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100 años del Manifiesto de Córdoba

El pasado 20 de junio, en el Paraninfo de la Universidad de Los Andes, fue pronunciada la conferencia que hoy ofrecemos a los lectores del Papel Literario

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En un alarde de audacia, afirmo que a la generación a la cual pertenezco le constituye un privilegio estar aquí en el preciso momento de conmemorar la fecha del acontecimiento que hoy nos congrega en este recinto de nuestra Alma Mater. Extraordinaria coincidencia puesto que llegamos al final de un camino recorrido y el necesario comienzo de otro; atrás queda una rica y vasta experiencia y nos abrimos, ahora, a un nuevo y esplendoroso futuro el cual también nos encontrará contribuyendo a construirlo, entendiendo que es el mayor desafío de nuestro tiempo.

Es una distinción que la vida nos ha dado la de ser universitarios como pasión y vocación y pertenecer a nuestra bicentenaria Universidad de Los Andes, que ha sido un hogar para nosotros, sin ella no nos entendemos; aquí encontramos el lugar propicio para convertirnos en lo que aspirábamos ser una vez que ingresamos a estas aulas en nuestra juventud. Haber sido acogidos en esta Universidad que tiene una ciudad por dentro y dedicar la vida al magisterio universitario, déjenme decirlo con modestia, es una preferencia que no todos los mortales tienen.

Coincide esta fecha de plena realización universitaria continental, en un momento, en una circunstancia, de la historia republicana y en particular de la universidad venezolana, signada por la más profunda crisis que la institucionalidad de educación superior haya vivido en los anales de nuestra existencia. Marcha en los bordes del colapso, que es decir cercana al abismo de la tragedia, un país sin sus universidades simplemente no lo es.

No se puede ni hay forma de minimizar y ocultar la realidad y los efectos que estamos padeciendo como consecuencia de una deliberada y consciente acción destructiva por parte del gobierno que detenta el poder actualmente en Venezuela. El objetivo no es otro sino destruir los cimientos de la nación, los pilares sobre los cuales se ha construido la nación venezolana.

La universidad es uno de esos pilares, por ser el centro del desarrollo científico, tecnológico, humanístico, cultural, es una institución esencial donde se gestan en gran parte las posibilidades de realización del progreso y la prosperidad nacional.

Hasta hace dos años los recintos universitarios venezolanos aún estaban poblados por una gran cantidad de jóvenes que acudían a sus respectivos centros de estudios para coronar un sueño individual, era una constante la creciente matrícula universitaria porque ya se había inoculado en la familia venezolana que sus hijos debían estudiar y prepararse para el desempeño de la vida, así miles de jóvenes se graduaban de profesionales en los distintos saberes para contribuir al desarrollo nacional. De la noche a la mañana nuestras casas de estudios se han vaciado, ¿a qué se debe ese fenómeno, qué causa lo produce y por qué hoy la familia venezolana ve con dolor la interrupción de los estudios de sus hijos? Porque Venezuela como nación está siendo destruida, miles de profesionales y jóvenes universitarios, por solo señalar una parte de nuestra población que se va del país, buscan otros horizontes porque aquí un mal gobierno se ha encargado de cancelar la esperanza, eso se llama destrucción de riqueza, de capital humano tan necesario para una sociedad en los días que corren.

Las causas que provocan la decadencia de un país pueden ser variadas, obedecen a muchos factores que sería prolijo enumeralos aquí; el caso venezolano es único y por tal sorprendente a los ojos del mundo y a los nuestros. Un gobierno que, en 19 años, recibe como ingreso una descomunal fortuna, que podría ser envidia de otras naciones, dilapida, malgasta, regala, roba, sistemáticamente, lo que pertenece a este pueblo que ahora vive su hora más oscura de miseria y desesperanza. En vez de tener el gobierno al cual Bolívar aspiraba construir y que lo definió como aquel que produce la mayor suma de felicidad, este que en su nombre ha gobernado, es un gobierno en contra de la sociedad, en contra del individuo, no vela por sus derechos, sino todo lo contrario: atenta contra la vida misma, es decir, la libertad de la cual se nos quiere expropiar imponiendo un sistema económico y político como el comunismo que no ha hecho sino crear una poderosa maquinaria estatal para la opresión del ser humano.

