OPINIÓN

Yo conozco un gaitero  

por Arminda García Arminda García

Conocer a un gaitero, tan cerca como lo conocí yo, me permitió vivir a través de sus ojos la experiencia que lo llevó a entregarse por amor al arte. Pude comprobar su aguda capacidad de hacer de sí mismo un ser con voluntad propia y exclusiva para dedicar la melodía en octosílabos a la Chinita, a su puente, a su gentilicio, a la añoranza de El Saladillo o a la protesta que su pueblo bravo y fuerte merece. Me atrevo a decir que se consagró a su creencia entonada de propia voz, aunque luciera ronca de tantos desvelos. Por esa razón anhelaba los “toques” en los cuales “una ciudad marginada y sin un real” amanecía esperanzada y estremecida, por el ritmo del canto que siempre la ha identificado.

Impaciente, esperaba el momento para regalar a la feria y a la Navidad aires de gaita pura. Ahora en mi mente “voy al encuentro de un bardo gaitero” que llevaba unos cuantos madrugones encima, preparando sus letras y músicas para ofrecer lo mejor de su genio, de sus recuerdos, de su arte y parte en la tradición. Todos los Años Nuevos, le sorprendieron sobre una tarima, desdoblado entre el cansancio del cuerpo y la alegría de compartir su alma bohemia.

No por conocerlo a él, los conozco a todos. Este en especial festejó los triunfos de otros gaiteros como propios, y la gente disfrutó los de él cuando le llegaron, porque para eso se esforzaba desviviendo la inspiración sobre las cuerdas del cuatro y la cinta del grabador. Su gran recompensa y satisfacción las encontró en el público que aún canta sus coros, en el aplauso de la gente o en la consulta de algún pequeño inocente, que con su “cuatrico” en mano se acercaba a aprender de su experiencia, en medio del deseo de ser algún día como él. Todos saben como yo la calidad humana que su dedicación encerraba, desbordada en largas noches de tambora y parrandas, esas que no le dejaban dormir tranquilo, reconociendo en sí toda la inspiración que aún tenía para dar.

Simón García, ese gaitero que conozco y que conocí, sigue todavía presente, consagrado en el reconocimiento de su brillante y lírica obra de profusa creatividad, con la cual abarcó de manera magistral diversos géneros. Algunos entendidos ya no lo llaman “compositor” sino “maestro”. Otros se refieren a su “pluma” para definir su estilo distintivamente poético y rico en creación de imágenes musicales, con base en un profuso juego del lenguaje con las melodías. Sin duda,  nos legó una fértil creación, pues tuvo talento para pasearse con la mayor habilidad en los distintos derroteros musicales que se propuso conquistar, desde una danza hasta un pasodoble, un joropo llanero, una romántica balada, sin desplazar del pináculo de honor a su entrañable gaita.