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¡Yo soy Adolfo Eichmann!, Ich bin Adolf Eichmann!: sobre la banalidad del mal

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La mayor maldad es la cometida por ‘nadies’, es decir, por seres humanos que rechazan ser personas.

Permaneciendo obstinadamente ‘nadies’, se demuestran incapaces para las relaciones con otros

Hannah Arendt

Era el 11  de mayo de 1960, Buenos Aires, Argentina, 6:30 de la tarde. Un sujeto que respondía al nombre de Ricardo Klement es interceptado por un vehículo y obligado a subir en el mismo. Los captores, un grupo élite del Mossad israelí, luego de un corto interrogatorio logran corroborar que se trata de Adolf Eichmann, el mismo lo grita en perfecto alemán: Ich bin Adolf Eichmann!”,  fue un criminal nazi que durante la Segunda Guerra Mundial se encargó de planificar y ejecutar deportaciones masivas de judíos a los campos de exterminio en Alemania y Europa Oriental. Luego de su captura en Buenos Aires es trasladado a Jerusalén, lugar de su enjuiciamiento, en donde la filósofa Hannah Arendt tiene la posibilidad de acudir y escribir primero artículos para la revista The New Yorker y luego compilarlos en su libro Eichmann en Jerusalén.

Arendt, una filósofa judía de nacionalidad alemana quien había huido a Estados Unidos en 1941, pudo corroborar que se trataba de un hombre poco inteligente, que apelaba a un muy forzado lenguaje y en cuyo fenotipo era imposible encontrar al monstruo descrito por el fiscal. Era un hombre común, un funcionario que había hecho potable y laxo el horror, tolerable el exterminio y tangible el mal; él solo obedecía sin razonar, sin cuestionar, su única preocupación era no haber llegado a coronel.

En su obra, Arendt no exculpa a Eichmann por los crímenes cometidos, por el contrario, nos previene de los riesgos que se corren frente a la levedad ante el mal, la banalidad de la malignidad frente a la posibilidad siempre clara de que este se torne total es ese ejercicio rutinario, repetitivo en el cual Eichmann se había involucrado y el cual percibía al engendro de la solución final, como un fin aceptable, una rutina burocrática. El triunfo de la irreflexión, salvar el dique de la contención racional kantiana para no formar parte de un proceso absolutamente reprochable, criminal y alevosamente malo. Eichman estaba imposibilitado para pensar, para razonar, la maquinaria de desmontaje del lenguaje nazi, había logrado colonizar sus paradigmas y hacer del asesinato, el horror, la persecución, un mero ejercicio de hipnosis de la razón.

No era Adolf Eichmann y otros tantos hombres una raza de anormales, de psicópatas o de monstruos perversos, se trataba de un grupo de personas que habían decidido dejar de pensar, no razonar sus actos, abandonarse a la mera obediencia, la tesis arendtiana los califica como “terroríficamente normales”

Hannah Arendt no exculpa a Eichmann, fue un criminal de guerra culpable y confeso del homicidio de millones de judíos, es así como para la filósofa mexicana Cristina Sánchez, autora de la obra Arendt: estar políticamente en el mundo, los sistemas burocráticos y jerárquicos como el nazismo favorecen la irreflexión de los sujetos que se incorporan a sus planes inconfesables, la andanada de maldad los lleva a ser piezas de una maquinaria perversa y los aleja del resultado final de la acción.

Esto no exime a los sujetos que voluntariamente deciden participar de estos sistemas de dominación y de atropello de la dignidad, de la responsabilidad de pensar por sí solos, Eichmann demostró que su irreflexión lo llevó a cometer crímenes atroces contra la humanidad, sin pensar en las consecuencias o en la idea de evaluar sus decisiones.

El juicio de Eichmann es el resultado concreto de lo que él hizo, no de lo que podía dejar de hacer o negarse a hacer, la maldad no es un salto gigante a la regresión de la moralidad, no es el expolio de la virtud de la bondad o la extirpación voluntaria de la caridad humana, es un hecho que se produce de manera reptante, sinuosa, el cual camina a lentos pasos, bajo los cuales actúa una postura ideológica, dialógica, ética, estética y finalmente política que aísla de la realidad, que favorecen el conformismo y la levedad frente al mal.

El mal opera al negar el derecho a tener derecho, haciendo de esta praxis un proceso mecánico y burocrático en el cual los individuos simplemente actúan, sin escala ni arco de atadura con la moral, haciendo todo anormalmente normal, escindiendo al razonamiento humano de la capacidad de inferir que se está atropellando al otro, se anestesia la más elemental otredad y respeto por el otro, la burocracia también puede embridar maldad si se despoja de la reflexión a sus funcionarios.

