Un columnista de The New York Times, Charles M. Blow, ha denunciado esta semana un terrible caso ocurrido hace más de 60 años en Estados Unidos. En 1955, una chica de 21 años, Carolyn Bryant, acusó falsamente de acoso a un chico de tan solo 14, Emmett Till, y ese chico fue más tarde asesinado por el marido y el cuñado de la mentirosa. Ahora se ha hecho público un documento (por el Mississippi Center for Investigative Reporting) en el que se demuestra que la chica mintió, que la acusación era falsa, y no por ello ha mostrado arrepentimiento y perdón a las víctimas.
Pero la durísima columna de Blow contra esta falsa denuncia de acoso sexual, que yo comparto plenamente, no debe hacernos pensar que la prensa izquierdista de Estados Unidos, o la de aquí, haya comenzado a denunciar los excesos del feminismo radical del «Yo te creo, hermana», de Irene Montero y compañía. Lo que ocurre es que en aquel caso también había racismo, la falsa acusadora era blanca y el chico asesinado era negro, como lo es el columnista que lo denuncia, y solo el antirracismo permite al columnista hacer esta denuncia en un medio del progresismo como es este diario norteamericano.
Porque en otros países democráticos, lo mismo que en España, tanto el feminismo como el antirracismo, dos causas justas y necesarias, han tenido variantes radicales que, lamentablemente, se han convertido en dominantes. Y España es un ejemplo, con un personaje como Irene Montero al frente de las políticas de igualdad y como símbolo del feminismo, que hasta ha puesto a sectores feministas de izquierdas en pie de guerra contra ella.
Y algo parecido ocurre con la radicalización del antirracismo y sus abusos. Algunas derivas del Black Lives Matter son un ejemplo, que también denuncia esta semana en los medios americanos Dominique Luzuriaga Rivera, la viuda de 23 años del policía de Nueva York, Jason Rivera, asesinado junto a otro policía por un delincuente en enero de este año. Rivera denuncia que el BLM está promoviendo el odio a los cuerpos policiales, que sus manifestantes piden abiertamente el asesinato de policías, que se ha extendido una ola de odio, y también una reducción de medidas de protección para la policía. La consecuencia es que, en 2021, 71 policías murieron en acto de servicio, la cifra anual más alta desde los atentados de 2021 (Woke Corporate Support of BLM Has Deadly Consequences, en realclearpolitics.com).
A la radicalización se unen las contradicciones y la ausencia de autocrítica. Desde las más graves, como la aplicación del «yo te creo, hermana», y demás consignas solamente a las de la propia cuerda ideológica, hasta otras menores, pero que contribuyen al desprestigio del feminismo. Como la mentira usada por Adriana Lastra para justificar su dimisión cinco minutos antes de que la cesara Pedro Sánchez. Miles de mujeres querían solidarizarse con ella, cuando tan solo se trataba de una burda maniobra para adelantarse al movimiento de su jefe. Descarnada y cruel lucha por el poder de una de esas socialistas que repite sin pestañear aquello de que las feministas como ella aportan valores éticos superiores a la política.
Artículo publicado en el medio español El Debate