Por FEDERICO PACANINS
¿Quién dijo que el humor no es serio? Tan serio es que se le trata de “sentido” cual facultad de aguda inteligencia, usualmente ligada al goce de aquello que se explora, se acepta y con una sonrisa ─a veces agridulce─ se degusta.
Rubén Monasterios (La Guaira, 21 de enero de 1938) fue psicólogo, cronista, crítico, dramaturgo, poeta, locutor, productor radiofónico, caricaturista y humorista venezolano que desarrolló cierta fama de refinado y a veces terrible “Bon vivant” de la crítica cultural venezolana. Caballero de las artes de entusiasta presencia y sonrisa franca ─¡imposible pasarlo por poco alto!─, a quien ninguna arista teatral o «dancística» le fue ajena. Siempre tan presto a destacar el evento de ballet o de teatro que ofreciera cualidades destinadas a la inteligencia sensible del espectador, como a denunciar el acto escénico que, a su entender, hiciera perder el tiempo del público; por ello, durante la expectación de ciertas obras era muy llamativo un gesto de repudio que ponía a todos los presentes a murmurar: “Monasterios se salió de la sala…”.
Lo cierto es que don Rubén a lo largo de su carrera ofreció críticas, investigaciones, reseñas, narraciones y piezas dramáticas publicadas en numerosos diarios, revistas y libros entre cuyos títulos destacamos: Un enfoque crítico del teatro Venezolano (1975), Cuerpos en el espacio: el baile teatral venezolano en nuestros días (1986), Ramillete de improperios y manojo de extravíos (1990), El teatro recobrado de Andrés Eloy Blanco (1997), Los poseídos (1999, Premio Municipal de Literatura 2000, mención Poesía) y Caraqueñerías: crónicas de un amor por Caracas (2003). Su comedia teatral La lujuria forma parte de Los siete pecados capitales (1974), espectáculo que también convocó la dramaturgia de José Ignacio Cabrujas, Isaac Chocrón, Román Chalbaud, Luis Britto García, Manuel Trujillo y Elisa Lerner. En 2023, Editoras Unidas & Cía publicó Comedias Irreverentes Pornohumorísticas. También es memorable el programa radiofónico Rubén y sus corazones solitarios que, bajo su producción y peculiar locución, sedujo por más de 20 años la audición de un nutrido grupo de caraqueños, que recibíamos dosis diarias de sabrosos temas culturales expuestos con profundidad, sencillez e indudable gracia.
Como tributo a su memoria, a continuación compartimos el pregón navideño que ofreciera a los caraqueños en diciembre de 1993, cuando don Rubén fue designado pregonero mayor por el Concejo Municipal de Caracas. En esa oportunidad, para sorpresa de los presentes, pues se le ocurrió representar a un tal “Caballero del Valle”, dando vida escénica al pregón al practicar un consejo crítico que en alguna oportunidad dedicó a los directores teatrales de nuestro patio:
“Al director de teatro se le exige ‘algo más’ que la correcta solución, sobre esquemas gastados, de ciertos problemas básicos; para que su tarea se realice en obra de arte debe ser creadora: insuflar energía a las fórmulas convencionales, re-elaborarlas desde algún enfoque original, inventar o incorporar nuevas fórmulas; ese ‘algo más’ lo encontraremos en la fuerza que imprime a la dirección escénica”.
Pregón navideño de Caracas (Caraqueñerías, 1993)
En su programa radiofónico Rubén y sus corazones solitario, transmitido por la emisora Mágica 99.1 F.M. hace ya más de un par de décadas, don Rubén interpretó su pregón navideño dedicado al Ávila, tal cual lo había hecho en el Concejo Municipal de Caracas presentado en diciembre de 1993, en su condición de “Caballero de El Valle” y Pregonero Mayor. Este singular pregón, conformado por la “pureza” de versos endecasílabos rimados, da buena cuenta de su poético y acaso “clásico” talento como como comunicador, crítico y humorista.
Yo soy el caballero del Valle:
un verídico fantasma de la calle
de una ciudad que ayer era apacible
¡vuelta hoy un infierno insufrible!
Soy el único fantasma que le queda
haciendo el bolsa en esta vereda.
Los restantes fantasmas, mis colegas,
espectros de las casas solariegas
y de sombrías y solitarias calles,
do aterraban con sus gestos y ayes,
huyeron humillados, asombrado,
o más precisamente: deslumbrados,
con la llegada de la electricidad,
cuya luz a todos, espantó sin piedad.
Así, pues, soy el postrer fantasma,
sombra sutil, retazo de ectoplasma,
de esta ciudad cuya nomenclatura
es de los más confusa e insegura.
¿Habéis, acaso, intentado la proeza
de buscar, sin la menor certeza,
una quinta llamada «Coromoto»
en el recodo más remoto e ignoto
de la Urbanización Los Tulipanes
situada en el sector de Los Samanes,
rondando, con desesperación,
por calles sin identificación?
