posibilidad, puesto que constituye el núcleo de un buen número de los misterios que envuelven a la condición humana.
La fe constituye la experiencia de que la inteligencia ha sido iluminada por el amor.
Probar la existencia de Dios a partir del orden del mundo, como ordinariamente se hace, es miserable.
Toda obra de arte tiene un autor, pero cuando es perfecta, sin embargo, tiene algo de anónima. Imita el anonimato del arte divino.
La esperanza es la fe orientada en el tiempo hacia el futuro.
Cuando se dice que la católica es la religión verdadera y que las otras son falsas, se está injuriando no solo a las demás tradiciones religiosas, sino también a la propia fe católica, pues de ese modo se la coloca al nivel de las cosas que pueden afirmarse o negarse.
Parece contradictorio, pero para conocer lo trascendente no queda más remedio que hacerlo, sin embargo, a través del contacto, puesto que nuestras facultades no pueden fabricarlo.
Un milagro es un fenómeno natural que se produce sólo en un hombre que se halla en un determinado estado. Los estados susceptibles de fenómenos tales son la santidad, la histeria, el autocontrol como producto de una ascesis, y tal vez otros más.
Existe también ese efecto de la desgracia que consiste en creer de verdad que no se es nada.
Degradamos los misterios de la fe haciendo de ellos un objeto de afirmación o negación, cuando lo que deben ser es un objeto de contemplación.
La lectura implica por sí misma una transferencia de energía.
La atención debería ser el único objetivo de la educación.
La miseria humana resultaría intolerable si no se hallara diluida en el tiempo.
Los sacramentos tienen que ver con la naturaleza del tiempo. La eternidad entra en el tiempo a través de unos instantes. Un instante solo puede estar circunscrito con unas circunstancias materiales.
Prójimo es aquel que encontramos desnudo y herido en el camino y no el que no encontramos.
La posesión de un tesoro implica la posibilidad de perderlo.
La invención matemática es trascendente. Procede de analogías absolutamente irrepresentables, y solo es posible comprobar sus consecuencias.
Sin el mal este mundo sería irreconocible.
Durante un instante deseamos no tener el peso del universo en las costillas.
La idea de milagro impide concebir la acción no activa.
La belleza es la armonía entre el azar y el bien.
La tristeza es un debilitamiento del sentimiento de la realidad.
Dios creó al hombre en un estado de miseria. De haberlo creado en estado de santidad, hubiera sido como no crearlo del todo.
El arrepentimiento es la violencia que el alma se hace para sacar sus defectos a la luz.
No se tiene la experiencia del bien si no es realizándolo.
No se tiene la experiencia del mal si no es impidiendo su realización, o si ya se ha realizado, arrepintiéndose de ello.
Una vez hecho, al mal ya no se le conoce, porque el mal rehúye de la luz.
Si la inteligencia se vuelve hacia el bien, es imposible que el alma entera no se vea arrastrada poco a poco hacia él, aunque no quiera.
Era preciso que el hombre pudiera ser un falso dios para el hombre.
Si no se cree en su inmortalidad, la muerte de los seres queridos constituye una purificación.
En todas las pasiones se dan prodigios. Un tahúr es capaz de estar en vela y de ayunar casi como un santo, tiene corazonadas, etcétera.
La clave de la espiritualidad dentro de las diversas ocupaciones temporales es la humildad.
Una criatura razonable es una criatura que contiene dentro de sí el germen, el principio y la vocación de la descreación.
Dios no quiere que un acontecimiento determinado sea un medio para la consecución de otro que sea un fin, sino que ambos sean lo mismo.
Siempre acabamos encontrando el sitio en el que el gigante esconde su vida.
El silencio de Dios nos urge a un silencio interior.
La compasión te hace más apto, y no menos, para el gozo puro.
Dios lo es todo, pero no como persona. Como persona, es nada.
En cierto sentido, la realidad necesita de nuestra adhesión.
La acción es el fiel de la balanza. No hay que tocar el fiel, sino las pesas.
*Tomados de Cuadernos. Editorial Trotta. España, 2001.