Por ELIAS CANETTI
Una guerra se desarrolla siempre como si la humanidad nunca hubiera llegado al concepto de justicia.
El hombre más bajo: aquel cuyos deseos se han cumplido en su totalidad.
En la oscuridad, las palabras pesan el doble.
Él conserva su dinero en su corazón, sus latidos lo cuentan.
Entre todas las posibilidades de compendiarse que tiene el hombre el drama es la menos mendaz.
Aún tendrá que haber judíos cuando el último haya sido exterminado.
El que tiene éxito ya solo escucha ovaciones. Para todo el resto es sordo.
Nunca he oído hablar de un hombre que haya atacado el poder sin desearlo para sí.
La música es el mayor consuelo ya por el hecho de que no crea palabras nuevas.
Algunas frases destilan su veneno solamente después de años.
Cada idioma tiene su propio silencio.
Son siempre los números lo que avergüenza al escéptico.
El futuro, que se modifica a cada instante.
La Historia desprecia a quien la ama.
Solamente en el exilio nos percatamos de hasta qué punto una parte importante del mundo ha sido siempre un mundo de exiliados.
Un pueblo solo desaparece del todo cuando sus enemigos también tienen otro nombre.
Los hombres solo pueden redimirse unos a otros. Por eso Dios se disfraza de hombre.
La guerra divide a los hombres en dos bancos: los belicosos incondicionales y los pacifistas incondicionales.
Los grandes aforistas se leen como si todos ellos se hubieran conocido bien unos a otros.
Me gustaría seguir siendo simple para que no se entremezclen los múltiples personajes que me componen.
Cuánto tiene uno que decir para que lo escuchen cuando finalmente calla.
Una frase sola es pura. La siguiente ya le está quitando algo.
El progreso tiene sus inconvenientes: de cuando en cuando explosiona.
Recelo ante el dolor: es siempre un dolor propio.
Si supieras más sobre el futuro, el pasado sería aún más complejo.
Hablan de instintos como si de albatros se tratara.
Queremos conocer exactamente todo aquello por lo que los hombres han estado siempre dispuestos a morir.
Quien no cree en Dios, carga sobre sí todas las culpas con el mundo.
Nada peor se le puede hacer a un hombre que ocuparse exclusivamente de él.
Los profetas predicen lo antiguo lamentándose.
Lo más difícil: descubrir siempre de nuevo lo que ya se sabe.
Un chino roba en Cambridge un complejo de Edipo y lo introduce clandestinamente en China.
Una verdadera revolución china consistiría en la abolición de los puntos cardinales.
Ya no se puede respirar, está todo lleno de victoria.
De los superlativos emana una fuerza destructiva.
El orar como ejercicio de los deseos.
Ahora sería el momento, Dante, para un Juicio Final preciso.
Cinismo: no esperar de nadie más de lo que uno mismo es.
Entre las mujeres, no vence la que va detrás, ni la que se escapa, sino la que espera.
Los verdaderos escritores no encuentran a sus personajes solo después de haberlos creado.
Leer hasta que, de cansancio, las pestañas resuenen levemente.
La idea más torturante: que todos los dramas ya hubieran tenido lugar y lo único que cambiara fueran las máscaras.
Para cada cualidad tiene el hombre una especie propia de desesperanza.
Amamos como autoconocimiento lo que odiamos como acusación.
Cada cual debería acceder a su ascesis fundamental: la mía sería la del silencio.
La nostalgia de Dios por el mundo tal como era antes de que lo crease.
Los gritos deben haber terminado, pero yo sigo oyendo el silencio de los ahorcados.
Cuando conocemos ya a muchísimas personas, nos parece casi perverso inventar todavía algunas más.
No hay ningún deseo por el que no se tenga que pagar algo. Pero su precio más alto es que se cumpla.
A la larga no se puede vivir en una ciudad realmente bella: le quita a uno cualquier nostalgia.
Antiguas amenazas, como pescados cocidos, se les puede quitar las espinas.
En el silencio de la noche, cuando duermen todos aquellos a los que él conoce bien, se vuelve un hombre mejor.
Los resucitados acusan de pronto a Dios en todos los idiomas: el verdadero Juicio Final.
Intercambio de costumbres, yo te regalo ésta, tú a mí aquella; y de ahí debe surgir un matrimonio.
Hay algo terrible en la extenuación de los dioses.
Principio del arte: reencontrar más de lo que se ha perdido.
Desfachatez del hombre: se presenta como si estuviera solo.
Para mis oídos, lo más repelente es el dialecto de la saciedad.
Una carta de amor desde Suecia. Strindberg en los sellos.
Cada año nos vuelve más desvergonzados.
La masa más terrible que podamos imaginar sería una integrada solo por conocidos.
El sabio olvida su cabeza.
Cada guerra contiene todas las anteriores.
Hay cosas que advertimos tan solo porque no guardan relación con nada.
Qué tenedores, qué carne, ¿y quién es el que nos está asando?
A partir de cierta edad, todo hombre sagaz parece peligroso.
Toda erupción debe tener algo mendaz. La dinámica del estallido exige que se agrande su causa.
La saciedad del vencedor, su avidez de atiborrarse, su satisfacción, el placer que le produce su prologada digestión. Hay ciertas cosas que no deberíamos ser, pero lo único que nunca se nos debería permitir es ser vencedores.
Dios como preparación de algo mucho más inquietante, que aun no conocemos en absoluto.
En Montaigne me molesta a menudo la grasa de las citas.
Únicamente el incrédulo tiene derecho a los milagros.
Él tendió la otra mejilla hasta que sobre ella le pegaron una condecoración.
Él se emborracha con los defectos de los demás, un borracho de la moral.
La fuerza de los pensamientos falsos reside en su extrema falsedad.
Se hallaba a merced de todos aquellos a los que había dado buenas palabras.
Música, la medida de la capacidad del hombre.
El tono de Nietzsche tiene algo del Corán. ¡Si se lo hubiera imaginado!
El sol es una especie de inspiración, por eso no debemos retenerlo siempre.
Tristezas como armas —se arrojaron sus tristezas a la cara unos a otros—.
El rencor secreto de todo lo que hubiéramos podido conocer y nunca conocimos.
De noche su corazón es la lámpara.
Cuanto más definido es un espíritu, más necesita lo nuevo.
Todo lo acontecido le teme a su palabra.
Demasiadas calles en el lenguaje, todas trazadas con antelación.
La verdadera sensación de fuerza cuando ningún triunfo hace señas.
Todo hombre se traiciona por completo en su modo de clasificar.
*Escogidos de Apuntes (1942-1993). Edición dirigida por Juan José del Solar. Traducción: Juan José del Solar, Cristina García Ohlrich, Genoveva Dieterich y Beatriz Galán. Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg. España, 2003.