Por SONIA SANOJA
Estoy en un mundo donde no puedo más que sumergirme. A veces lo palpo con el ángulo de un brazo, con un giro circular del torso, en una huida libre de la cadera.
Eso es la danza. El único dominio donde puedo expresarme.
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Es como no estar en ninguna parte, no participar en ningún juego. Y la cabeza reposando en una almohada de infinito. Las cosas, distantes ya, no tienen nombre.
Esta claridad ante mis ojos. No sabría llamarla luz. Es claridad, sólo transparencia. Si me conduce a un mundo donde mis líneas no sean válidas, no importa. Mis ojos han de agrandarse.
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Yo estaba en el centro de todo. Un poco perdida y sorprendida a la vez por lo extraño: algo desconocido que venía en el roce con aquella realidad interior y también en los sentidos apenas capacitados para intuir aquello…
Yo estaba en el centro de todo. Mi única señal, mi única medida: mi corazón latiendo en un espacio extraño.
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Tengo que buscar la forma de expresar este mundo.
Un lenguaje sin detalles que lo diga todo.
Un lenguaje que sea como la mano o como la mirada.
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En este orden que he elegido, no hay atajos ni caminos desesperados.
Me preocupa la unión del tiempo externo con el tiempo interior. Pero descubro que el camino más enrevesado y lleno de recodos, el que toma más tiempo, puede ser también el más recto y el más corto. Porque en este orden nada se guarda para después. Todo es triturado, todo nos tritura y nos macera. Constantemente nos estamos incorporando, sin mediaciones, a un cuerpo en crecimiento, a un mundo que nace. Sabemos de puntos claros, claves a las cuales es necesario llegar, y, sin embargo, esa sola intuición no nos conduce a ellos. Hay que errar mucho, andar bajo tierra, padecer una historia.
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No puedo conformarme con estar detenida en un trozo de la vida, dominarlo, ser una virtuosa en él, crearme una cierta técnica para vivir serenamente. No puedo aguardar hasta que una puerta se abra de golpe para entrar en la vida.
Penetro sin ruido, haciéndome un silencio en el bullicio. Mis pies se deslizan con la corriente continua, pero el andar no cesa de inventar direcciones en el mismo sitio.
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Cada nuevo desarrollo de un movimiento es una prueba.
Hay que ser dócil a la caída cuando uno está recién nacido a la luz y estar pronto a rehacerse para llegar a ese próximo universo que se vislumbra.
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Si tan sólo me hubiesen colocado aquí, en las mismas circunstancias de ahora. Pero estar aquí, hacia el futuro, con la infancia presente a mi espalda…
La infancia me espía y, cada vez que doy muestras de una pequeña debilidad, me arrastra hacia ese otro lado y pierdo terreno.
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Este lugar, este aquí-cualquiera donde vivimos, es el mejor. Si lográsemos terminar con el yo, sobre todo con el «yo quiero», permaneceríamos fuera del bien y del mal.
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Siempre queda dentro de nosotros un niño. Un niño lleno de tiempo, que vive sin meta, sin deseos de vivir «para».
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Una bestia se tiende al sol. El calor abrasa sus costados. Sus ojos abiertos ya no miran. Se hunde en un infinito rojo. Una pata se estremece. El animal limita su cuerpo. Salvado…
Soy joven y me tiendo al sol. Las imágenes se alejan. La piel me trae un saber sin lenguaje.
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Un vacío o un mar.
Sé de mi presencia por sentir el roce. Si se perdiera ese contacto, yo dejaría de existir. Soy una intención. Estoy sobre. No me puedo hundir. Soy como una conciencia que capta o constata la profundidad.
Visión de mí misma: una pequeña porosidad blanca balanceándose en lo oscuro. Movimiento: una red holgada se pronuncia avanzando. Formas: embudos abiertos haciendo colmenas. Forma y movimiento son uno aquí. El tacto se agudiza. Aspereza. Sensación de palpar y ver una piedra de mar blanca y porosa.
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El mundo nos contiene, pero nosotros contenemos el mundo. Somos la cueva de piedra donde el mar respira: llena de vibraciones asciende en una cúpula de sonidos, pero no se desmorona cuando la ola se va.
