OPINIÓN

Yo quiero un país

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

Quiero volver a encontrarme con amigos y estrechar su mano, aunque pensemos distinto. Recuperar el país de valores y principios, aquel en que las discrepancias solo surgían en tiempos electorales, con respeto y con la emoción que daba confiar en que nuestro candidato saldría ganador. El del dominó, el truco y las disputas sobre las glorias del Magallanes y del Caracas. Sin demeritar en modo alguno a los otros equipos de la LVBP.

Quiero creer que el país no se cae a pedazos. Si esa fuera la percepción, procuraría negarla con todo empeño y con la férrea voluntad democrática y libertaria que nos ha caracterizado en muchas etapas de nuestra historia republicana. No es la negación como escape, sino como canto de esperanza ante tanta barbaridad y peste rojas, así el desasosiego que ella genera.

El país puede ser recuperado, y ello solo está en manos de quienes pensamos y soñamos con uno donde impere el respeto por las libertades públicas, de los derechos humanos y –nunca cansará decirlo– por la aceptación del contrario o adversario político, y el decoro en el manejo de la Cosa Pública.

Quien sostiene agoreramente aquella caída, pues bien, venga y deje la apatía; ponga sus manos, dé el pecho y dese en ganas para que no se caiga. No crea usted que el asunto no es con todos. Los ejemplos abundan.

Diré unos pocos de la situación que nos acogota, y que fundamenta el porqué usted no debe permanecer indiferente sobre  lo que ocurre en Venezuela, a no ser que quiera y le satisfaga estar en esa otra deleznable lista de mal llamados “ni-ni”. Veamos:

Se juzgó  en Cabo Verde a un supuesto testaferro del sujeto de origen ignoto, y no fueron pocas las noticias que nos llegaban acerca de los costos de su defensa penal, los argumentos que esgrimieron en su favor y las consecuencias que podían conllevar su extradición a Estados Unidos.

En el ambiente continúa la amenaza de suprimir o anular la tarjeta electoral de la MUD (la de la manito) que servirá cabal y necesariamente para que el candidato de la Plataforma Unitaria alcance el anhelado triunfo presidencial el próximo 28 de julio.  Me refiero, obviamente, al doctor Edmundo González Urrutia, quien encarna la esperanza y las posibilidades de rectificación en la conducción de los destinos del país, y logro de mejores condiciones de existencia, siendo que hoy  padecemos una de las crisis más desoladoras nunca antes vista. Basta ver o revisar las cifras de muertos por el hampa, de los enfermos carentes de un eficiente sistema de salud, y un rosario de víctimas de males de similar o peor naturaleza. El hampa armada y desalmada, al parecer, cuenta también con impunidad garantizada. Precisamente en este momento, cuando la administración de Justicia se halla afectada por tanto vicios.

Otra amenaza latente es la del fraude electoral, verificable en el retiro de las invitaciones a organismos e instituciones internacionales para que vengan a observar el proceso del 28 de julio, con lo cual no se garantiza la pulcritud de los comicios; la manipulación de los lapsos para las postulaciones, el desmantelamiento de los partidos políticos, la suspensión o no realización de las sesiones del Consejo Nacional Electoral, desatendiendo así su naturaleza de órgano colegiado, y en fin, toda actividad necesaria para perpetrar otra farsa, otro simulacro o fraude en julio próximo.

¿Será esto poco? ¿Acaso podemos creer estar inmunes ante la satrapía mandona?

Yo quiero un país donde no ocurran estos atropellos, ni nos pongan en la situación dilemática, odiosa desde luego, de si somos opositores somos apátridas, majunches, oligarcas. Por el contrario, si apoyáramos a lo que ha sido el peor gobierno de la historia republicana del país, y su actual continuación, seríamos “bolivarianos, chavistas, venezolanos”, chéveres, pues.

El militar aquel que fue sobreseído por el gobierno democrático de Caldera II, el mismo que se negó ir a juicio por no confiar en las instituciones democráticas, quiso gobernar por siempre. Solo la muerte se lo impidió. Hoy sus herederos políticos, luego de más de veinticinco oprobiosos años en el poder, continúan con su terca manía de querer gobernar a todo trance.

Esta realidad la podemos cambiar. Sabemos quiénes nos desgobiernan y ante tanta perversa pesadilla coloreada de un rojo macabro, tenemos una poderosa arma en nuestras manos, un arma civil y pacífica, y esa no es otra que la unidad de propósitos representada en el voto como instrumento eficaz para el cambio que hoy aspira, anhela y merece el país venezolano.

En Venezuela, adecos y copeyanos, y los que eran de izquierda, luchaban para que no se implantase un gobierno militarista y autoritario que copara todos los espacios como ocurría en Paraguay, Chile, Uruguay y Argentina, países donde habían llegado al poder militares de derecha que se comportaban igualito a los de la izquierda de hoy.

¿Acaso eso es lo que queremos que continúe? Por supuesto que no. Serán las instituciones democráticas lo que nos permitirá acabar con ese cordón umbilical infernal que nos ata a la satrapía cubana y a su ignominioso régimen parasitario.

Confío en que se esté apagando la vela en su cabecera. Mi país no merece seguir viviendo esta tragedia, esta desgracia, mala hora que al parecer hace feliz a los responsables de la peste que la propicia y a su hatajo de cómplices conmilitones

Sea la participación el instrumento para reinstaurar el régimen democrático, la inclusión de todos los ciudadanos, la separación de poderes en la estructura del Estado y en fin, los valores y principios propios de la democracia. Procuremos entenderla como la rectitud de conciencia como base del sistema, la honestidad como norma permanente, la pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento.

Quiero volver al país donde se asuma, sin pena ni vergüenza, que ser pobre es malo y sepamos y ojalá nos demos cuenta de lo felices que siempre somos y hemos sido a pesar de las circunstancias.

Yo quiero mudarme a un mejor país, pero en el mismo sitio.