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Zancudos, alacranes y camaleones

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Luis Parra

Foto: EFE

Cuando un sistema político es intrínsecamente inmoral nos corrompe y corrompe todo. La sociedad se va volviendo una selva donde se lucha por supervivir mientras se impone el más fuerte. Variadas especies animales se multiplican.

En la dictadura dinástica nicaragüense había elecciones y muchos se prestaban a la farsa. A quienes aceptaban participar en el parlamento del dictador los denominaban zancudos. Eran los diputados que se oponían a Somoza de una manera suave ayudando al régimen a guardar apariencias democráticas. Los llamaban zancudos porque los nicas entendían que su única motivación política era la búsqueda de cargos y prebendas, chupar del patrimonio del pueblo hasta desangrarlo.

En la Venezuela chavista han proliferado los alacranes. Así llaman a quienes siendo opositores dejan de serlo a cambio de dinero para entrar en cohabitación indigna con el régimen, no obstante, continúan diciéndose opositores. Son una variante evolucionada de los zancudos nicas, o más bien de sus primos latinoamericanos más antiguos, los camaleones.

Los camaleones son reptiles escamosos. Se arrastran y cambian fácilmente de color para confundir y confundirse con quienes detentan el poder. Abundan en la política, pero prefieren tener un perfil más bajo que alacranes y zancudos. Su hábitat preferido es el mercantil. Al fin de cuenta son más que políticos, “hombres de negocios”.

Alacranes, zancudos y camaleones son parte de proceso degradante que vivimos, donde la política y los negocios dejan de subordinarse a la ética. No son especies nuevas. Son parte esencial de la revolución imposible.

Los camaleones y alacranes hace tiempo que están entre nosotros. Su vida era más fácil en aquellos días en que el dictador supuestamente no lo era, en que se consideraba al gobierno “democrático participativo” y a lo sumo autoritario. Entonces, no se exigía a nuestros dirigentes, ni a nadie, deslindarse del régimen. Camuflarse, confundirse con la digna oposición democrática era fácil. Buena parte de la clase dirigente no calificaba al régimen de dictadura. Deslindarse claramente podía ser conveniente, pero no necesariamente una exigencia ética. Por supuesto, dicha situación podía originarse en la ignorancia, el error, pero también en la conveniencia, el miedo o la complicidad.

Hoy los tiempos han cambiado. Después de más de veinte años de chavismo pocos discuten su carácter dictatorial. Ahora no hay excusa válida para no deslindarse de la dictadura. Finalmente, ya sabemos dónde estamos y podemos saber con quién contamos. Ya podemos ubicar, aislar y prescindir de alacranes, zancudos y camaleones, pero también reconocer y apoyar a los políticos y dirigentes que no lo son, a quienes luchan por la libertad y la justicia.

alzandolavoz.wixsite.com/rafidiaz

@rafidiaz

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