Papel Literario

1999-2024: cómo han cambiado nuestras vidas (2/12)

por Avatar Papel Literario

Jesús Suárez

Anuario

1999

Los hijos de la dialéctica, los profetas del cambio permanente, vinieron para perpetuarse.

2004

Nadie se queda:

ni aquellos que partieron

como sombras de sí mismos

ni quienes permanecen

rotos

juntando sus pedazos.

2010

Después que la ciudad

creció en mí

como árbol mugriento

 

soy todas sus ramas

 

qué queda

sino el oficio

de la pérdida

 

o el fantasma

del sueño

nublando su esplendor.

2017

Este domingo también forma parte

de otra tiranía voraz

que excita a los románticos

trasnochados utopistas

mientras cada día

un pájaro distinto

enmudece frente a los barrotes.

2023

perdiste

la

ambición

de

ser

algo

y

justo

ahora

vives

colmado

por

tu

insignificancia.


Joaquín Ortega

La vida en un recuerdo

Los viernes eran de rumba, los jueves eran de pre despacho, los miércoles eran de premier, los martes eran clásicos, los lunes eran populares, los domingos eran de museos, los sábados eran de teatro. Cine, comida, arte, discusiones sobre lo bello y lo pendiente. Vivíamos en un suelo fértil, envidiado y fustigado por desagradecidos. Los francotiradores (esperando cualquier paso en falso) se disfrazaban de igualitarios y el dinero compró lo que no podía ser vendido. Lo mejor de aquella época (la que nos trajo al hoy) era despertarse con todo por hacer: ni la alacena ni los dolores ni el agua de un grifo merecían un comentario. Sentirse escuchado, enfocado, criticado, copiado o debatido era posible y valorado; escaparse del país era tan fácil como cambiar de canal con un control remoto. El cable nos daba el pasaporte que ni pensábamos usar. Triunfar no era tan importante como sentirse a salvo, amar era tan fácil como pasar días en la playa sin planificación, al acaso y sin anunciarlo. Anochecía y amanecía en la misma continuación de un sueño.  La poesía era de conquista no sabía de rabias, no presentía la muerte, la traición, las jaulas eternas, los rotos que en éste instante se resisten a dejar de ser humanos. Queda nadar en la voces encrespadas para escribir a mano en una pared oculta:

Zarpa

Cuando fuimos gigantes

Lobos y leones peleaban contra el fuego a nuestra voz primera

Pero nos emborrachamos y quedamos mudos

Hoy vueltos al tamaño de un grumo de la tierra

Perros y gatos cuidan nuestro sueño

Para que no volvamos a derrotarnos


Jorge Gómez Jiménez

La edad de la inocencia

Cómo podías saberlo, cómo podías ver la oscuridad si estabas en penumbras. Cómo podías prevenir el acecho si aplaudías con tus manos niñas cada avance. Cantabas con tu voz tibia los himnos del engaño que solían vestir de épica las elaboradas historias de las que se alimentan los mitos.

Nada había entre tú y la verdad, que estaba allí ante ti, siempre lo estuvo, gritando en el vacío. La silenciabas sin saberlo, con esa ceguera que imponen la necesidad y la certeza de la injusticia. La esperanza te hizo ignorante, pequeña bestiecilla acorralada entre la trampa y el abismo.

Bastaba con abrir los ojos y enfrentar con valentía y juicio cada turbia encrucijada, cada ladrón ladino agazapado en los rincones, cada dicho urdido por la falsa poesía de lo marcial. No podías saberlo, cómo podías, pero bastaba con contrariar, con descreer, con abrir los ojos.

Sé que ahora piensas que no tenías oportunidad, que el rumbo del naufragio estaba sellado por fuerzas más allá de tu comprensión. Sé que cuando lames tus heridas piensas en la culpa y en lo inevitable. Sé que preferirías pasar por alto que todo lamento es una forma de la derrota.

¿Te ha enseñado algo el tiempo? ¿Saldrás de la trampa con los miembros mutilados pero con la frente en alto? ¿Tendrás la entereza para cosechar entre la maleza? ¿Servirán tus cicatrices para comprender y para advertir a quien apenas roza el cuello con el lazo? Quién puede saberlo.

Cómo podías saberlo, cómo podías anticipar la magna sangría de la caída. Cómo podías prevenir la oscuridad cuando te encandilaba el rayo de la muerte. La verdad estaba allí ante ti mientras la ignorabas. La verdad es que todo lo creías. La verdad es que tu edad era la edad de la inocencia.


José Antonio Parra

Oscurana

Todos a fin de cuentas emigramos, tanto los que se fueron o pasaron al exilio como quienes nos quedamos. Todos los venezolanos llegamos a otra tierra, una tierra distinta, un país que no es ni la sombra de lo que debió haber sido. A la nación la hizo célebre el descalabro. Las fachadas se han derruido y hemos visto distintas etapas; las cosas renombradas como para que nos quede claro que ya nada será igual, vidas enteras perdidas y en primera línea el discurso oficial cuyo único objeto es la distorsión de la realidad.