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La mujer va hacia la tierra. La mujer es en la tierra. La tierra es la casa de los muertos. La mujer es el recipiente de la vida. La mujer trae a la vida. Sembramos a los hombres en la tierra para que se hundan en la muerte. Sembramos la semilla en la tierra para que reviente en vida.
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Cada ciudad modela sus monstruos, sus ángeles, según sus propios recodos, según sus cloacas, según sus claraboyas, según sus medios de aireación.
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Estamos ansiosos de aire y nuestra forma se transmuta en la búsqueda de una hendija desde donde podamos husmear el cielo.
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Estoy atrapada entre dos vidas; una ascendente de creaciones y acciones hacia afuera. Otra que me aplasta hasta desorbitarme los ojos en mundos donde veo lo infinito de cada movimiento.
Mundos en gestación, en brotes.
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El cuerpo se mueve en un profundo vacío que da vértigo.
Un impulso ascendente sostiene la danza.
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La imagen de mi brazo alargándose en el espejo me hizo comprender. Tengo que tocar ese desplazamiento. El brazo se alarga en el espejo con una lentitud implacable y brutal. Lo veo deslizarse, alejarse seguro, independiente de mí misma. Su movimiento me inmoviliza. Tengo que tocar ese desplazamiento con una palabra. La palabra lo traerá hacia mi otra vez. Tengo que encontrar la palabra que lo diga.
… El sentido se reveló en la longitud de mi brazo. Todo se fue diciendo en el movimiento lento. Era una curva describiéndose sola en el aire.
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Hace días me sentí poseída por un sentimiento extraño. Despierta, me penetraba una fuerza horizontal. Estaba dentro de una gran extensión pesada, y no obstante me sentía alegre y sin peso. Algo comenzó a cambiar en mí desde el momento en que vi escrito todo el sentido en el movimiento de mi brazo.
Una ligadura antes no sentida me ata a las cosas.
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Cada vez que uno se sitúa en una mayor complejidad interior, descubre una nueva manera de ser simple. No una fácil manera de enfrentarse a la vida y a los otros, sino un sereno unirse a sí mismo sin intermediarios…
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El cuerpo me mura y hace que regrese a mí misma.
Voy en planos opuestos a la dirección del cuerpo. Voy en líneas que no veo cuando abro los ojos. El latido de mi corazón marca desde el fondo un tiempo alargado. Ser puramente. Conocer solamente. El conocer da vueltas en torno a una materia grisácea, sin forma. Es un bloque que impide. Lo reconozco: es mi cuerpo. Dificultad de incorporarlo a mí. Se invierte. Se desnuda en sustancia porosa. Se arquea y se va hacia atrás hasta recogerse en círculo luminoso.
La respiración me va invadiendo.
Vuelvo a mi cuerpo. Estoy en mí.
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Avanzamos a pequeños trechos, como si avanzáramos retrocediendo. Cuando percibimos que vamos hacia adelante, nos sentimos parados en medio de un salto.
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Pensar es lo más solitario.
Pero el cuerpo es fiel. El cuerpo nos acompaña en el pensamiento.
Dando un salto entramos al pensar. Lo invisible avanza suspendido en el aire. Avanzamos suspendidos, en realidad a la inversa, y, al caer, extrañados, el cuerpo está reunido con nosotros, intacto y soportando la extrañeza.
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Los hombres son fuertes en el pensamiento, lo resisten. El movimiento dialéctico se efectúa sin trabas. Yo no tengo defensas y me anego: o bien el pensamiento es una nube densa que ronda mi cabeza, o bien abre un espacio tan dilatado que no puedo imponer condiciones.
Acaso es por eso que danzo, porque en la danza deponemos nuestro propio yo para entrar en una zona al descampado donde el pensar fluye y allí nos movemos.
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Estar desamparada y, a la vez, por eso, ser fuerte. Los pies apenas me sostienen del abismo. De arriba a abajo, tan sólo una corriente magnética me ata a lo sólido. Tiemblo. Fruición de sentirme oscilando en el infinito.
Paradoja: felizmente existe lo sólido.