Los universitarios y universitarias, profesores, egresados, estudiantes, empleados y obreros tenemos un compromiso y una responsabilidad establecida por la propia Ley de Universidades que nos asigna:

Artículo 1. La Universidad es fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre.

Artículo 2. Las Universidades son Instituciones al servicio de la Nación y a ellas corresponde colaborar en la orientación de la vida del país mediante su contribución doctrinaria en el esclarecimiento de los problemas nacionales.

No podemos sino ser consecuentes con lo que somos, por ello decimos que intentar hacer como lo hace el gobierno nacional con una política deliberada para someter a las universidades a esta muerte institucional, no está haciendo otra cosa que liquidar a Venezuela. Hoy como ayer y como habrá de ser en el futuro inmediato los universitarios estaremos de pie en defensa para impedir que la nación venezolana sea destruida.

Mañana, 21 de junio de 2018, se cumplen exactamente los cien años de uno de los acontecimientos que transformaron la historia contemporánea de América Latina en el siglo XX. Podríamos decir que ese día se firmó el Acta de Independencia de la institución universitaria continental, coincidiendo con las conmemoraciones en todos los países de la región que celebraban también el primer centenario de las independencias.

Celebramos entonces los 100 años de la Reforma de Córdoba, en aquella ciudad argentina, capital de la provincia que lleva su mismo nombre en la que se produce el hecho más representativo para la transformación de la educación superior en nuestra región. Así como a comienzos del siglo XIX nos emancipamos para iniciar la construcción de nuestras repúblicas, el siglo XX lo iniciamos tempranamente con el proceso de Córdoba que comienza a alumbrar un camino para desarrollar la institución universitaria, con la cual todos nuestros países entran a una era de modernización, dándole un lugar especial en el proceso inacabado de fabricar nuestras respectivas naciones.

Aquel movimiento surge en una universidad de larga tradición. Córdoba de la Nueva Andalucía será fundada el 6 de junio de 1573, ubicada en la región central y aquel incipiente núcleo urbano pronto comenzará a desarrollarse por la presencia de dos congregaciones religiosas como la de los franciscanos y los jesuitas que crearon un sistema cultural, religioso, educativo y político el cual posibilitó que en 1610 la Compañía de Jesús estableciera el Colegio Máximo, que sirvió de base para que en 1613 se iniciaran los estudios superiores, sin autorización para otorgar títulos de grado. El 8 de agosto de 1621 el papa Gregorio XV, mediante un Breve Apostólico, otorgó al Colegio Máximo la facultad de conferir grados, lo que fue ratificado por Felipe IV de España a través de la Real Cédula del 2 de febrero de 1622. Pedro de Oñate, Provincial de la Compañía de Jesús, con acuerdo de los catedráticos, declaró inaugurada la Universidad. Posteriormente Oñate redactó los reglamentos que tenían validez oficial. Sería entonces la cuarta universidad que se funda en el Nuevo Mundo. Posteriormente ya en el periodo republicano es nacionalizada por un decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 29 de mayo de 1854, ratificado por la ley número 88 del 9 de septiembre de 1856. Con el nacimiento de la coloquialmente conocida como Casa de Trejo, nace la historia de la educación superior en Argentina.

305 años después de fundada, de su seno surge el movimiento reformista que tendrá a sus estudiantes como los protagonistas de aquel proceso que hoy recordamos.

El 15 de junio de 1918, los estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba inician una protesta para cuestionar tanto el mecanismo electoral como el resultado, puesto que no convalidan la elección de un rector al cual señalaban como representante de los sectores conservadores y católicos. Este novedoso movimiento estudiantil, esencialmente reformista, proviene de los sectores medios en desarrollo de aquella ciudad, está penetrado de un ideal social identificado con las propuestas de construir sociedades más justas y además conformando el germen de un nuevo actor que inscribe en su ideario la demanda política de un orden democrático.

Un conflicto interno en la Universidad Nacional de Córdoba dará paso a un conjunto de exigencias, reclamos y propuestas a partir de las cuales los estudiantes serán vanguardia en la creación de un nuevo orden institucional universitario, resultado de un proceso pacífico, más asambleísta que tumultuario y de barricada, más referido al ámbito del pensamiento que de una simple acción contestataria. Plantear que esa institución universitaria tradicional no estaba en sintonía con las corrientes modernas que caracterizaban a un mundo en transformación como el que está surgiendo en esos años, permite comprender la dimensión del programa de los estudiantes cordobeses que suscriben el 21 de junio de 1918, repito, mañana hace un siglo.