Los afectos regados en distintos confines, familias quebradas, amores imposibles, masas acéfalas y tiempos de oscurana. El pensamiento como crimen. Las ciudades mueren bajo el calor entonado. Voy pasando una a una todas las fotografías que nos hacen y que dan coherencia a lo que alguna vez fuimos. Voy transcurriendo en el árbol de la desesperanza mientras veo el caminar suicida de la generación perdida de este siglo. A la prosperidad de tiempos pasados le siguieron la ruina y la alarma, una alarma planetaria por lo que nos ocurría. Entonces vinieron el olvido, la complicidad y el envilecimiento.

El Sur parecía tan lejano en los setenta y a nosotros nos cayó la misma plaga. Esto no fue sino una caída abismal, el destino trágico de un pueblo que se reconoce en el silencio del bahareque y en las miradas rotas; es tan solo lo indecible de verme envejecer como parte de la masa a la que se la llevó el deslave.


José Rafael Herrera

Nostalgia y objetividad

A mi madre y a mi hermana, de las que no pude despedirme.

“Estas olas se llevarán su cuerpo.

más ahogarán la sombra de sus ojos:

un silencio imprescindible ante la Historia:

el mar”.

Jonathan Osorio, Hegel frente al mar

El mar tiene la capacidad de engendrar un carácter, una manera de ser y pensar, una cultura, muy peculiares. Ante su presencia, se tiene la sensación de lo ilimitado e infinito. Y en él la humanidad  que lo habita llega a sentir el reto de trascender las fronteras. De ahí que el propósito de definir esta experiencia implique la sensación de la cosmópolis. Hay un principio universal cuando la obra que produce el espíritu es una organización moral y política. Por el contrario, cuando lo que lo impulsa es el simple deseo del provinciano se pasa por la historia sin dejar mayores huellas. Como dice Hegel, “Solo Zeus, el dios político de cuya cabeza ha nacido Palas Atenea, vence al Tiempo, realizando una obra sabia y moral, creando el Estado”. Es lo que explica la existencia, en Venezuela, de figuras universales que, como afirmara Mariano Picón Salas, no podían haber salido ni de las serranías ni de las altiplanicies del sur. Son los Miranda, los Bello, los Bolívar, los demiurgos del espíritu del mundo republicano.

Toda negación es una determinación. La catástrofe de estos veinticinco años de tiranía gansteril va dejando a su paso la realización de una Weltanschauung cosmopolita. Ahora Venezuela está en todas partes. Se realiza. La inmensa diáspora va dejando a su paso una sociedad mundial en la que se reflejan los tonos del tricolor y el vinotinto de los buenos, los auténticos, los que demuestran con su trabajo cotidiano la nobleza del material con el cual el mar hizo de Venezuela un pueblo de audaces, decididos e incansables amantes de la hazaña de la libertad.


José Rodríguez Iturbe

Un día, hablando con uno de mis alumnos con toda sencillez, me dijo: —Supongo que Ud. nunca imaginó que vendría a morir en Colombia. Tal frase me hizo considerar que, en efecto, esa circunstancia ni había estado ni estaba en mis cálculos personales. Pero, como el fin de la vida terrena no depende de uno sino de Dios, reconociendo que podía darse mi deceso en el exilio, no pude menos que evocar —raíz hispánica— algunos sentimientos del forzado desarraigo español posterior a la Guerra Civil 1936-1939. Me acordé de aquel ¡Aquí no ha muerto nadie! de León Felipe ante los restos de Andrés Eloy Blanco, velados en el Panteón Español de Ciudad de México. Recordé el Canto a los Hijos: “Venezuela, / la del signo del Éxodo, la madre de Bolívar/, y de Sucre y de Bello y de Urdaneta / y de Gual y de Vargas y del millón de grandes; / más poblada en la gloria que en la tierra; / la que algo tiene y nadie sabe dónde; / si en la leche, en la sangre o la placenta / que el hijo vil se le eterniza adentro / y el hijo grande se le muere afuera”. Andrés Eloy recordó en sus versos que a la Patria lejana (“más difícil que un pozo en el desierto / más bella que un amor en primavera”), a Venezuela, “inalcanzable y pura / sabemos ir por el ¡Bendita seas!”. Y, con esperanza, suelo repetir su poema al Caribe: “Como para decirlo de rodillas / ¡Qué bien está que en nuestro mar me quieras! / ¡Qué bien supo nacer en tus riberas! / ¡Qué bien sabrá morir en tus orillas!/ ¡Qué llano azul para sembrarle quillas!/ ¡Qué historia de vigilias costaneras!/ ¡Qué mar de ayer para inventar banderas coloradas, azules y amarillas!”