Pocos actores de la vida internacional en América latina y España gozan del descrédito que tiene José Luis Rodríguez Zapatero, dirigente del PSOE y expresidente del Gobierno español. Su nombre engrosa una lista de expresidentes que pretenden erigirse como “estaditas” que tienen en su mano una varita mágica para resolver los problemas de los demás. A él se suman Ernesto Samper, Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, César Gaviria, Manuel Zelaya, parecen constituir una sociedad, pero no de poetas muertos, sino de sicarios políticos. El punto común de ellos, antes o después de sus respectivos mandatos, haber sido agraciados por la chequera de Miraflores. Primero con Chávez y ahora con Maduro.
Pero Zapatero particularmente tiene manifiesto desprecio por Venezuela y su lucha por recuperar la democracia después del cuarto de siglo del abominable chavismo o quiera que se llame ahora el régimen que lidera en apariencia Nicolás Maduro. Esto está hartamente probado. Y ha sabido hurgar bien en la desvencijada política venezolana para adherir aliados a su oficio de matón. Timoteo Zambrano, Antonio Ecarri, Eudoro González Dellan y, en algunas diligencias con terceros el propio caudillo del Zulia, este último que siempre subrepticiamente busca mantener el establishment del cual es beneficiado. Un cuadro de honor, mejor dicho, del horror que entre ellos se disputan para ver quién se retrata mejor con Zapatero y obtener dádivas especiales en las acostumbradas reuniones del expresidente español en las dependencias de Miraflores.
La última gran jugada es haber sacado a Edmundo González Urrutia de Venezuela. Es una trama muy bien orquestada en el que muchas personas intervinieron y cuyo objetivo principal era implosionar a María Corina Machado, a quien, se quiera o no admitir, debemos el resurgimiento de la lucha democrática que tuvo como corolario la victoria del 28J. Y hay que admitir que fue un gran acto de deshonestidad que ella fuera la última persona en saber el plan urdido en la Embajada de España en Venezuela, aun cuando el exembajador González no fue nunca parte del equipo de María Corina y más bien respondía a otros intereses políticos. Edmundo fue esencialmente el sustituto de Manuel Rosales y forzosamente abanderado por Machado. La candidata original, debemos recordarlo, era la doctora Corina Yoris Villasana.
González Urrutia era el habitante más incómodo para Maduro desde las elecciones presidenciales pues había logrado el abrumador favor electoral transmitido por Machado. Tan incomodo que se debió recurrir sigilosamente a Rodríguez Zapatero para lubricar y finiquitar lo que para el régimen venezolano era la mejor salida posible para apaciguar los humores populares e internacionales tras el robo fraudulento del 28J. El inverosímil pacto producido en la Embajada española, con el padrinazgo de Zapatero y de los hermanos Rodríguez, deja dudas razonables sobre el proceder de González Urrutia que en el mediano plazo vamos a despejar, aunque decir esto sea incorrecto políticamente. Pero ya hemos aprendido la lección y no todo lo que brilla es oro y es de temer todo aquello en lo que Zapatero o sus adláteres están involucrados. Muchos actores políticos participaron en este proceso que llevó al exilio al presidente electo, por lo que cabe preguntarse ¿qué intereses se movieron debajo de la mesa? Por ejemplo, ¿qué garantías futuras obtuvieron los operadores de Primero Justicia en esta grave trama?
Maduro está cercado, aunque denote normalidad en su cotidianidad y para ello cuente con socios baratos, como aquellos que detentan a los partidos judicializados que son su falsa oposición, así como cada integrante de ese abominable sistema de complicidades que se sostiene gracias al enorme caudal financiero de la corrupción. Pero la procesión interna, en lo personal y en lo político, que es la que cuenta, lo sigue conduciendo al desespero. Él sabe que las dos únicas salidas que tiene por delante es aferrarse a un proyecto político anacrónico que se está devorando a sí mismo y por ende terminar como el Ortega de Nicaragua. O aceptar la salida mediante la negociación, el consenso y el acuerdo final en el que muchas personas de buena voluntad parecen estar trabajando.
Afortunadamente contamos con la entereza política de María Corina Machado, que es la columna vertebral de este proceso que debe conducirnos a la transición democrática en Venezuela. Ella caló en sus hombros a un país hundido en la desesperanza desde el año 2023 cuando empezó a recorrerlo, asumió el compromiso que le impuso la historia y puso su liderazgo al servicio de la causa de la libertad, cediendo la candidatura y trabajando arduamente para que no se quebrara la unidad política cuyos frutos los vimos con la victoria del 28J. Como buen prospecto de estadista, Machado entendió que la manera de ayudar al país a derrotar el miedo era la firmeza y la paciencia, porque, al fin y al cabo, como dice la frase trillada de las redes sociales, nadie dijo que esto iba a ser fácil.
Lo que sí es fácil es cuidarse de las entelequias políticas que ya no están disfrazadas. Esos estíticos políticos que no tienen por norte la libertad de Venezuela sino su propio peculio. Es fácil saber quiénes son. Basta con verlos asociados a ese triste payaso de arrabales que es José Luis Rodríguez Zapatero que siempre y de forma económicamente incondicional (porque es un pesetero) es aliado del régimen chavista.
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