El hombre es un lobo para el hombre. Por eso hay que poner un guardián con todo el poder para reprimir e impedir que los hombres en sociedad se maten. Así simplifico lo que decía Hobbes en su análisis de la política. Ese Leviatán o “gendarme necesario” trae males, pero son preferibles –dicen– los abusos del poder de un déspota que la guerra de todos contra todos. En un conglomerado de millones de yo buscando cada uno su interés al grito de “sálvese quien pueda” hay una guerra en la que se busca destruir al enemigo para que a mí me vaya bien. Eso ocurre en la supuesta democracia venezolana, en la que la tiranía ha corrompido las instituciones públicas. Para rescatarlas no basta la letra legal sino que es imprescindible recuperar en cada venezolano el espíritu solidario que da vida a las instituciones.
Los humanos no nacemos completos y somos seres inconformes en búsqueda de nuestra trascendencia y plenitud… No somos como las abejas y las hormigas que, sin necesidad de ir a la escuela, saben geometría para hacer sus panales y organización social de su trabajo y convivencia; nacen con su fórmula que garantiza las respuestas necesarias. Pero los humanos no, sino que vamos en búsqueda abierta de nuestra realización definiendo el sentido de nuestras vidas, estableciendo nuestros fines y metas y usando lo que nos rodea como medios. En el primer impulso del “yo” los otros son medios para mi realización y tiendo a utilizarlos e instrumentalizarlos para mi provecho. Con millones de yo que van a lo suyo hay una guerra de todos contra todos, donde ganan los más poderosos: Dominar y someter al otro para realizarme yo (personas, naciones…). De ahí la imposición del más fuerte y las guerras si fin, desde las más primitivas con mazas, flechas hasta las más sofisticadas con misiles y bombas capaces de matar millones. Nunca antes el “mundo civilizado” había tenido tanta capacidad de envenenar su hábitat, borrar del mapa una bella ciudad o mutilar de golpe gran parte de la especie humana. Ante este panorama escribía Albert Einstein: “si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser sintiente que en él habita, el amor es la única y la última respuesta”.
Lobos, hermanos e instituciones. Cuando se acerca la Navidad empezamos a hablar de amor y esperamos recibir los regalos del Niño Jesús. Pero el amor crece en nosotros en la medida en que damos y vamos poniendo en el centro de nuestra vida la pregunta qué puedo hacer para que el otro sea feliz. Con ello el lobo se convierte en hermano y el yo se transforma en un “nos-otros” donde juntos, yo y ellos, nos encontramos y vamos realizándonos. Así damos alma solidaria a las instituciones públicas para que sean de servicio y no de abuso.
Los venezolanos hoy estamos en la encrucijada entre matarnos buscando la realización a costa del otro, o reconocer y afirmar al otro en un camino de solidaridad donde vamos descubriendo que la llave de mi felicidad está escondida en el otro para juntos llegar al “nos-otros”. Como decía el gran filósofo Kierkegaard, la puerta de la felicidad se abre hacia fuera. Este es el misterio humano, el misterio de la Navidad, el misterio del Niño “Dios con nosotros” que se nos da e invita a darnos.
Los cristianos sabemos que nos encontramos con Dios y nos bendice cuando damos de comer al hambriento, salud y consuelo al enfermo, visitamos al preso y acogemos al exiliado. Y somos malditos cuando corrompemos las instituciones públicas convirtiéndolas en instrumentos de muerte, hambre, sed, cárcel, tortura, exilio, persecución… Esa negación del más pequeño y desamparado es negación de Dios, dice Jesús. Naturalmente los que se consideran ateos o agnósticos se sorprenden, pero reciben de parte de Jesús una respuesta no menos sorprendente: creyentes o no, todos los días se encuentran conmigo al encontrarse con el más pequeño. “Quien no ama no ha conocido a Dios, ya que Dios es amor”. “A Dios nadie lo ha visto nunca, pero si se aman unos a otros ahí está Dios (1ª Carta de Juan 4, 8 y 12). Encuentro con Dios en el encuentro con nuestro yo transformado y afirmado en el “nos-otros”.
No podemos rescatar la República de 30 millones de venezolanos sin pacto social ni instituciones públicas, donde nos hacemos “nos-otros” y nos reforzamos mutuamente; distinto de 30 millones de yo devorándonos unos a otros.
Navidad es nacer de nuevo al nos-otros, pensando qué puedo regalar yo a los demás venezolanos. Esta Navidad en pobreza nos invita a reconocemos en las necesidades compartidas. Hay millones en miseria y sufrimiento, pero también millones en solidaridad compartiendo las “ollas” en las iglesias, dando vida a las escuelas y hospitales, o venciendo las forzadas distancias de los familiares exiliados con la oración y abrazo espiritual.
Encontrar la vida cuando damos amor no es exclusivo de los cristianos, sino es el corazón de todo ser humano. Einstein no se consideraba religioso, pero al final de su vida escribió lo siguiente a su hija: “El amor es luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El amor es Dios y Dios es amor.”
En el reconocimiento obsequioso del Niño que nos nace nos encontramos con el Dios que nos anima a renacer en una nueva Venezuela de esperanza, con instituciones rescatadas y vida compartida. Renacer no solo en el corazón de cada uno, sino en la política renovada, con convivencia y economía que produce vida. ¡Feliz Navidad y que el próximo sea Año realmente Nuevo!
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