A
Adivinanza: Todo en esta vida es acertijo: quién soy y quién no soy, de dónde vengo y adónde voy, qué he sido y qué seré, qué veo y quién me mira, quién te ha visto y quién te ve, si he hecho o no he hecho, si he dicho o no he dicho, que cuando hablo callo y cuando callo miento, cuando hago no sé si hago y cuando vivo no sé si sueño, acaso ni siquiera he sido, porque aprendo para olvidar y olvido para saber, quiero para renunciar y renuncio para después querer, ¿no será que ni quiero ni sé ni soy?, ¿no será que ni siquiera vivo? De la infancia a la vejez nada hay definitivo, y quizá no sea la propia vida más que una larga adivinanza: un laberinto de bulas y términos de comparación. Tanto aprendiéndolo como desaprendiéndolo todo podríamos llegar a la misma conclusión.
Alas: El niño bajó a la playa y entró en la casa prohibida. La mujer –Eva– le dijo: “Conozco a tu doble. Yo veo tu sombra huida”. Y el niño sintió cómo unas alas le nacían en la espalda y le levantaban, le arrastraban para perseguir a su sombra que efectivamente huía, allá abajo, en la tierra, siempre un par de pasos por adelante. Pero cuando ya estaba a punto de atraparla, las alas desaparecieron y el niño comenzó a caer. Antes de llegar al suelo, se había convertido en hombre (1).
Argumento: Estaba con un libro en la mano. Cerraba los ojos y aspiraba el papel como si fuese un maravilloso perfume, o bien abría el rabillo del ojo para ver perfilarse algunas palabras: cojo, tiempo, que amó, lo dijo, él, pues, tiempo, ella, lo es, todo, sufriendo. No sabía qué podía tener más sentido, si leer el libro desde el comienzo, por el final, o acaso ir pasando las hojas como le gustaba y dejar su significado a la casualidad. Escogió la primera opción: “Me esperaba en el río, como siempre después de la cena”. No le gustó y escogió la segunda: “En el agua podía contemplar su rostro como tantas veces, pidiéndome que la besara”. Prefirió repetir la operación de las hojas: todo, ella, lo es, tiempo, dijo, él, lo, que amó, sufriendo, cojo. Cerró el libro. Lo dejó en la estantería. Se tumbó en la cama. Cerró los ojos (2).
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Algunos dolores y obsesiones tienen argumento.
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A la fatalidad le buscamos siempre un argumento.
B
Banquete: Veo nuestra primera noche en su boca, la conversación de la cena y las risas nerviosas, las miradas furtivas a mis propios labios y mi cuello, su cuello largo y profundo en el escote verde, el pecho apenas insinuado pero en el que podías introducir la mano para separar sus senos y acariciarlos hasta los pezones puntiagudos, como brotes. Imaginaba cada bocado bajando por ahí, el trago de vino acompañando la carne por el esófago para deshacerse en el estómago, la placidez que la envolvía y el viaje audaz por sus venas, regando su cerebro y su risa. Ah, y cómo reía, como si la copa se hubiera caído de su mano hasta el suelo, rompiéndose en cristales que yo recogería para reconstruir una vez más su rostro y el deseo, sus palabras llenando la noche y nublando mi cabeza. Era su voz, lo que decía y no decía, lo que pensaba o yo creía que pensaba, y por tanto me obligaba a decir. Y después la conversación se transformaba en otra cosa, en las caricias de sus manos, que eran como guadañas. Y la prolongación, y la pausa, y el hambre, y la espera, y contener en lo posible una única certeza. Veo esa primera noche repitiéndose una vez y otra y otra en sus labios abiertos como tenazas, y el deseo también en sus ojos, risueños, voraces, y el resto el recuerdo, lo que veo ahora. Ahora me deslizo por sus muslos suaves, cálidos aún hasta su vientre y su pecho y su cuello, y me miro las heridas sangrantes, el tajo profundo en la pierna, las manos amputadas. Entrelazaba las suyas bajo su barbilla, donde se formaba un hoyuelo, y encima se formaba una media luna que te invitaba a recorrerla con la yema del dedo, subir por la mejilla y completar la órbita del ojo hasta la frente, y de nuevo el deseo, y el hambre, y el beso suave en la cara y el cuello y la lengua introduciéndose en mi oreja y el chasquido y el dolor. Entonces la risa se convierte en un suspiro, y sus labios forman una súplica. Nos acomodamos en la rama del árbol y le ofrezco ya mi vida entera. Y ella me muerde de nuevo. Y durante un momento se sacia. Mi amor, mi mantis, solo soy el fuego en tus entrañas.
Bucle: Exageramos la realidad hasta empequeñecerla, nos exageramos nosotros mismos hasta desaparecer.
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Notas
(1) Difícil es combatir el deseo. Lo que anhela lo compra con el alma. Juan Cobos Wilkins.
(2) ¿Qué será más importante, la decisión o la casualidad? No importa demasiado lo que leas. En todos los libros se esconde lo que quieres leer. Y cada lector tiene un único argumento: él.
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El texto anterior es una selección de “A+B”, fragmento de Miradas nuevas por agujeros viejos, de José María Pérez Zúñiga (Páginas de Espuma, 2014), publicado anteriormente en la revista norteamericana Inti: Revista de literatura hispánica.