Estas bases filosóficas y políticas para lo que consideran deben ser los principios que orienten una nueva universidad se conoce como el Manifiesto de Córdoba, lleva por título original: “La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica. Manifiesto del 21 de junio de 1918”, se inicia con una declaración que anuncia su propósito:

“Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten, estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”.

Seguidamente describen la universidad existente y sus vicios:

“Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y –lo que es peor aún– el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria”.

Mejor que opinar, recordemos en sus propias palabras y conceptos la descripción del objeto que quieren modificar radicalmente y discúlpenme la larga cita pero en ella se planteó lo que era el centro de su diagnóstico, la relación profesor-estudiante, es decir, la estructura del poder universitario, de allí la contundencia de este manifiesto al declarar, a comienzos del siglo XX, que:

“Nuestro régimen universitario –aun el más reciente– es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios. La autoridad en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando”.

“Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclaman el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo solo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla”.

“Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de estudio es un baluarte de absurda tiranía y solo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia…”.

Aquí radica el núcleo de la propuesta reformista que pasa por el reconocimiento de que el objeto de la enseñanza universitaria es el estudiante y el de considerar que esa institución debe adecuarse a un cambio en sus mecanismos de conducción incorporando al soberano universitario a la toma de decisiones en su gobierno. De allí que entendamos la Reforma de Córdoba como un proceso, que en Argentina y en el resto del continente se convertirá en un referente a lo largo de la centuria pasada para ir adecuando progresivamente al espíritu del Manifiesto las demandas y conquistas planteadas para que las universidades puedan cumplir con su propósito en circunstancias y medios distintos.

En la conclusión del Manifiesto son reiterativos en cuanto a la demanda exigida y será bandera de lucha de los estudiantes latinoamericanos a lo largo de esta historia, además de que será fuente de conflictos y enfrentamientos hasta conquistar aquellas medidas para el cambio de la universidad. Cierran su argumentación, estableciendo el principio eterno de la condición de jóvenes, al señalar:

“La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio de los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansado de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa. La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su federación, saluda a los compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia”.

Recordemos en esta fecha los nombres de los bachilleres que suscribieron el Manifiesto: Enrique F. Barros, se sostiene que es el redactor, Horacio Valdés, Isamael C. Bordabehere, presidentes. Gumersindo Sayago, Alfredo Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante, Ceferino Garzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suárez Pinto, Emilio R. Biagosch, Angel J. Nigro, Natalio J. Saibene, Antonio Medina Allende y Ernesto Garzón.

La reforma de Córdoba tendrá una ola expansiva por todo el continente, será su principal logro inicial en los recintos universitarios y en el pensamiento político y educativo. El contenido de ese manifiesto va a influir de manera fundamental, no será posible ignorarlo a pesar de las resistencias que todavía mantendrán sectores conservadores no solo en el campo de la educación, sino en el plano de las ideas políticas.

Vale la pena considerar, y lo planteo como una conclusión para el balance de la Reforma de Córdoba, que al no haber surgido en aquel momento, ni posteriormente, una propuesta diferente de modelo universitario al establecido por ella, su influencia fue determinante. Lo que sucedió fue que la universidad tradicional siguió estática, pero no se formuló una propuesta alternativa al manifiesto de Córdoba. De allí la resonancia que esas propuestas tuvieron y se convirtieron en las dominantes hasta hace unas décadas para diseñar la arquitectura del modelo universitario que tenemos. Evolucionó de manera gradual, con velocidades diferentes en contextos diferentes de la América Latina y, por supuesto, con especificidades y logros disímiles.

El Manifiesto de Córdoba tiene implícito un decálogo en el cual se expresa la configuración moderna de la educación superior.

1. Autonomía Universitaria.

2. Cogobierno universitario.

3. Libertad de Cátedra.

4. Libertad académica para el análisis y expresión del pensamiento científico, político y social.

5. Misión social de la universidad para que su función social fuese mucho más allá de la simple enseñanza de las aulas de clase.

