Zona de interés es una película dirigida por el cineasta británico Jonathan Glazer basada en la novela del mismo nombre escrita por el reconocido novelista también británico Martin Amis. Fue galardonada con el gran premio del festival de Cannes.
En Caracas ha sido poco exhibida, y ojalá volviera a estar en cartelera porque se trata de una película dura y difícil, pero a la vez hermosa e impecable, llena de simbolismos, que aborda el tema del Holocausto desde una perspectiva distinta a la mayoría de las realizaciones sobre el tema, porque es una visión desde la óptica de los verdugos, específicamente centrada en la vida cotidiana de la familia de Rudolf Höss, comandante del campo de concentración de Auschwitz. El espectador no ve sino que intuye a través de un sonido ahogado y sutiles efectos visuales, los horrores de ese campo de exterminio
Cuando regresan a su casa, luego de un placentero paseo a un lago con amigos y sus cinco hijos, poco a poco se va infiriendo la identidad del pater familiae y de su esposa: Se trata de Rudolf Höss, un nazi importante y de su esposa Hedwig, quienes han construido un idílico y confortable hogar, conducido correctamente, con un trato cuidadoso hacia sus hijos, con un jardín que encarna el amor por la naturaleza y forma parte del orgullo familiar. Una vida grata y satisfactoria que no se ve alterada por colindar con el mayor campo de exterminio nazi, que el padre dirige.
El trato despótico de Hedwig, la señora de la casa, hacia la servidumbre que se deduce son judíos a su servicio, aparece como la primera señal de su cuestionable condición humana. Van surgiendo paulatinamente situaciones que simbolizan el modus vivendi de los nazis, un sirviente que les entrega pertenecías de víctimas judías. Las de poco valor en un gesto magnánimo se le donan a las sirvientas, mientras ella se mide orgullosamente un abrigo de piel que además tenía un anillo de valor en el bolsillo, del cual hace alarde como un trofeo y cuya «adquisición» cuenta como una hazaña a amigas que vienen a tomar el té.
Es difícil decidir cuál de los dos, si Rudolf o Hedwig, son mayores exponentes de un enigmático caso de la banalidad del mal definida por Hannah Arendt. Personas que cumplen con lo que se les impone sin cuestionar su moralidad ni reflexionar sobre las consecuencias de sus acciones; aquí llevada a un extremo, por la importancia y el poder de su muy consciente protagonista principal y por la indolencia de su esposa.
Rudolf Höss es ascendido a subinspector de todos los campos de concentración por lo que debe trasladarse a Oranienburg, cerca de Berlín, su preocupación está concentrada en cómo darle la noticia a su esposa, quien se niega a moverse del paraíso que han construido, en el cual sueña seguir viviendo y cultivando aún después de finalizada la guerra.
El hecho de que Rudolf y Hedwig hayan hecho de Auschwitz su paraíso personal, su burbuja, es la representación de la deshumanización de los nazis durante el Holocausto.
Habermas, el filósofo más influyente de la Alemania de posguerra dijo que para Alemania era muy difícil racionalizar su pasado inmediato. Sin duda los dirigentes alemanes han sido los más enfáticos del planeta en combatir explícitamente cualquier huella del ese crimen horrendo, el más grotesco en la historia de la humanidad. Pero la banalidad del mal sigue presente en muchos lugares del planeta donde se sigue atentando contra la dignidad del ser humano para mantener regímenes autoritarios.
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