El señor Julio César Arreaza, columnista de opinión de este mismo diario, escribió la semana pasada lo que podría considerarse una alabanza a los hechos del 18 de octubre de 1945. Tras leer varias veces el artículo y meditar sobre si era conveniente o no responderle al muy respetado señor, decidí escribir esta columna, «elegíaca», si se quiere, pues todo lo ocurrido aquel día tuvo, y sigue teniendo, un carácter trágico que los venezolanos deberíamos lamentar.
Para empezar, significó la distorsión definitiva de una serie de conceptos esenciales para la construcción de un país serio, próspero y organizado. Con el golpe de octubre cambiaron nuestros vínculos sociales. Cambió el papel de los partidos, que dejaron de ser organizaciones representativas de un ideal, de una cosmovisión compartida por un grupo de individuos, para convertirse en entidades con atribuciones de Estado. Cambió el concepto mismo del Estado, que abandonó la función articuladora de los tiempos de Medina para adoptar una función interventora. Desde el momento en que la Junta Revolucionaria instauró ese terrible precedente jurídico conocido como el Tribunal de Responsabilidad Civil y Administrativa cambiaron los Poderes Públicos, todo quedó subordinado al Ejecutivo. La noción de democracia también cambió, pues cualidades como la responsabilidad individual y el activismo ciudadano quedaron relegadas ante el creciente electoralismo y la voraz partidocracia. De manera que muchos de los vicios que hoy tenemos como sociedad, de los mitos y fantasías que pueblan nuestra historia, nacieron y prosperaron a partir de ese levantamiento, que ni fue glorioso ni trajo consigo el «régimen de tolerancia» que tanto se cansaron de pregonar los «octubristas» antes de quebrar el hilo constitucional.
Ahora, quizá se deba a mi vena investigativa o al simple hecho de que el panfletarismo me produce náuseas, pero en verdad me siento obligado a responder a todas las omisiones y mentiras deliberadamente planteadas en «Yo celebro el glorioso 18 de octubre», el artículo en cuestión.
Noten ustedes esta afirmación, que aparece en el primer párrafo: «la entiendo (a la jornada revolucionaria)* como la pretensión auténtica de instaurar el sistema democrático».
Me llama la atención eso de «instaurar el sistema democrático», y entiendo, por supuesto, a qué se refiere el autor de estas palabras cuando dice lo que dice, porque para muchos venezolanos, incluyendo, claro está, al señor Arreaza, de nada valió que el gobierno presidido por el general Isaías Medina Angarita fuera uno de plenas libertades individuales, sociales, económicas y políticas. Poco y nada tuvo de meritorio el que estuviera conformado por los más grandes hombres de la época, que además de intelectuales eran probos, íntegros en su accionar. Hago referencia, desde luego, a figuras como la de Caracciolo Parra Pérez, Gustavo Herrera, Eugenio Mendoza, Tulio Chiossone, Arturo Uslar Pietri, Pedro Sotillo o Mario Briceño Iragorry. A ojos de esta gente, todo eso es cosa menor. Y en modo alguno les interesa que se tratara de una administración sin presos políticos, sin torturados, sin exiliados. Una administración guiada por la mesura, por una mentalidad que comprendía muy bien de dónde venía Venezuela y lo que habíamos sido hacía apenas cuatro décadas –un país fragmentado, inconcluso, desconectado y beligerante—. No. Nada de eso tuvo el más mínimo valor porque lo importante era «empujar, acelerar» el ritmo de la historia sin pensar demasiado en las consecuencias.
Más adelante, Arreaza afirma: “Medina continúa la autoritaria práctica de designar a dedo a su sucesor”. Esto es falso. Desde el momento en que se fundó el Partido Democrático Venezolano (PDV), la elección de sus dirigentes, desde el más pequeño concejal hasta el candidato a la presidencia se realizaba por Convención, y de ese modo se eligió al doctor Diógenes Escalante como candidato oficial para las elecciones de 1945.
Ahora, me llama la atención esto de «elegir a dedo» a un gobernante. ¿No es precisamente eso lo que hacían los partidos «democráticos» en Venezuela con los alcaldes y gobernadores hasta la reforma del Estado en 1988?