6. Asistencia libre a clases.

7. Docencia libre.

8. Gratuidad de la educación superior.

9. Vinculación de la universidad con el resto del sistema educativo nacional.

10. Unidad Latinoamericana contra cualquier forma de gobierno autoritario.

Estos diez planteamientos se pueden resumir en tres grandes áreas con las cuales se sintetiza el corpus programático de la educación superior en América Latina en el siglo XX:

1. Autonomía y gobierno universitario.

2. Modificaciones radicales en la enseñanza y métodos docentes.

3. Proyección política y social de la universidad.

Consideremos ahora la influencia de la Reforma de Córdoba en el país. Si algún sistema educativo universitario es tributario del Manifiesto de Córdoba es el nuestro. Aquí se alcanzaron conquistas históricas relacionadas con el ideario cordobés como en ninguna otra parte se dieron.

A comienzos del siglo XX, teníamos una educación superior tan deprimida, por no decir casi inexistente, dos pequeñas universidades, la UCV y esta, la nuestra. El azaroso siglo XIX venezolano, en el cual no logramos alcanzar las metas que nuestros padres fundadores se propusieron en 1811, representó un déficit en materia educativa que es causa del atraso decimonónico, tuvimos en demasía esa forma tradicional y misérrima, causante de nuestros males, como lo fueron la violencia, los caudillos y una economía mono productora, trilogía que gravitó de manera negativa sobre una sociedad inerme e imposibilitada de reaccionar ante ese atraso. En 1918 estamos en el auge del nacimiento de la industria petrolera, nuevos rumbos están marcando el paso que diferencia a esta Venezuela de la descrita anteriormente y sin embargo, no hay cambios que se anuncien en materia de educación universitaria en el preciso instante en que Córdoba despierta. La férrea dictadura de Juan Vicente Gómez tiene otras prioridades, son inmensos los desafíos y las áreas que ameritan atención en la construcción del Estado y la nación acometidas en esos años, y sin embargo la educación universitaria no aparece como área estratégica, seguirán siendo la UCV y la ULA, con el tamaño y acción limitada y sin acciones que modifiquen su ritmo y adecuación a los nuevos tiempos. Habrán de pasar diez años, para que se produzca un acontecimiento en el seno de la UCV que representa el nacimiento, no tan solo de una generación como lo fue la del año de 1928, sino, y lo más importante, el inicio de la construcción del proyecto democrático de Venezuela.

Córdoba en 1918 tiene la mirada puesta en la función transformadora de la universidad, en tanto que significa el rol de la educación para el desarrollo, es posible que así sea porque Argentina es un país democrático en ese momento. En 1928, no hay democracia y todavía está muy distante en Venezuela, la universidad es muy precaria, pero tiene en su seno lo que tiene la de Córdoba, la fuerza motriz de la historia de los nuevos tiempos en la Sudamérica de comienzos del siglo XX, jóvenes estudiantes poseídos de una fuerza interior de lucha consciente por alcanzar la libertad y la igualdad para todos los venezolanos. Ellos van a ser los fundadores del instrumento que posibilitará la creación y desarrollo de la democracia en Venezuela, los partidos políticos. En esa semana carnavalesca de febrero del 28, llegarán los ecos del Manifiesto de Córdoba a la juventud estudiosa venezolana. Pero además y hay que tenerlo presente, los estudiantes, en aquellos años, conforman el sector que expresa la tendencia indetenible del proceso de urbanización que posibilitará el surgimiento de la sociedad moderna, de ciudadanos y ciudadanas, base social única sobre la cual será posible construir sociedades democráticas.

Arrojados a las cárceles y al exilio los estudiantes del 28, en el peregrinar por toda América Latina, aprendiendo y conociendo otras realidades y apreciando los cambios que están ocurriendo en el mundo comienzan a perfilar los fundamentos del proyecto democrático. Y será, en 1931, en la colombiana ciudad de Barranquilla, donde darán a luz el primer proyecto de país conocido como el Plan de Barranquilla, fundamento programático de esa generación y de manera especial de lo que habrán de ser los principios doctrinarios de un partido político como Acción Democrática.

