Por Freddy Millán Borges (*)
El proceso electoral venezolano de 2024, plantea una serie de retos políticos, éticos, pedagógicos y existenciales. La conquista de la democracia como modelo político y social, ocupó parte importante del siglo XX, hasta llegar a concretarse luego del malogrado trienio populista 1945-1948, caracterizado por una pugnacidad que terminó por naufragar con un golpe de estado militar el 24 de noviembre que derrocó el breve gobierno de Rómulo Gallegos, instalando un régimen dictatorial que a su vez terminó en medio de un movimiento cívico-militar incruento, con un apoyo popular inédito en la historia de Venezuela, celebrado con inmensas manifestaciones al huir el dictador Marcos Pérez Jiménez, la madrugada del 23 de enero de 1958.
Primero el Pacto de Nueva York (1957) entre tres adversarios políticos; Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, que tenían fracturada su relación personal desde 1936, en un acto de grandeza, formación y madurez política, se acuerdan para pensar un país post dictatorial. Hay un antecedente, en un enjundioso ensayo titulado Frente a 1958, que produce un joven exilado socialcristiano, llamado Luis Herrera Campins, desde Alemania, que proponía usar la rendija electoral y constitucional de las elecciones, para participar con el único instrumento disponible, el voto, por el único de los habilitados, Rafael Caldera, como lo reconoce Betancourt en su carta a Caldera el 02/12/1956: “Nosotros, ‘disueltos’, perseguidos, acosados, seguimos teniendo nuestros núcleos clandestinos, y seguimos trabajando empeñosamente, con una tenacidad que es bien conocida. Nos hemos trazado una línea de gran amplitud. No creemos en posibles salidas insurreccionales de la situación de encrucijada en que está el país. Más viable y más realizable es una salida ‘a la peruana’; y dentro de esta manera de apreciar la realidad del país contemplaríamos mañana la posibilidad de apoyar a un candidato extraño a nuestras filas, pero que le garantizara al pueblo venezolano una vida más libre y más digna”.¹
La dictadura respondió inhabilitando a Caldera, refugiado en la Nunciatura Apostólica, sale al exilio, el gobierno suspende las elecciones y las sustituye por un plebiscito fraudulento. Parecía consolidarse la dictadura, pero el bloque de poder se fracturó en el estamento militar y en una conjunción civil y militar, dio al traste con la misma. Entonces al no lograrse una candidatura de consenso, cada partido lanzó su candidato, pero se firma un acuerdo histórico, el Pacto de Puntofijo, entre líderes y partidos que ejercían representación legítima, con un plan mínimo en un gobierno de coalición, que luego sirvió de modelo a la Concertación Chilena y a los “Pactos de la Moncloa (España), para sus transiciones políticas. Se inicia lo que se llama la República Civil, por ser cuarenta años de preeminencia civil en toda la historia republicana de Venezuela, con un saldo positivo, a pesar de errores e incomprensiones, que se agotó y perdió el apoyo popular, queda para el análisis histórico sereno, como sus precedentes y lo que luego aconteció.
Sobre tales hechos, dijo Bloch, un historiador comprometido y asesinado por los nazis durante la ocupación de Francia: “La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero no es, quizás, menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del presente”. En medio de la crisis de representatividad y legitimidad, la sociedad venezolana ha estado en un carrusel de comportamientos emocionales desde hace 30 años al menos. En un juego de manipulación de resentimientos, odios y rencores, destruyó por su propia mano la institucionalidad y así fue de la prosperidad a la precarización, hasta caer a nivel de pobreza entre los más significativos de América y a nivel de países del África Subsahariana. (Encovi-UCAB)
El colectivo nacional hecho masa luego entró en otro estadio emocional épico inalcanzable, y frustrado, cayó en la depresión y en la huelga electoral (abstención pasiva sostenida), en la tercerización alimentando fantasías un poder externo que nos salva, bajo la proclama del “no podemos solos”, que termina siempre en la ausencia de ellos y en la existencia del nosotros. En medio del daño antropológico que hemos definido como: “…una afectación de la condición de la persona humana en sus dimensiones: personal y comunitaria, lo cual termina por despersonalizar y desciudadanizar, desplazándola a una Situación Límite (Jaspers)…Caracterizado por “1-el servilismo; 2-el miedo a la represión; 3-el miedo al cambio; 4-la falta de voluntad política y de responsabilidad cívica; 5-la desesperanza, el desarraigo, el insilio”; y, 6-la crisis ética…”²
Volver a la huelga electoral y esperar un cambio no es realista, pragmático ni tampoco ético. Es repetir un expediente previamente fracasado. Lamentablemente en la huelga electoral las condiciones se han venido deteriorando, en particular con la abstención de 2005, en los que se construyó todo este sistema que nos parece injusto pero que es formalmente legal. Requerimos de realismo ontológico (Sheller, Wojtyla) pues la realidad es distinta de nuestra consciencia, de nuestros deseos e intereses; de pragmatismo epistemológico para actuar decisivamente para transformar la realidad, con la comprensión de la política, la historia, la pedagogía, la sociología, la economía, la psicología y la lingüística.
Tenemos que comprender con Weber que la ética de la política es la de la responsabilidad, no la de la convicción. La responsabilidad es entregar cuenta de nuestros actos, ante nosotros mismos, ante los otros y en las éticas no ateas, ante Dios, el liderazgo debe conducir a sus seguidores por la vía segura de concretar en hechos, nunca en fantasías, que terminen en mayores frustraciones.
Hemos tenido liderazgos, que luego todos sin excepción han pasado por el “trapiche” de la propia oposición para beneplácito de los adversarios oficialistas. En daño antropológico, desrepublicanización, desciudadanización, al decir de mi fratello Nelson Chitty La Roche, al que agregamos la precarización y el total debilitamiento de la lucha social y ciudadana, el voto es el único recurso con el que contamos. Estudiemos la historia y sacaremos en conclusión que activarlo con realismo, pragmatismo, compromiso ético ciudadano, es el camino a la transición democrática inclusiva que necesitamos. La abstención pasiva y la división es el único recurso de un gobierno sin votos y sin capacidad de movilización, con un rechazo de casi 80%.
Para ello necesitamos activarnos en el ejercicio de la pedagogía política; que supere los mitos, los relatos históricos inconclusos, las narrativas fragmentarias de manipulación y la docencia social; que investiga, que lleva el conocimiento reflexivo a la comunidad, que forma (bildung), para narrar-se desde el yo voto, al votamos nos-otros.
¹https://romulobetancourtbello.wordpress.com/carta-de-romulo-betancourt-a-rafael-caldera/
Freddy Millán Borges es doctor en Educación, docente e investigador UPEL – UDO.