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A veces siento que en el fondo no hay espacio. Tocamos, realmente, y al mismo tiempo lo concreto está ahuecado de infinito.
Horror de tener sentidos y palpar el tiempo.
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No soporto la idea de vacío. Da vértigo sentirse cayendo al infinito. Necesidad de tocar la tierra. Necesidad de superficie plana. Olvidarse en.
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Muchas veces me sorprende esta angustia: alguien se revela íntegro en un gesto. Quisiera que ese gesto se prolongara, que se inscribiera para siempre.
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Intento huir de una luz pesada. Me extravía. Tiene más peso que mi propio cuerpo…
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El espacio es una luz pesada. Tiene más peso que el cuerpo. El cuerpo es un peso opaco que empuja a la luz y se proyecta en ella liviano y claro.
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Acaso el problema de la danza sea el problema de la física de cómo transformar la materia en luz.
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La danza pasa por el cuerpo. Su primera estancia es el cuerpo. Hay que traspasar el cuerpo, desnudar el centro radioso.
Entonces el cuerpo aparece como una figura exterior que uno puede situar a voluntad.
Uno se distancia de sí mismo.
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Sentirse poroso. El cuerpo se escapa. Uno permanece dentro de él sólo un instante, por azar. El aire está en todo. Sentirse respirando: oleadas de tiempo.
La respiración rompe el límite del cuerpo, lo proyecta en el espacio: multiplicación al infinito.
Hay una visión dolorosa, escindida en dos visiones: una se encaja en fragmentos de cosas que no vemos, otra se llena cada vez más de luz y tamiza el cuerpo.
(Ahora el cuerpo es ya otro, y pasa a otro plano).
El aire nos atraviesa y hace de eje. Otra dimensión nos invade. Es más grande que nosotros. Sin embargo, no cabemos totalmente en ella. La gravedad se invierte.
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Si mi cuerpo hace resistencia, el espacio se crea.
Invento brazos para tantear el afuera. Mis manos empujan dos bloques de aire. Los brazos dibujan el espacio hasta que éste se vuelve pesado y mi cuerpo, erguido, lo soporta. Puede moverse dentro de él.
Hasta que el peso del espacio me domina y mi cuerpo se recoge de nuevo en su propia gravedad.
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Posible movimiento: un cuerpo logra romper la fuerza de gravedad y vuelve a ser presa de ella.
Un cuerpo va irguiéndose como si aspirara a desprenderse para siempre del suelo.
Entre dos tensiones, peso y liviandad, entre tierra y cielo, crece la danza. Cada nivel ganado es la penetración de un espacio.
Los brazos, las piernas, el torso, las caderas, las manos, los pies, la cabeza, los dedos, el cabello son instrumentos para insurgir contra esa tensión que engloba.
Descubrimiento sensorial del espacio. Irrupción en el espacio.
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Si uno está en constante vibración, ¿qué quiere decir lo estático?
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La danza se mueve entre dos tensiones.
Una me empuja hacia atrás, hacia un sin-tiempo, hacia una zona que va inmovilizándose hasta sumergirme en su fondo de piedra.
Otra invade mi densidad, me pulveriza, me proyecta irradiada en un espacio cada vez más abierto, hacia otro sin-tiempo.
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Un hombre de pie en el espacio. Su cuerpo está poroso, atento. Sus brazos se elevan con el aire. Sus líneas se prolongan hasta el extremo. Se bambolean los planos y el cuerpo se balancea entre circunferencias.
El hombre continúa sobrepasando sus extremos sucesivos.
Basta el aire para romper lo estático. Hasta el silencio está cargado de vibraciones.
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Basta el aire insinuándose con luminosidad entre el cuerpo para romper lo estático.
Basta un silencio cargado de vibraciones para que se inicie la danza.
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Si mi cuerpo hace resistencia, el espacio se crea.
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El gesto hecho al azar no es el más espontáneo. Liberemos el gesto para hallar la espontaneidad primera.
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Mi cuerpo está dócil al ritmo. A la vez soy una fuerza dura que se impone al espacio.
*Tomados de A través de la danza. Sonia Sanoja. Prefacio: Roberto Guevara. Fotografías: Heide Herbig. Monte Ávila Editores, Caracas, 1970.