Por FRANKLIN D. ROOSEVELT
«Me dirijo al Congreso en un momento sin precedentes en la historia de los Estados Unidos. Empleo estas palabras porque en ningún otro momento la seguridad de los Estados Unidos se ha visto tan amenazada desde el exterior como en el actual.
Las luchas napoleónicas y la Gran Guerra no llegaron a representar más que una pequeña amenaza para el porvenir de América. Sin embargo, en la actualidad un país aspira a colocarse por encima de todos los demás. El pueblo norteamericano se ha opuesto siempre a esto, pero la seguridad futura de nuestra nación y de nuestra democracia están implicadas de manera ineludible en los acontecimientos que se desarrollan a gran distancia de nuestras fronteras. La defensa armada de la existencia democrática se está efectuando ahora valientemente en cuatro continentes. Si esta defensa fracasa, toda la población y todos los recursos de Europa, Asia, África y Australia serán dominados por los conquistadores.
Se ha discutido mucho acerca de la imposibilidad de una invasión directa a través de los mares. Evidentemente, mientras la Marina británica conserve su potencia ningún peligro de esa clase existe; incluso si la Marina británica no existiera, es poco probable que el enemigo sea el que fuere, fuera lo suficientemente estúpido para atacarnos desembarcando en los Estados Unidos a través de miles de millas de océano antes de haber obtenido bases estratégicas desde las cuales pudiera operar.
La primera fase de la invasión en el hemisferio americano sería la ocupación por agentes secretos y sus cómplices inocentes (y gran número de ellos se encuentran ya aquí y en América Latina) de los puntos estratégicos necesarios. Mientras los países agresores conserven la ofensiva, serán ellos y no nosotros los que escogerán la hora, el lugar y el método de su ataque. Por este motivo el porvenir de todas las repúblicas americanas está hoy en un serio peligro. Tengo la convicción de que la justicia y la moralidad terminarán por vencer.
Mi política se resume en tres conceptos. Primero: como consecuencia de la expresión de la voluntad pública, sin distinción de partidos, los Estados Unidos han afrontado la tarea de llevar a cabo un programa comprensivo de Defensa Nacional. Segundo: como consecuencia de la misma expresión de la opinión pública, los Estados Unidos se han comprometido a apoyar íntegramente a todos aquellos pueblos resueltos que en cualquier parte resisten a la agresión y la mantienen así alejada de este hemisferio. Tercero: por los mismos motivos anteriormente enumerados, los Estados Unidos se han comprometido a mantener la idea que los principios de moralidad y las consideraciones de su propia seguridad no les permitirán jamás consentir en una paz dictada por los agresores bajo la égida de los partidarios de la pacificación.
Para recuperar el retraso en el programa de entrega de aviones terminados se trabaja noche y día. Se activa al mismo tiempo la construcción de barcos de guerra y se van a pedir nuevos créditos a fin de intensificar la fabricación de municiones y de material suplementario que ha de ser entregado a las naciones que luchan contra los países agresores.
Nuestra labor más útil es la de actuar en calidad de arsenal para ellos al mismo tiempo que para nosotros. Estas naciones no tienen necesidad de recursos humanos, pero sí necesitan miles de millones de dólares de armas de defensa. Se acerca el momento en que no podrán ya pagarlas en especies contantes y sonantes. No podemos y no queremos decirles que han de capitular a causa de su incapacidad actual para pagar las armas que sabemos les son necesarias. No recomiendo que les hagamos un empréstito en dólares para pagar esas armas, empréstito que habría de ser reembolsado en dólares. Recomiendo que facilitemos a esas naciones el seguir obteniendo materiales de guerra en los Estados Unidos ajustando sus encargos a nuestro propio programa. Casi todo su material sería útil para nuestra propia defensa en caso necesario. Por esto lo enviamos al extranjero, que nos devolverá, dentro de un plazo razonable después del fin de las hostilidades, materiales semejantes u otras mercancías, según nuestra preferencia.
Digamos a las democracias: “Nosotros, americanos, estamos totalmente en vuestra defensa de la Libertad. Os prestamos nuestras energías, recursos y potencia de organización con el fin de daros la fuerza de volver a ganar la guerra y mantener la libertad del mundo. Os enviaremos en cantidades cada vez mayores barcos, aviones, carros de combate y cañones. Éste es nuestro objetivo y nuestra promesa. En el cumplimiento de este fin no nos dejaremos intimidar por las amenazas de los dictadores, que consideran como una infracción al Derecho internacional y como un acto de guerra nuestra ayuda a las democracias que se atreven a resistir a su agresión. Esta ayuda no es un acto de guerra aunque un dictador proclame unilateralmente que lo es. Cuando los dictadores estén dispuestos a hacernos la guerra no esperarán a que realicemos por nuestra parte un acto de guerra. No esperaron a que Noruega, Bélgica y los Países Bajos cometieran un acto de guerra. Sólo se interesan por el Derecho internacional en un sentido único y no recíproco en su observación y que, por lo tanto, se convierte en un acto de opresión.
En los días futuros, que pretendemos hacer seguros, esperamos ver un mundo fundamentado en cuatro libertades humanas esenciales.
La primera es la libertad de discurso y expresión –en cualquier sitio del mundo–.
La segunda es la libertad de cualquier persona para adorar a Dios a su propio modo –en cualquier sitio del mundo–.
La tercera es la libertad de querer –que, traducido en términos mundanos, significa llegar a acuerdos económicos que aseguren a toda nación una vida en paz y con salud para sus habitantes– en cualquier sitio del mundo.
El cuarto es la libertad de miedo –que, traducido en términos mundanos, significa una reducción a nivel mundial de los armamentos hasta un punto y de una manera tan concienzuda que ninguna nación estará en situación de cometer ningún acto de agresión física contra ningún vecino– en cualquier sitio del mundo.
Esto no es la visión de un milenio distante. Es una base definitiva para un mundo posible en nuestro propio tiempo y generación. Ese tipo de mundo es la antítesis del denominado nuevo orden de tiranía que los dictadores pretenden crear a golpe de bombas.
A ese nuevo orden oponemos una mayor concepción –el orden moral–. Una buena sociedad es capaz de afrontar esquemas de dominación mundial y revoluciones extranjeras sin miedo.
Desde el comienzo de nuestra historia americana hemos estado implicados en el cambio a lo largo de una revolución perpetua, pacífica, una revolución que sigue adelante sin parar, con tranquilidad, ajustándose a las condiciones cambiantes sin el campo de concentración o cal viva en la fosa. El orden mundial que queremos es la cooperación de países libres, trabajando juntos en una sociedad civilizada y amistosa.
Esta nación ha puesto su destino en las manos y las mentes y los corazones de sus millones de hombres y mujeres libres, y su fe en la libertad bajo la guía de Dios. La libertad implica la supremacía de los derechos humanos en todos lados. Nuestro apoyo es para aquellos que luchan para obtener esos derechos y mantenerlos. Nuestra fuerza es nuestra unidad de propósito.
A ese gran concepto no le puede seguir otro final que no sea la victoria».
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