Todo lo que se diga digno del mejor encomio sobre Yukio Mishima a propósito del primer centenario del natalicio del inmenso escritor japonés tendería, por supuesto, a quedarse corto. Mishima, nacido en Tokio un día como hoy, 14 de enero pero de 1925 y cuyo nombre original era Kimitake Hiraoke, fue, qué duda podría caber al respecto; el
equivalente a la figura totémica del inabarcable, por universal, de Jorge Luis Borges, mutatis mutandi. Su vastísima producción abarcó cerca de 40 novelas, una veintena de obras de teatro, otros tantos de variados ensayos y libros, aun insuficientemente conocidos, de poesía.
Su novela emblemática publicada en 1962 La estrella más hermosa trata sobre una familia japonesa que proviene de distintos planetas, a saber; el padre de Marte, la madre de Júpiter, los hijos; un varón y una hembra provienen de Mercurio y Venus respectivamente. En el substrato del entramado temático y anecdótico subyace un dilema
ético-moral que obliga al lector a hacerse la pregunta de si tiene sentido y vale la pena “salvar a la humanidad” de las consecuencias de un eventual estallido atómico en el planeta Tierra. Cualquier lector que se ufane de tal debe volver sobre los pasos de Mishima y reactualizar la lectura de su polifacética y variada obra escrita. Después de todo, no a cualquier ser humano le es dado alcanzar la cifra del primer centenario y ser recordado como figura intemporal de la cultura universal.
Mishima vivió apenas 45 años tras infligirse el “Seppuku” el 25 de noviembre de 1970 en una base militar en pleno centro de Tokio luego de tomar como rehén al comandante de dicha base militar con el fin de exigir la revocatoria de la Constitución de Japón de 1947.
Es importante acotar que el fundamento ético-religioso de Yukio Mishima se inserta en las prácticas morales del “sintoísmo”, una religión de franca estirpe animista y en cierto modo chamánica que se origina en la larga noche cultural de Japón y que destaca por exhibir unos rasgos singulares, a saber; ostenta un innegable politeísmo,
venera a los antepasados, adora y rinde culta a las fuerzas de la naturaleza, pretende la búsqueda de cierta armonía entre los seres humanos y la naturaleza, no tiene, a diferencia de otras religiones, un fundador ni tampoco un profeta y, por si fuera poco, tampoco tiene un texto sagrado específico. En esa cosmovisión o concepción del mundo
y de la vida se inscribe la visión del mundo de Mishima y no cabe dudas que esos elementos impregnaron todo el programa estético literario de Kimitake Hiraoka, más conocido universalmente con el nombre de Yukio Mishima.
Según el filósofo japonés Hide Ishiguro: “Algunas personas de la derecha política vieron la muerte voluntaria de Mishima como un gesto patriótico de protesta contra el inminente triunfo de los valores de Occidente actual, otros interpretaron su suicidio como una puesta en escena de un performance protagonizado por el “enfant terrible” de
Mishima. Por su parte, las palabras del propio Mishima fueron proféticas. Le dijo a su esposa: “Aunque no me entiendan de inmediato, está bien, porque me entenderá el Japón dentro de 50 o 100 años”. Hoy, 14 de enero, cuando se cumple el primer centenario del nacimiento de Yukio Mishima, la humanidad entera es testigo de una verdad incontrovertible; en rigor y sin que quepa el más mínimo ápice de dudas, la inmortalidad sí existe y Mishima está ahí para corroborarlo.