Observando los últimos acontecimientos en nuestra atribulada patria, me viene a la mente la obra de ese gran escritor paraguayo, Augusto Roa Bastos, escrita en 1974 y titulada Yo, el Supremo, inspirada en la figura de Gaspar Francia, dictador paraguayo que se mantuvo en el poder entre 1814 y 1840.
En la novela, Roa Bastos, hace una excelente relación de los argumentos con los que el autócrata pretende justificar su permanencia en el poder, con la ayuda de su incondicional secretario, Patiño.
El Dictador, solitario y repudiado por su pueblo, mediante circulares y decretos, busca defender su figura, reconstruyendo la historia del Paraguay, y “el camino revolucionario” que él, Gaspar Francia, impulsó para llegar a instaurar su “dictadura perpetua”. También se desliga de las críticas sobre la violencia y el terror de su gobierno, y justifica su accionar en los objetivos de liberar a la República del acecho de “enemigos extranjeros”.
No dejan de sorprender las similitudes entre las peripecias de Patiño y las torpes astucias del dictador, con lo que sucede actualmente en Venezuela, donde el madurismo busca la manera de justificar la violación de la Constitución, para instaurar su propia “dictadura perpetua”.
Podríamos citar, igualmente, El oficio de difuntos, obra de nuestro gran Arturo Uslar Pietri, que retrataba perfectamente la dictadura de Juan Vicente Gómez; o podría ser El Señor Presidente, del premio Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, inspirada en la dictadura de Manuel Estrada Cabrera; La fiesta del Chivo, donde el premio Nobel Vargas Llosa retrata la terrible dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (Chapita) en República Dominicana; o la obra maestra del premio Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca, donde el Gabo desmitifica la figura del dictador como tal, que podría ser cualquiera de los que ha azotado América Latina, para colocarlo en su justa dimensión de un tirano con ambición, ego, violencia e intereses personales.
Lástima, que lo que vivimos en Venezuela no es la ficción ni el realismo histórico o mágico de una obra de la narrativa latinoamericana, sino la tragedia de nuestro pueblo, con un gobierno que ha destruido al país para satisfacer sus propios intereses, y nos ha llevado a una situación de opresión y pobreza, donde se ha impuesto una terrible niebla de miedo y desesperanza en el pueblo.
Lo que sucede en Venezuela es la consolidación de una situación, donde la violencia del Estado se impone sobre las justas aspiraciones del pueblo, que ha buscado, en las vías constitucionales, la manera de ejercer la soberanía sobre sus propios asuntos.
La nueva realidad del país nos retrograda a los momentos de oprobio y atraso superados en América Latina, cuando se liberó de las dictaduras que azotaban a nuestros pueblos y luego entró en una época luminosa, que tuvo su clímax en la región con los gobiernos progresistas –unos– y revolucionarios –otros– de Chávez, Kirchner, Lula, Pepe Mujica, Evo Morales, Rafael Correa, entre otros.
La condición fundamental de este empoderamiento popular que se abrió en América Latina en esos años, fue que la legitimidad de estos gobiernos descansaba en el principio de que la soberanía reside en el pueblo.
Sin embargo, pocos países y liderazgos han resistido a la ola restauradora de gobiernos reaccionarios en nuestra región, luego de la muerte del presidente Chávez, uno de los líderes fundamentales de este proceso. Solamente, los gobiernos progresistas del presidente Lula Da Silva, Gabriel Boric, Gustavo Petro, en Brasil, Chile y Colombia, respectivamente, han podido sostenerse con base en la legitimidad que otorga el pueblo.
Así, lo que sucede en Venezuela es un retroceso, no sólo en términos políticos y de las libertades fundamentales, sino económicos y sociales, cuando éste gobierna para satisfacer los intereses de las élites económicas, tanto las tradicionales, como las nuevas, que los sostienen en el poder.