Pero remitámonos a los acontecimientos. Si el problema para Acción Democrática (AD) era el que las elecciones no fueran directas, secretas y universales, ¿por qué aceptó la candidatura de Escalante?
En un mitin realizado en el Nuevo Circo la misma noche del golpe, el doctor Rómulo Gallegos aseguró que el apoyo a Escalante se había fundamentado en su carácter de hombre culto, liberal y alejado de las «camarillas oligárquicas». ¿Qué interpretación se le puede dar a esto último? ¿Serían las camarillas las Cívicas Bolivarianas? ¿Los sectores más reaccionarios del gomecismo? De ser así, estaba equivocado el doctor Gallegos, puesto que Diógenes Escalante no solo poseía amistades y vínculos profundos con ambos sectores, en un grado igual o superior al del doctor Ángel Biaggini –quien terminó siendo el candidato de gobierno tras la enfermedad que diezmó a Escalante—, sino que además fue ministro del Interior de López Contreras y representante diplomático del general Gómez en París, Londres y Ginebra. ¿Eso lo convertía en un gomecista a ultranza? No. Y a Ángel Biaggini, que también era culto y liberal, tampoco.
Más adelante, el artículo dice: «el general Medina Angarita desestimó el clamor colectivo y se impuso el cambio del 18 de octubre, que significó una nueva etapa en la política venezolana».
De lo último no hay duda alguna. De lo primero, me pregunto yo: ¿cuál clamor colectivo? AD contaba, en 1945, con apenas 20.000 afiliados en un país de más de 5 millones de habitantes. El PDV tenía 200.000. ¿Desestimar el clamor colectivo? ¿Cómo? El mismo general Medina, en conjunción con las aspiraciones del «ala luminosa» del PDV, afirmó, de manera pública y notoria, que tras la llegada de un civil al poder el próximo paso lógico no podía ser otro que la introducción del voto directo a través de una reforma constitucional. Es más, el doctor Biaggini también prometió dicha reforma en su discurso de aceptación de la candidatura.
Continúa nuestro autor: «Acción Democrática hizo todo lo posible por evitar el derrocamiento de Medina y buscó una salida con la candidatura presidencial oficialista del doctor Diógenes Escalante, quien asumió el compromiso de liberarse de la tutela de Medina». Por un lado, el mito de que AD intentó detener aquel derrocamiento a toda costa no tiene ningún sostén histórico. Hombres que participaron de ese levantamiento, que conspiraron contra Medina pero cuyas lealtades no eran hacia el partido sino hacia sus propias convicciones, como es el caso del doctor José Giacopini Zárraga o de Martín Márquez Añez, así lo aseguraron. AD se subió al golpe militar y obtuvo de él un profundo rédito político que le significó casi tres años de conducir al país bajo un régimen de facto. Y por otro lado, ¿«liberarse de la tutela de Medina»? Ni intentó el general Medina ser una figura tutelar, pues no se lo permitió él mismo a su antecesor, ni fue Diógenes Escalante un progresista en contraposición a un supuesto «reaccionarismo» del PDV. Lo contrario, Diógenes Escalante le ofreció al país una Constituyente porque esa era ya una propuesta del PDV, no de su candidato.
No se justifica, entonces, que un pequeño grupo de hombres acabara con la estabilidad nacional para imponer por la fuerza lo que debió ocurrir de manera integral.
Creo, porque me parece la cosa más lógica del mundo, que el país podría haber avanzado en sus conquistas institucionales sin las ocho decenas de muertos del 18 de octubre, sin la extradición arbitraria de hombres de altísima categoría, sin la ejecución de juicios sumarísimos sobre imputados ausentes**, sin los vejámenes a medios de comunicación como El Heraldo, El Morrocoy Azul, Ahora, El Tiempo; sin regresar a los tiempos del maltrato y la tortura***. En fin, llámenme loco, pero considero que todo esto podría haberse evitado.
¿Por qué no señala estos eventos el señor Arreaza? ¿Por qué los omite? ¿Qué hay de democrático en todo esto?
Les dejo una última cita: «Acción Democrática intentó primeramente la salida evolutiva a una crisis negadora de los derechos humanos, que impedía al pueblo elegir directamente a sus gobernantes».