Eichmann fue un funcionario de la costumbre nazi por exterminar, su trabajo burocrático se resumía en listas de deportados a campos de exterminio, en los cuales la muerte y la desmoralización imperaban, la despersonalización y deshumanización, acompañada de exclusión, esterilización y homicidio, dan paso al nivel superior: el genocidio, esta es una cadena que no parece descabellada.

De acuerdo con Susan Neiman, autora de la obra Evil in Modern Tought, Eichmann fue un criminal irredento, quien de lo único que no se arrepintió fue de no conseguir el exterminio total de la población judía de Europa, además de que estaba completamente consciente de su propensión abyecta por crecer en una estructura criminal como la del Tercer Reich, esta apreciación no invalida la tesis arendtiana de la banalidad del mal, complementa por el contrario el propósito por demostrar que la irreflexión, así como el propósito ciego de formar parte en el delito y en el atropello a la dignidad, deben prevenir a la sociedad para evitar que este mal absoluto definido por Hannah Arendt se logre hacer normal.

Volvamos a la explicación de los procesos regresivos hacia la malignidad, el psicólogo Michael Shermer, en su obra El arco moral, nos describe cómo el tránsito hacia el mal se hace a pasos pequeños y no a grandes saltos, igualmente el tránsito desde un quebrantamiento democrático hacia una coalición gansteril se prepara de manera progresiva.

La tesis de que todos tenemos un Eichman por dentro, esperando la oportunidad para asaltar a la humanidad es rebatida por Arendt, para asumir ser Eichmann y reconocer la frustración por no haber conseguido el exterminio total, se debe lograr anestesiar la racionalidad, escindirse de la moral y decidir incorporarse a estos sistemas de atropello y vejación.

La banalidad del mal nos advierte sobre los finos e imperceptibles hilos sobre los cuales se teje la urdimbre del horror, la telaraña que atrapa a la sociedad y la condena a la violencia, la maldad el atropello, haciendo posible la aceptación y conformismo con el mal, para el mal y con el mal.

Venezuela rompe los paradigmas lógicos relacionados con los procesos de regresión institucional, la destrucción que ostenta Venezuela es multifactorial, un desastre económico, social, institucional, de seguridad, de moralidad y de espíritu. Se han instalado en nuestro país la pobreza de las pobrezas, la ruina material viene acompañada de un envilecimiento en el discurso, de una intoxicación y ruindad en el espíritu, que desde luego no solo hace potable y tolerable el proceso de atropellos, sino que impide catalogar a la tiranía venezolana en toda la extensión de su incapacidad necia y tozuda por hacer todo malo, por el simple hecho de permanecer en el poder.

La improvisación en el manejo de las riendas del gobierno no obedece a negligencia o falta de formación únicamente, este sideral desastre que cuestiona a Clausewitz, pues nuestro país no atraviesa un conflicto bélico como amenaza al Estado, tampoco ha sido víctima de un desastre natural, que justifica esta devenida situación hacia la incompatibilidad con la vida.

A pasos pequeños de acuerdo con la tesis de Shermer, también el quebrantamiento desde un estadio compatible con la kakistocracia o gobierno de los peores, se puede lograr la tesis de Venturini y devenir en un sistema de Kakocracia e incluso desde allí pervertir absolutamente todo y producir un estado de corrupción, ruindad y maldad total semejante a una coalición gansteril en el poder, que esté inhabilitada de hecho para comprender y actuar de acuerdo con las normas,  aunque estas sean  infectas.

La sociedad en este proceso de irreflexión es incapaz de calificar de manera objetiva el tipo de gobierno que tenemos, se llega a calificarlo de dictadura pero hasta las dictaduras  tienen  un cierto gradiente de apego a normas abusivas, pero de apego a un marco institucional. En nuestro país existe una dictadura conducida por un tirano en el sentido etimológico de la palabra, así el tyrannus ejerce el poder despótico al cual accede por vías violentas o injustas y sin el menor respeto por el marco de normas, eso es lo que opera en Venezuela, además de una proclive inclinación más que manifiesta por el crimen y el delito organizado, a los fines de insuflar terror y por ende paralizar la praxiologia propia de la naturaleza humana, hasta lograr presentar la dominación total como un acto normal.

Los artífices de este horror actúan bajo el proceso de irreflexión que los lleva a no evaluar las consecuencias de sus actos, en esta categoría se inscriben aquellos quienes aún formados académicamente, con elevadas posiciones en el mundo intelectual y habilidad de hablante, deciden apoyar, alimentar o sacar provecho de esta innominada situación.

Así, en Venezuela abundan los Eichmann, que están dispuestos a exponer sin ambages que la revolución es su revancha personal, quienes ostentan cargos espurios e ilegítimos de origen y de ejercicio como legisladores y son capaces de mostrar en una entrevista unas esposas para apresar a quienes consideran no un adversario político, un enemigo al cual hay que exterminar; así los pasos para el desarrollo de cualquier abuso, incluso de un genocidio, están sembrados y abonados, son la explicación sustentable y material de la diáspora bíblica que sufre este expaís.