En ese documento, aparece por primera vez el planteamiento central como una de las grandes conquistas en la construcción democrática para Venezuela, es la primera vez que se enuncia un postulado del manifiesto cordobés:

“VI. Intensa campaña de desanalfabetización de las masas obreras y campesinas. Enseñanza técnica industrial y agrícola. Autonomía universitaria funcional y económica”

Quienes suscriben este documento son todos estudiantes que tuvieron que interrumpir sus estudios universitarios porque fueron desterrados a sufrir las condiciones del “amargo y duro pan de exilio”, sus edades oscilaban en 1931 entre los 19 y 25 años. Entre quienes lo suscriben se encuentran Rómulo Betancourt, P.J. Rodríguez Berroeta, Valmore Rodríguez, Raúl Leoni, Juan J. Palacios, César Camejo, Pedro A. Juliac, Mario Plaza Ponte, Simón Betancourt, Ricardo Montilla, Carlos Peña Uslar y Rafael Ángel Castillo. A partir de allí, establecido en el documento seminal originario, Democracia y Universidad conforman un binomio de lucha por la libertad y la igualdad en Venezuela queda inscrita en el gen democrático de nosotros los venezolanos.

En este 2018 los universitarios también tenemos otra fecha que conmemorar relacionada con la democracia y la universidad y la autonomía universitaria.

A la caída de la dictadura militar del General Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, presidía la Junta de Gobierno el Dr. Edgar Sanabria Arcia, eminente profesor de la Universidad Central de Venezuela y del Instituto Pedagógico de Caracas. Esa Junta acuerda, el 18 de diciembre de 1958, proclamar la autonomía plena universitaria, estableciendo la relación entre democracia y autonomía universitaria, conquista lograda por nuestras luchas a lo largo del siglo XX. Por eso encontramos la identificación con los estudiantes cordobeses que hace cien años alumbraron el camino.

Universitarias y Universitarios. Importante y significativo es recordar las fechas de los acontecimientos históricos pues permiten examinar, hacer el debido balance, conocer las causas y las consecuencias que ellos provocan en la vida de las sociedades.

Cuando sometemos al análisis los procesos estamos haciendo un ejercicio no solo para valorarlos, sino básicamente para a partir de esa experiencia singular buscar los datos que nos permitan avanzar hacia nuevos escenarios de posibilidades transformadoras como las que ellos produjeron. En esto consiste nuestra responsabilidad dialéctica en relación con la Reforma de Córdoba, hoy tenemos nuevas circunstancias, nuevos desafíos y responsabilidades que a cien años de aquel proceso y derivado de las fortalezas y debilidades comprobadas y realizadas a lo largo del camino, nos imponen, con responsabilidad ineludible e impostergable, repensar en profundidad la universidad.

El espíritu del Manifiesto de Córdoba llama a nuestros claustros, no tan solo para que conmemoremos, sino para indicarnos que las circunstancias de hoy son totalmente diferentes y requieren un compromiso para responder a los nuevos tiempos que determinan la necesidad de adaptación de la universidad a los cambios que se avecinan en este amanecer del siglo XXI.

El tiempo que estamos viviendo es el de la más grande transformación científica y tecnológica. La IV revolución científica, la cual expande ya sus efectos, es continuación de la surgida en 1750 cuando se inventó la máquina de vapor, hasta la presente en la que la inteligencia artificial va a remodelar el mundo y todas las ideas con las que él se ha conformado, coincide con la denominada también IV Revolución Industrial que comienza asombrándonos con la gama de invenciones que se producen en cadena. La globalización, que está en pleno desarrollo, se ha posibilitado gracias a esa aceleración de la historia que ocurre como consecuencia del surgimiento hace ya tres décadas de las tecnologías de la información y la comunicación. Los avances científicos y tecnológicos han reducido la brecha temporal que separaba de una invención a la otra, ahora todo es más veloz, estamos entonces inmersos, lo que hace que sea otro privilegio más para nuestras generaciones, que no solo historiamos procesos, sino que los vivimos como este cambio de paradigma de un mundo en transformación.