¿Desde cuándo el voto indirecto es una negación de los derechos humanos? ¿Acaso el sistema electoral de Estados Unidos es inhumano? ¿Es un país autocrático y empobrecido desde su fundación porque son los delegados del Colegio Electoral quienes escogen al presidente? ¿Son el Reino Unido o España ejemplos de la tiranía más abyecta por poseer todavía una monarquía? ¿Lo son acaso porque el parlamentarismo tiene más peso que el presidencialismo? Esta afirmación no es otra cosa que demagogia, sin más.
En líneas generales, el problema al cual nos enfrentamos es mucho más grave que la disputa entre dos opiniones en un periódico. El problema que tenemos es de identidad, de memoria, pero sobre todo, de criterio. Y es así porque mucha gente, aún en la actualidad, sigue pensando que la democracia es sinónimo de voto. Que la democracia empieza y termina en unas elecciones, y por lo tanto su deber ciudadano arranca con la apertura de una mesa electoral y culmina cuando esta se cierra. Este es el gran dilema al cual nos enfrentamos, porque se trata de un problema muy abstracto, que abarca el mundo de las ideas.
Pero sucede que las elecciones son una característica de la democracia y no su principio fundamental. Para tener una democracia plena lo primero que se debe hacer es formar demócratas. Esto no es palabra ni argumento nuevo, ya lo dijeron personas mucho más preparadas en su momento, como Alirio Ugarte Pelayo o Cecilio Acosta. Ni la Venezuela de 1945, ni la de ahora, pueden jactarse de poseer los niveles de consciencia, de responsabilidad, de sacrificio, de sentido del deber necesarios para construir lo que posiblemente sea la forma de organización social más compleja que existe. Porque la democracia, quiérase o no, depende poderosamente de la integridad ética y moral de los individuos que la conforman. Por lo tanto, cuando se decía que “el pueblo” estaba preparado para elegir su destino, o cuando se afirma todavía que “el pueblo nunca se equivoca”, se está mintiendo y con descaro.
Antes de hablar de democracia tenemos que preparar a los hombres y a las mujeres de Venezuela para la convivencia democrática, para el ejercicio de los deberes ciudadanos, para el respeto de las voluntades disidentes, para la edificación de instituciones ajenas a los partidos políticos, para el saneamiento de todas las entidades infectadas por el germen de la corrupción.
¿En qué cabeza cabe, diría Simón Rodríguez, que pueda existir una República sin ciudadanos?
Por último, sólo quisiera agregar lo siguiente: todo lo que he dicho es cotejable. Yo siempre recomiendo a quienes me leen que no fundamenten sus opiniones en lo que digo, sino en lo que leo, y los insto, además, a que se instruyan más allá de mis propias posibilidades. Vayan a las fuentes primarias, a las fotografías, a los testimonios directos, a las hemerotecas.
Hace años se realizó una compilación extraordinaria llamada Historia Gráfica de Venezuela. Su editor fue José Rivas Rivas, y allí se compendian los eventos más importantes del siglo XX venezolano a través de sus publicaciones periódicas. Vayan, investiguen y saquen sus propias conclusiones.
En cuanto a la mía, sólo puedo decir: “Yo condeno el oprobioso 18 de octubre”.
* El paréntesis es mío.
** La mayoría de los juicios llevados a cabo por el Tribunal de Responsabilidad Civil y Administrativa se realizaron sin que los imputados estuvieran presentes. Tal es el caso del general López Contreras, que a pesar de haber sido defendido en el país por el doctor Manuel Egaña, solo pudo responder ante quienes lo acusaban de ladrón mediante un libro, El triunfo de la verdad, en donde se detalla toda su situación financiera.
*** El 25 de diciembre de 1946, el Congreso Nacional aprobó la creación de una Comisión Investigativa conformada por hombres como Ambrosio Oropeza, Desiderio Gómez Montera, Luis Augusto Dubuc y Pedro Santeliz. La Comisión dictaminó, para finales de diciembre de ese mismo año, que sí habían ocurrido torturas en la famosa prisión de El Trocadero.
@LPCompartida
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