Además, por si eso fuera poco,
busca usted en lo oscuro, vuelto loco,
una quinta, cuyo nombre en letra gótica
─adoramos cualquier cosa exótica─,
que no obstante su increíble poder
ni el gran mago Mandrake puede ver;
¡y es que el rótulo ha quedado tapado
por una mata florecida en el tejado!
¿Y qué decir del turista infortunado
a quien la bella, que supone ha llegado,
le ha dado cita, ¡suprema su emoción!
en la esquina llamada Quitacalzón?
Entrará el infeliz en desesperación
buscando, ansioso, la esquina en cuestión,
¡y será suprema su desilusión,
porque no existe esa locación!
¡Ni una cuadra desde ella a Pele el Ojo,
que de la guasa citadina es un antojo!
Y no es la única dirección de fantasía
que existe en esta querida ciudad mía.
Las esquinas: ¡otra delicia lugareña
propia de la nomenclatura caraqueña!
Ninguna otra ciudad le depara la gloria
de contarle en cada esquina cierta historia.
Leyenda que cada día, más se esfuma,
perdida de la memoria de la bruma.
Y también este fantasma ha de esfumarse,
de evaporarse, ¡y al infierno marcharse!,
porque entre los horrores cotidianos
que soportamos los venezolanos
un alma en pena que de noche aparece
haciendo «¡Bú!» tan sólo se merece
que le digan: ¿Cuál es tu nota, viejo?
¡Y que asustarlo a uno, so pendejo!
¡Te sale una patada en el trasero,
por andar haciendo el majadero!:
¡Miedo me da el malandro de la esquina
cuando me apunta su pistola con inquina!
No obstante, pese a tanto maltrato,
Caracas sigue siendo un lugar grato,
y es de su encanto parte principal,
─diría yo: el aspecto primordial─,
la fascinante y altanera montaña
que por el norte franco la acompaña.
La llaman «El Ávila»: una contradicción,
Por cuanto «Ávila» no es nombre de varón;
porque no es monte, sino bella montaña.
Por tal razón, a mi juicio suficiente,
aquí propongo, respetuosamente,
que llamemos «la» Ávila a esa cumbre,
aunque ello contradiga la costumbre.
Ávila es un suave nombre de mujer
y la feminidad se expresa en su ser;
porque es cosa femenil ser caprichosa,
transfigurable, coqueta y veleidosa…
a veces la Ávila se siente pudorosa:
se envuelve en velo de neblina rosa,
cubriendo sus encantos como un tul
de nubes que reflejan del cielo el azul.
Otras veces se despierta radiante
y muestra bajo el sol el deslumbrante
verdegris vestido que ella tiene,
el cual luce cuando en gana le viene.
En ocasiones puede sentirse triste
y en tal estado de ánimo se viste
con la apariencia de una cenobita
con el hábito oscuro de una carmelita.
¿Acaso no la has visto misteriosa,
disuelta en una noche tenebrosa,
toda de negra, íntegra vestida,
como queriendo pasar escondida?
¡Y hay que ver cómo la dama se acicala
cuando alardea exhibirse de gala!
Luce entonces su diadema de estrellas
y su collar de las luciérnagas más bellas.
Y se perfuma con aroma de claveles
Y rosas de Galipán, cómplices fieles.
Así se deja ver maquillada de luna:
¡Más hermosa jamás lució ninguna!
Ciudadanos: Maese Pacheco se perfila
y me ordena terminar la retahíla.
¡Como yo soy Pregonero Mayor
invoco los favores del Señor!
Para Caracas solicito de regalo
que el año por venir no sea tan malo:
¡ojalá pueda llevar toda su gente
una vida pacífica y decente!
¡Para todo habitante de Caracas
pido cena con opíparas hayacas,
pan de jamón, ensalada de gallina,
el mejor vino bebido en copa fina
y el delicado dulce de lechosa,
de Pascuas golosina más sabrosa!
No exijo terminar la corrupción
porque ese anhelo sería una ilusión.
Eso sí, le suplico a los corruptos
que no cometan tantos exabruptos:
¡Si es de rigor robar, sed moderados;
dejad algo para los depauperados!
Declaro inaugurado este festejo
con la venia del Ilustre Consejo
y el beneplácito de la Gobernación.
¡Reciban todos de Dios la bendición!
En cumplimiento de mi misión actual
me despido con la frase ritual
─aunque es tan mala aquí la situación
y nos sentimos con tanta aflicción
que supondrán que estoy mamando gallo
e invocarán que me parta un buen rayo
al oírme decir con acento risueño
nuestro tradicional saludo navideño─:
Tengamos todos caraqueños
¡Felices Pascuas y Próspero Año Nuevo!