Todos son Eichmann, todos son Chávez y a su amparo cualquier atropello queda permitido, se comete en contra de una colectividad que se deshumaniza, que sufre despersonalización y por ende es receptora de toda suerte de atropellos.

Esta coalición en el poder es absolutamente ilegitima de origen y de ejercicio, la segunda ilegitimidad ostensible en las cada vez más descalabradas cifras e indicadores de la ruina, quiebra o desaparición de lo que alguna vez fue la democracia más sólida del continente, hoy reducida a las realidades de la desafortunada Haití, otrora referencia de pobreza y violencia institucional.

La tiranía no se atiene a ninguna norma ni tan siquiera acepta un marco odioso de normas, al igual que el Tercer Reich, se sostiene sobre el miedo y las bayonetas que le sirven de peana y de sustrato y quienes al igual que Eichmann han decidido acostumbrase a perseguir, atropellar, tributar la ira con más iracundia y someterse a un insilio obligado, a un ostracismo de la realidad y con la realidad que les es propicio para vehicular un continuado proceso de enriquecimiento y de apropiación.

“Ich bin Adolf Eichann!”, es un grito que sigue recordándonos en este país los préstamos y las mudanzas hacia el mal, la banalidad del mal, la terrible levedad del ser denunciada por Milá Kundera, levedad que puede convertirse en tolerancia, aceptación y aprobación de lo absolutamente malo,

El mal es una pulsión absoluta, una propensión perversa que no admite relatividades ni medias tintas, se es absolutamente malo y hasta se puede dejar de pensar y rendirse al mal, para llegar al reconocimiento de ofrecer condiciones medianamente viables para encontrar una salida electoral a este laberinto de desesperanza, siempre recordemos que el mal repta, no da saltos, se morigera no se ostenta de manera inmediata y cual pústula se puede exhibir una vez demostrado que no existen consecuencias frente a las conductas inmorales y reprochables.

Finalmente, Eichmann y su impúdica perversidad, son también un recordatorio de que la justicia llega, pero igualmente son la prueba absoluta de la manera en que se puede banalizar la maldad y el pensamiento diabólico en los paradigmas de quienes se adueñan del poder, aunque Ricardo Klement fue el disfraz apropiado para la monstruosidad del exterminio nazi, su grito tras el interrogatorio de aceptación de su identidad resulta la prueba más palmaria, que indica cuán inviable es esconder la maldad y la proxémica con el mal, esto último nos permite a quienes aún pensamos, identificar a quienes se han prestado de manera irreflexiva o absolutamente consciente a esta hecatombe que hoy muestra Venezuela.

Quienes aún asumimos la docencia, por encima de la miseria impuesta y el desmontaje del aparato educativo; quienes escribimos en medios libres y valientes como este, decidimos seguir el ejemplo de las valientes octavillas dejadas en la LMU de Múnich por los hermanos Scholl; quienes hoy persiguen, torturan, desaparecen, exilian, expolian y humillan, estarán en el mismo banquillo de Eichmann, como de manera valiente lo indicase Hans Scholl, en medio de ese juicio sumario y tumultuario propio de la justicia horrorosa.

La maldad absoluta se produce cuando el derecho se tuerce, cuando se extravía la justicia y se le niega el derecho a tener derecho a los que se decide exterminar y aniquilar. Eichmann era un monstruo, lleno de fealdades morales, morigeradas tras un velo sutil de inocuidad, pero irredento, obstinadamente necio y dispuesto a repetir las mismas órdenes y comandos homicidas, trocados en actos nimios por su crueldad.

Enorme es el esfuerzo educativo para no repetir el horror, debemos y tenemos que rehacer el país e inspirar un profundo cambio educativo, que insufle la introyección de las virtudes ciudadanas, de la decencia y la moral, que coexista con la tékne, para propiciar una sólida construcción de la Bildung en preceptos elevados de moralidad reflexiva, que asegure formar profesionales y técnicos quienes además sean buenos ciudadanos, la lectura de la geometría moral de Spinoza debe incorporarse desde la educación básica hasta los quintos niveles de formación, pues de nada vale formar matemáticos con doctorados, pero ladrones y pederastas, abogados y magistrados que aborrezcan la norma y la justicia, economistas laureados pero dispuestos a establecer ingeniería financiera para la cleptocracia y psiquiatras dispuestos a asesinar por un lado, así como producir daño antropológico, desde el lenguaje para terminar de cumplir su venganza personal.

No somos todos Eichmann y jamás debemos permanecer indiferentes al mal, la tarea es reflexionar y no subestimar los avances reptantes de lo maligno en diversos sectores de la población, a los fines de estar prevenidos y alerta sobre esta amenaza continua que suele mutar en rangos ideológicos, pero que en la esencia persiguen fines comunes el horror, el mal y el exterminio de los rasgos de humanidad.

 

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