Asesinado por los bolcheviques en 1917, el zar Nicolás II, último ejemplar del milenario imperio ruso, dueño de todo el Cáucaso, partes de Europa, del Asia Central, Turquía y Alaska, pervive en su deseo manifiesto de extender sin límites el militarista poder de su tierra natal que como toda monarquía absoluta usa la religión para sustentar su poderío. La literatura rusa clásica del siglo XIX en especial las obras de Tolstói, Dostoievski, Gogol y Chejov, testimonia detalles de aquel período desde varios ángulos complementarios. Si alguna vez supo de ellos, su formato psiquiátrico eliminó esos nombres pues contienen datos que son inconvenientes para su proyecto en marcha.
La revolución comunista de 74 años para la cual sirvió como agente secreto desde la KGB le otorgó su segundo modelo invasivo: tácticas y estrategias con los métodos criminales injerencistas contra sus adversarios domésticos y las democracias occidentales en nombre de la justa, soberana igualdad social del pueblo representado en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que colapsó cuando sus 18 países, anexos a juro, secundaron el derrumbe del Muro de Berlín en 1991. Lo considera la peor catástrofe mundial en siglos.
De nuevo, múltiples narradores, dramaturgos y poetas registraron el proceso sovietista desde su inicio prometedor con sus fanáticos compañeros de ruta luego convertidos en víctimas de cruel represión. Destacan Trotski, Nabokov, Gorki, Babel, Ana Ajmátova, Pasternak. Si supo de ellos, su formato cerebral los borró aunque desea quemar esos vestigios incluyendo a Kafka y Orwell, pero sabe que por ahora sería imprudente pues siguen vivas las imágenes de una noche del año 38 en Berlín cuando tropas de asalto asesinaron judíos, rompieron los cristales de sus comercios y las hogueras incineraron sus libros en la calle.
A Stalin y sus purgas el nazismo se le interpuso con idéntico propósito de dominio estatal expansivo, de allí que la guerra antihitleriana del “Padrecito” fue un pacto provisional con el mundo libre para el quítate para ponerme yo. Chance que aprovechó para indagar a fondo sobre maneras efectivas de practicar el genocidio: campos de exterminio y de trabajos forzados, cámaras de gas letal y ejecuciones masivas donde las víctimas cavaron sus propias tumbas.
El Holocausto y 20 millones de muertos, saldo aproximado del genocida Nacionalsocialismo alemán más los rojos gulags siberianos que eliminaron otros tantos millares mediante hambrunas y pestes programadas, le parecen demasiado evidentes y decide aplicar otros recursos menos visibles, igualmente criminales hoy a la vista de la moderna tecnología comunicacional.
El putinismo del Kremlin sintetiza y perfecciona en veinte años un tradicional sistema autocrático de culto al líder supremo zarista logrado con hábiles modos de progresivo dominio militar que traspasa fronteras terrestres, aéreas y marítimas. En el ADN ruso no hay rastros democráticos. Todo asomo de Glasnost es eliminado.
En el plano vecinal disuelve idiomas y dialectos regionales, impone al ruso como lenguaje unitario de las excolonias soviéticas con usos y costumbres de la conducta sumisa. Así puede reintegrar poblados rusos separatistas “independientes”, los convence de su indispensable supremacía personal como jefe protector de cada autonomía, instala su tropa bien armada, léase entre otros Crimea en 2014, ahora en las provincias del este ucraniano Donest y Lugansk que equivalen a la maniobra nazi con los Sudetes checoslovacos para iniciar la Segunda Guerra Mundial.
Seguirá su decisión de eliminar a la independiente Ucrania donde colocará su títere, ya en Bielorrusia y en otros países de su personal futuro imperio mentalizado como transnacional obsesión. Sus asedios incluyen armamento nuclear. Necesita liquidar a la Unión Europea y a la OTAN para alcanzar el grado de emperador continental. Agilizará su misión hasta recuperar su herencia perdida de rey ungido por el cristianismo ortodoxo, camarada guerrero y caudillo conductor estilo fascio.
La sociedad putista queda fielmente retratada en Limónov, biografia novelada de aquel muy real legendario personaje (Editorial Anagrama, 2012) obra multipremiada del escritor Emmanuel Carrére.
Poca novedad salvo la veneración expresa de subordinadas dirigencias en las Américas, a saber los populistas presidentes de la izquierda argentina y la derecha brasileña siguiendo los ejemplos de Fidel Castro, Hugo Chávez Frías y Daniel Ortega. Pocos aprenden por cabeza ajena.
Exige solidaridad expresa al palaciego triunvirato Padrino López-Maduro- Cabello y su generalato entrenados por más de veinte años a través de sus adeptos, el G2 y las guerrillas narcolombianas. Son cobros por su venta de chatarra combinada con misiles en sus bases de larga data en el vendido territorio. Desde su origen el chavismo le debe todo y le paga con total obediencia. Ligaditos declaran que el triunfo está asegurado con el envío de cabos y milicianos del Partido Socialista Unido del siglo XXI que le pueden servir para más carne fresca de cañón. Lo hizo Cuba sacrificando una generación juvenil en luchas “anticolonialistas” africanas. Es lo normal para quienes padecen de megalomanía, grave trastorno de la personalidad que de individual se vuelve régimen totalitario. Su paranoia los cría y ellos se juntan.
Quizás, como el año 45, habrá un bendito Día D -ahora D por digital cibernético- activado por el aún democrático Estados Unidos ya rescatado del trumpismo junto a la dependiente Europa ya liberada del putinazgo, este petrolero neozarismo millennial. Está por verse.
Lo confieso. Escribo erizada esta nota porque soy fóbica y hace una hora escuché su voz en tono de acero, sus amenazas de látigo y vi su mirada de cuchillo. Sentí que Hitler ha regresado.
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