Por BLAISE PASCAL
Un mismo sentido cambia según las palabras que expresen. Los sentidos reciben de las palabras su dignidad, en lugar de conferírsela.
Cuando se lee demasiado de prisa o demasiado despacio, no se entiende nada.
Hay una diferencia universal y esencial entre las acciones de la voluntad y todas las demás.
Nuestra naturaleza está en el movimiento; el reposo completo es la muerte.
Pocas cosas nos consuelan, porque pocas cosas nos afligen.
El gentilhombre cree sinceramente que la caza es un gran placer y un placer real; pero el carnicero no es de esta opinión.
La inmortalidad del alma es una cosa que nos importa tanto que nos toca tan profundamente, que es menester haber perdido todo el sentimiento para quedar indiferente ante lo que sea de ella.
Nada acusa más la extrema flaqueza de espíritu que no reconocer la desgracia de un hombre sin Dios; nada indica una mala disposición de corazón que el no desear la verdad de las promesas eternas; nada más cobarde que hacer bravatas contra Dios.
El ateísmo denota un espíritu fuerte, pero solamente hasta cierto punto.
He aquí lo que veo y lo que me perturba. Miro a todas partes y en todas no veo sino oscuridad. La naturaleza no me ofrece nada que no sea materia de duda y de inquietud. Si no viera en ella nada que denotara una divinidad, me determinaría por la negativa; si viera por doquier señales de un Creador, descansaría en paz en la fe.
Hace falta que lo exterior se una a lo interior para obtener algo de Dios; es decir, hay que ponerse de rodillas, rezar con los labios, etcétera, a fin de que el hombre orgulloso que no ha querido someterse a Dios esté ahora sometido a la criatura. Esperar el socorro del exterior es ser supersticioso; no querer unirlo a lo anterior es ser soberbio.
El último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la superan. Es flaca si no llega hasta conocer esto.
El corazón tiene razones que la razón no conoce.
Es el corazón el que siente a Dios, y no la razón. Esto es lo que es la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón.
La fuerza es la reina del mundo, y no la opinión. Pero la opinión es la que usa de la fuerza. Es la fuerza quien hace la opinión.
El mundo juzga bien de las cosas, porque se halla en la ignorancia natural, que es la verdadera sede del hombre.
El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante.
El hombre no es ni ángel ni bestia, y nuestra desgracia quiere que quien pretende hacer de ángel haga de bestia.
No nos sostenemos en la virtud por nuestra propia fuerza, sino por contrapeso de dos vicios opuestos, como permanecemos de pie entre dos vientos contrarios: suprimid uno de estos vicios; caeremos en el otro.
Contradicción es un mal indicio de verdad: muchas cosas ciertas se ven contradichas; muchas falsas pasan sin contradicción. Ni la contradicción es signo de falsedad, ni la incontradicción es signo de verdad.
Si soñáramos todos los días con la misma cosa, nos afectaría tanto como los objetos que vemos todos los días.
El mal es fácil, hay una infinidad de males; el bien, casi único. Pero cierto género de mal es tan difícil de encontrar como eso que se llama el bien; muchas veces se hace pasar por bien de esta especie a este mal particular. Hace falta incluso una grandeza de alma extraordinaria para llegar a él, igual que para llegar al bien.
Es peligroso el hacer ver demasiado al hombre cuán semejante es a los animales sin mostrarle su grandeza. Es también peligroso hacerle ver demasiado su grandeza sin su bajeza. Es más peligroso todavía que ignore lo uno y lo otro. Pero es muy provechoso representarle lo uno y lo otro.
*Tomado de Pensamientos. Traducción: Xavier Zubiri. Alianza Editorial, España, 2004.