En los próximos años será mayor el impacto de estos cambios en nuestras vidas, el gran esfuerzo del pensamiento es no retardarse en dar cuenta de lo que significan estas poderosas tendencias creadas por el hombre en el seno de universidades y laboratorios. El historiador israelí Yuval Noah Harari, profesor de la Universidad de Jerusalén, nos indica que:

“Hoy, las tecnologías disruptivas están dictando nuestro futuro, a medida que las innovaciones difuminan cada vez más los límites entre los ámbitos físico, digital y biológico. Los robots ya están en nuestras salas de operaciones y restaurantes de comida rápida; hoy podemos usar imágenes en 3D y extracción de células madre (http://www.eltiempo.com/buscar?q=investigacion-con-celulas-madre) para desarrollar huesos humanos a partir de las células del propio paciente, y la impresión en 3D está creando una economía circular en que podemos usar y reutilizar las materias primas.

Este tsunami de innovación tecnológica seguirá cambiando profundamente nuestra manera de vivir y trabajar, y cómo funcionan nuestras sociedades. En la conocida hoy como Cuarta Revolución Industrial convergerán las tecnologías que alcanzan su mayoría de edad, como la robótica, la nanotecnología, la realidad virtual, la impresión 3D, la internet de las cosas, la inteligencia artificial y la biología avanzada. Y, a medida que se las siga desarrollando y adoptando ampliamente, producirán cambios radicales en todas las disciplinas, sectores y economías, y en la manera como las personas, las compañías y las sociedades producen, distribuyen, consumen y desechan los bienes y servicios. En este contexto han surgido ansiosas preguntas sobre el papel que los seres humanos desempeñarán en un mundo dominado por la tecnología”.

Cuando surge el Movimiento de Córdoba vivíamos bajo el imperio de la II Revolución Industrial, del desarrollo de la industrialización a gran escala y la configuración de economías que pujaban por expandirse y crear bienes y servicios de consumo masivo, se planteaban entonces los desafíos de esas sociedades para conquistar el pleno empleo y hacia ese objetivo se avanzó, no sin antes pasar por terribles experiencias humanas como lo fueron la Primera Guerra Mundial y el desarrollo de armas de destrucción masiva, la depresión económica y el ascenso de formas de gobierno que aplastaron al individuo ante la poderosa máquina de dominación de los totalitarismos, fascismo, nazismo y comunismo. Hoy estamos ante desafíos inmensos, regidos por lo que parece ser una ley del desarrollo humano, o nos adaptamos y controlamos los procesos, o sucumbimos ante nuestros propios logros. Yuval Noah nos advierte:

Cada revolución industrial anterior conllevó disrupción, y en la cuarta no será diferente. Si tenemos en mente las lecciones de la historia, podemos gestionar el cambio. Para comenzar, tenemos que centrarnos en las habilidades, no solo en los empleos específicos que vayan a surgir o desaparecer. Si determinamos las habilidades que necesitemos, podemos educar y entrenar la fuerza de trabajo humano para aprovechar la totalidad de las nuevas oportunidades que cree la tecnología. Los departamentos de recursos humanos, las instituciones educacionales y los gobiernos deberían liderar este esfuerzo.

En segundo lugar, la experiencia del pasado ha mostrado una y otra vez que es necesario proteger las clases más desposeídas: los trabajadores vulnerables al desplazamiento por la tecnología deben tener el tiempo y los medios para adaptarse. Como vimos en el 2016, puede haber consecuencias de largo alcance cuando un alto nivel de desigualdad en las oportunidades y resultados hace que la gente crea que en el futuro no hay lugar para ellos.

Por último, pero no menos importante, para asegurarnos de que la Cuarta Revolución Industrial se traduzca en crecimiento económico y frutos para todos, debemos colaborar entre todos para crear nuevos ecosistemas normativos. Los gobiernos tendrán un papel crucial en esto, pero los líderes empresariales y comunitarios también habrán de colaborar con ellos para determinar las regulaciones y estándares correspondientes para las nuevas tecnologías e industrias.

No me hago ilusiones de que esto vaya a ser fácil. La política, no la tecnología, marcará el ritmo del cambio, e implementar las reformas necesarias será un trabajo lento y difícil, especialmente en las democracias. Requerirá una combinación de políticas de vanguardia, marcos normativos ágiles y, sobre todo, alianzas eficaces más allá de los límites de las naciones y las organizaciones”.