El gobierno quiere pasar la página del fraude. Ni siquiera ha sido capaz de mostrar las actas de las mesas de votación. El CNE está en desacato de la ley; el TSJ viola la Constitución; el presidente se juramenta, sin cumplir los requisitos legales. Pero parece que nada de esto importa, como no le importó a Carmona aquel ignominioso 12 de abril de 2002.
Los nombramientos de ministros en el gobierno son más de lo mismo, un enroque, un cambio de barajitas. No existe un propósito verdadero, ni honesto, de cambiar nada en el país. No hay autocrítica, no hay discusión, ni intención de enmienda. Están agotados y decididos a mantenerse en el poder, a pesar de tener un mayoritario rechazo popular y de violar la Constitución.
En el área petrolera, sin duda, la más importante del país, las autoridades designadas responden a la intención del gobierno de profundizar la entrega del petróleo y el gas, así como, lo que queda de Pdvsa. Nada cambiará, el petróleo sigue en manos de Chevron, el gas de las transnacionales de Trinidad y Tobago y la producción por debajo del millón de barriles/día.
Las nuevas autoridades no tienen nada de nuevo para el sector. Son las mismas caras en distintos cargos. Han estado allí, a los máximos niveles de dirección, desde que inició el colapso de la industria petrolera, con la arremetida y persecución de la que fueron víctimas cientos de trabajadores y gerentes petroleros, muchos de los cuales, aún están presos, sin ningún tipo de derechos.
Es decir, en el sector más importante de la economía nacional, no se espera nada nuevo: seguirá el desmantelamiento de nuestra Política de la Plena Soberanía Petrolera del periodo del presidente Chávez, cuando, por cierto, manteníamos una producción promedio de 3 millones de barriles/día de petróleo, sosteníamos las garantías sociales y a la economía nacional.
A pesar de la compleja situación del país, el gobierno no anuncia ningún plan serio, ninguna política de cambio; al contrario, insiste en la violencia y la manipulación para sostenerse en el poder.
Ahora tratan de recoger los platos rotos en el chavismo. Cada vez está más claro que el pueblo chavista no les cree, no los apoya. En las últimas elecciones el gobierno perdió por paliza en los Estados, parroquias y sectores tradicionalmente chavistas. Ahora llaman a un “Congreso” del chavismo, donde ellos mismos deciden quién es “fundador” o no del chavismo, quién “estuvo o no” con el comandante. Las ausencias son enormes, notables. No pueden ocultar los hechos, ni cambiar la historia.
Volviendo a la narrativa latinoamericana, hay un pasaje de la obra del Gabo, en el Otoño del patriarca donde el autor, refiriéndose al dictador, dice: “Para él, las estaciones del año eran meras formalidades, que podía cambiar a su antojo. Cada vez que se aburría de la primavera, decretaba el verano; si el invierno le parecía un fastidio, lo convertía en otoño”.
Esto, aunque parezca un chiste, pasa en nuestro país con las navidades, con la historia del chavismo, con el avión en República Dominicana, con el Esequibo y con las novelescas denuncias de “complots” e “intentos” de golpe de Estado.
Ahora hay nuevos enemigos “extranjeros”. Se arremete contra quien sea, pero se olvidan cosas fundamentales, con inconsistencias discursivas: quien negocia en secreto con Estados Unidos es el gobierno; quien ha entregado el petróleo a la Chevron (Estados Unidos), es el gobierno; quien recibió a Erik Prince (fundador de Blackwater, hoy Academi, principal contratista militar privada estadounidense) en noviembre de 2019 en Caracas, fue el gobierno; quien permitió a la Exxon-Mobil (Estados Unidos) instalarse en el Esequibo fue el gobierno. Y ahora se olvidó del tema. Así como estos, hay innumerables ejemplos, mientras seguimos en el abismo.
Es como para dejar la indiferencia o el miedo. Reflexionar, pensar un poco en el futuro del país.