Por JESÚS MATHEUS
I
Su reflexión me causa extrañeza (las reflexiones de Beatriz Sogbe me causan extrañeza). Sin querer, aflora una suerte de réplica a su ensayo Reflexiones en la pandemia. El tema es interesante, su opinión se multiplica en busca de respuestas siempre necesarias en estos tiempos extraños. Reflexiono en voz alta y trato de escribir algunas breves notas.
Puedo imaginar la experiencia de las entrevistas a los escultores ingleses que expusieron y trabajaron en nuestro país dejando obras importantes, con fruición a Soto y Szyszlo; también la extrañeza de un enrevesado maestro Jacobo Borges. Son historias que dan para mucho.
Por supuesto, como artista plástico perteneciente a otra generación a los maestros, puedo sentir con asombro la solidez y originalidad de sus propuestas como también verificar sus gustos y debilidades tanto como sus bajas pasiones. La historia y los historiadores de arte también se encargan de eso.
Ahora bien, tenemos que recordar que el artista hace la obra de arte, luego, en su mediación, la obra hace al artista, se hace visible y que este servidor cultural es humanidad pura. Esta aclaratoria viene al caso porque olvidamos que la obra bellamente compuesta es obra mágica, valga la redundancia, de un ser humano que vive y siente de muchas —buenas y malas— maneras, se presenta y se oculta como la obra misma, brilla y se apaga, y en su paradoja vuelve a resurgir, tal vez lucha para sobrevivir. Podemos decir de un estado de relajamiento o complacencia natural al encontrar una forma importante algunos extravíos y salidas que ofrece el mismo camino hacia la iluminación definitiva de la obra maestra desconocida. Esta percepción aflora en tiempos como el que estamos viviendo, y no solo nos pone a prueba de resistencia, sino al designio constante de la imaginación y la voluntad creadora, del entendimiento y la maduración del gusto y el goce estético, como bien diría Kant.
II
Pero por dónde empezar a razonar un comentario: por la obra de arte o la crítica de arte, por el artista plástico o el crítico de arte; por la creación visual o la creación de la prosa del ensayo de arte. Si hablamos de creación y pensamiento visual, podemos hablar de históricas relaciones entre intelectualidad teórica y práctica artística. A veces el comentario vale más que la obra. Ciertamente un territorio interesante de polémica, y no exento de pasiones, a veces ingenua en sus tratamientos, seguramente plagado de desencuentros tanto individuales como colectivos.
Acerca de esta, y no en defensa propia como artista pero sí en sintonía con la práctica artística, puedo afirmar, y aquí parte mi extrañeza a su lamento, que en la obra del artista solo hay búsqueda de la verdad en la imagen y la forma creada, no existen maneras que deben preocupar al artista. La obra es, y debe ser, libre como el acto de creación en la amplitud de sus posibilidades. Me valgo de algo que oí de Alejandro Otero una tarde de visita a la Nena Palacios en el TAGA: “No se hace arte impunemente”. Un mantra de genialidad propia de su cívica estatura para descifrar el credo creativo de un artista marcador de época y género.
De confesión de partes, nunca he desistido de trabajar con el sistema, me parece importante. Acaso hay algo de romántico en la vida de un artista. En mi experiencia personal he tenido la suerte del mecenazgo, la complicidad de la crítica (aunque a veces, por supuesto, no de acuerdo con ella). La he traído a mis lugares de trabajo, su mediación ha sido necesaria en la comunicación de la obra y el artista con el mundo.