La Universidad de Salamanca festeja en este año los ochocientos años de su fundación, 1218-2018. Entre las actividades para celebrar esta fecha, en el mes de mayo, 21 y 22, realizó en Salamanca el IV Encuentro de rectores de las Universidades Iberoamericanas, bajo el lema Universidad, sociedad y futuro. Destaco este evento precisamente por el tema y por lo que allí se estableció en la Declaración de Salamanca, que nos vuelve a recordar, para estas circunstancias, el espíritu de Córdoba. Allí se afirma lo siguiente que para nosotros impone compromiso y estrategia para la acción:

“El efecto de la revolución tecnológica está ya aquí y muchas industrias están sintiendo su impacto. La Educación Superior no es la excepción, y varias tendencias tecnológicas y sociales tienen el potencial de transformar el modelo educativo y operativo de las universidades. Es una prioridad que los líderes educativos no solo conozcan sino que lideren esta revolución, anticipando cambios de paradigma en función de las nuevas realidades imperantes… flexibilizar y aplicar métodos educativos innovadores y repensar los procesos organizativos, administrativos y de sostenibilidad; alianzas, cursos y certificaciones con empresas de diferentes industrias; nuevos y alternativos modelos de certificación e integración con plataformas globales; ofertas formativas híbridas y programas de capacitación y actualización en el lugar de trabajo, en el marco de una formación adaptada a las necesidades del estudiante y que se extiende a lo largo de la vida; nuevas titulaciones, en especial aquellas relacionadas con las ciencias computacionales, la inteligencia artificial, la ciencia de datos y la tecnología; y un mayor énfasis en la educación humanística, así como en las competencias transversales de los estudiantes…”.

En ese evento participan representantes de dos sectores que nos interesa destacar, ellos formarán parte del trípode sobre el cual descansará la transformación de la institución universitaria, me refiero al político y la empresa privada. De ambos provienen no solo advertencias sino propuestas de transformación profunda.

El Presidente de la República de Portugal, Marcelo Rebelo De Sousa, afirma: “No hay valores sin educación, una que sea completa y que empieza en el inicio de la vida y va hasta el final. La universidad tiene que estar abierta a los problemas económicos y sociales. Debe haber una universidad 4.0 que entienda la era digital como una red transcontinental, que anticipe los problemas del día de hoy. No anticiparse a los problemas del mañana, es morir, para una universidad… la universidad es grande si es líder, y es pequeña si se cierra sobre sí misma…”.

La otra opinión es de la señora Ana BotínPresidenta de Universia y del Banco Santander de España, la voz de una empresaria en materia de educación superior que también orienta acerca de la importancia y modernización de la universidad para que cumpla con sus objetivos: “cada generación reescribe el contrato social que regula las relaciones entre la universidad y la sociedad a la que sirve, un contrato que incluye las contribuciones a la docencia, a la investigación y –cada vez más– a la innovación y el emprendimiento”. Y declara que “una de las funciones de la educación universitaria debe ser enseñar a aprender, es decir, ofrecer las herramientas que permitan al estudiante de hoy desarrollar nuevas habilidades y competencias que necesiten en el futuro…”.

Y complementa estas propuestas con tres lineamientos que se deben adoptar en la universidad de estos tiempos:

1. La educación es clave para poder construir sociedades más inclusivas, prósperas y resilientes.

2. La relación entre profesor y estudiante está cada vez más intermediada por la tecnología, situando al estudiante en el centro de nuestra actividad.

3. La importancia de la universidad para promover el crecimiento personal y la movilidad social. Debemos fomentar una educación superior abierta, que promueva valores universales, la tolerancia y la inclusión social. Con una formación humanista, transversal y multidisciplinar… Una universidad que sea una fuente de innovación, de pensamiento crítico y de conciencia social…”.

Oigamos las voces que de afuera nos indican qué y cómo hay que cambiar para ponernos en sintonía y seguir siendo una universidad que cumpla con su cometido existencial. En medio de esta pavorosa crisis que amenaza la existencia de la institución de educación superior en Venezuela, por este afán de destrucción del gobierno, los universitarios tenemos el reto de repensar nuestra institución. La mejor manera de defenderla es transformándola. Ello solo podrá ser resultado de una voluntad comunitaria en la cual nos involucremos todos y pongamos por delante el interés supremo de la nación a la cual servimos.

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