Tal vez, porque delate un aire de nostalgia o un grito de impotencia ante el descalabro actual, se dice que todo tiempo pasado fue mejor. No estoy tan seguro de ello, personalmente desconfío de las generalizaciones, menos me gustan las comparaciones. En mi desempeño, pasado, presente y futuro, como artista de taller, profesor docente, en posición crítica como jurado, curador de nuestra obra, y en algún momento de la obra de otros, nos encontramos muchas veces en posiciones (dis) símiles, asumiendo posiciones que, por fortuna, variaron en el tiempo. Tal vez muy apasionadas, más gregarias, menos sesgadas. El panorama plástico de los 80 y 90 en Venezuela, en resonancia con el mundo, estuvo envuelto de un momento histórico irrepetible (podemos citar muchas instancias). Hablamos de encuentros y despedidas, sin medias tintas. La mediocridad no formó parte de nuestro lenguaje, al menos el mío. Sí del lenguaje del poder. Para nadie es un secreto que en arte y crítica el poder juega a dos bandas, solo que los artistas nos ocupamos menos de ello. En su origen hay más independencia que en el terreno de la crítica, pero nos necesitamos uno del otro, vaya paradigma.
III
Haciendo memoria recuerdo, por ejemplo, encuentros casuales con Eduardo Robles Piquer (RAS, Rasguños, su columna de El Nacional) comentando acerca de la ambigüedad del título de una obra en una exposición individual de dibujos o a Roberto Guevara con su idea tremenda de “tierra arrasada” de afiliaciones estéticas en los celebérrimos salones nacionales de arte. También un suceso interesante con el teórico y crítico cultural peruano-mexicano profesor Juan Acha, tanto de oyente en una de sus clases en Academia de San Carlos, al mismo tiempo que su asistencia a la cita en mi exposición en la galería Armando Reverón del Consulado de Venezuela en la colonia Polanco de Ciudad de México. A nuestro encuentro allí, inmediatamente con tono inquisidor me espetó: ¿por qué usted me ha invitado, qué pretende conmigo? Luego de agradecer su visita, y sortear una respuesta más o menos convincente, intercambiamos un breve diálogo, para luego marcharse secamente.
Precisamente él es autor del canónico trabajo sobre el fenómeno de la producción contemporánea de arte: la obra producida por el artista en la condición establecida y el sistema articulado de legitimación necesaria artista/obra. Aquella cadena de transmisión que debe contar con favor estético del crítico/teórico, luego la difusión a través de los medios de comunicación y periodismo especializado; los circuitos de exhibición: museo, centro cultural público y privado con la suma de las galerías, hoy las ferias de arte, luego el denostado mercado y sus actores: galerista, coleccionista y el aficionado del objeto de arte. Este tema también fue motivo de estudio en alguno de los históricos Cursos de Gerencia de Proyectos en las Artes Visuales promovidos por la Fundación Polar de Caracas. De estos aprendimos muchos de nosotros, sería interesante hablar de esto, sobre todo en el contexto de la grave realidad de la Venezuela actual.
Para terminar, me atrevo a decir que existe una crítica normativa y otra creativa. Prefiero esta última, la crítica que enlaza la imagen plástica con la poesía de la palabra para convertirse en lenguaje visual. El poeta Luis Cardoza y Aragón, al adentrarse a la crítica de arte, sugería la importancia del elemento poético en la literatura de interpretación del arte como única manera posible del ejercicio crítico. Lo dijo de esta manera en su ensayo Arte y Crítica: (…) “No propongo, ni me propongo, conocer, sino vivir y hacer vivir una experiencia (…)”. La crítica, más que establecer el orden, ayuda a ver, a liberar, a cambiar o crear la visión. Y no es un puente el que construye entre el artista y el contemplador: ofrece un probable y acaso posible itinerario de vuelo, para advertir lo que la obra guarda de único por encima de la fascinante estupidez de la moda o la tradición, lastre pragmático”. Hay mucho más en su ensayo. A fin de cuentas, a ella le pediríamos que investigara más, con mayor independencia, de manera no oficial, y al margen de las contingencias, abrirse más al quehacer de los artistas, que tocara más a sus puertas, diríamos —hoy en día— a la teleconferencia. Se cuentan por muchos, y excelentes. Nos toca salir de la oscuridad y el olvido a unos y otros, y a pesar de la distancia social y el uso del tapabocas que la pandemia nos obliga, abrazarnos en la imaginación de las ideas para derrotar la desilusión y la melancolía, el lamento de esta realidad tan cruda que nos está tocando vivir. Yo sigo en mi estudio.
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