Como homenaje a nuestra máxima casa de estudios, al cumplir 240 años de su creación, he solicitado la respectiva autorización de los exrectores José Mendoza Angulo y Néstor López Rodríguez para transcribir algunos de los aspectos más resaltantes expresados por ellos en el programa Carrusel de la fama que dirige Néstor Trujillo Herrera.
Exrector José Mendoza Angulo
“El 29 de marzo de 1785, cuando el primer obispo de Mérida, Fray Juan Ramos de Lora, a los días de haber llegado a su destino episcopal y con el apremio de no dejar para luego los compromisos obispales derivados del Concilio de Trento, fundó una Casa de Estudios, verdadera siembra de una semilla, que más adelante floreció́ en la Universidad, la ciudad de Mérida la constituían unas calles largas, con iglesias arriba y abajo, con transeúntes de sotanas, con damas de perifollos, orgullosos señores y abigarrada servidumbre. Adentro, el aire lo llenaban los tañidos de los bronces. Afuera, el sudor era el sudor del pueblo. A aquella ciudad de espíritu agrario y eclesiástico, le tuvo por fuerza que corresponder una universidad del mismo signo. Y a partir de aquel origen común, como dijera Mariano Picón Salas, el más eminente polígrafo nacido en estos Andes merideños, “el destino de Mérida se asoció́ desde entonces e indisolublemente al de esta casa universitaria, que ha sido, tal vez, nuestra mayor empresa histórica”.
Este destino común de Mérida y la universidad fue puesto también de relieve por el primer cardenal de Venezuela, Su Eminencia José Humberto Quintero Parra, cuando ya en los años cuarenta del siglo pasado era un presbítero que se distinguía por su oratoria, afirmaba que, “razón sobrada tiene Mérida, para considerar este Instituto como obra plenamente suya, vinculada a todos sur gremios y clases; para agradecer en consecuencia como dispensados a ella, los elogios y beneficios hechos a este Centro
La Universidad de los Andes transita hoy, junto con las demás instituciones de educación superior y el sistema educativo del país, un tortuoso tránsito histórico. Como en el pasado, el tiempo por venir pondrá́ las cosas en el lugar que les corresponden. Pero, para que el desánimo y las frustraciones no nos amarguen la existencia, ni perturben más el espíritu, sino como simple ayuda-memoria y búsqueda de un horizonte despejado, nos permitimos recordar y tener presentes algunos de esos hechos. La universidad pública venezolana, tiene veinticinco años sometida a una severa restricción presupuestaria y a un cerco administrativo y judicial, que no la dejan ejercer los principios y reglas que están consagrados en la ley que regula su funcionamiento, sin poder ejercer su autonomía, sin poder elegir libremente sus autoridades sitiada por el gobierno y expuesta a un interminable vaciamiento de sus recursos humanos y técnicos más calificados.
El profesorado y resto de la comunidad universitaria, sometidos a verdaderas privaciones en sus remuneraciones han resuelto emigrar de las instituciones y del país, los alumnos han abandonado sus carreras, el equipamiento se ha deteriorado y la planta física, sufriendo los rigores de la desatención. Pero, tal vez, lo más alarmarte sea la desaparición del verdadero liderazgo universitario, que ha dejado los cargos directivos y las orientaciones de los grupos humanos encargados de las tareas académicas. Las bibliotecas, los centros de documentación y los talleres gráficos, sufren en medio de las restricciones irracionales. Los Andes
La universidad toda, ha sido sometida a un proceso de enflaquecimiento, cuyas consecuencias no han podido ser evitadas, ni siquiera, por los escasos héroes académicos que continúan haciendo sus trabajos, como si vivieran en los mejores tiempos.
La universidad debe ser repensada, porque así, como el país que les quedará a nuestros hijos, será muy diferente de aquel en el que nosotros nos levantamos, la institución universitaria tendrá que revisar sus estructuras académicas, para volver a ser la guía espiritual de la sociedad.
Este puede ser el mejor homenaje dedicado a esa institución, que Don Mariano Picón Salas y el Cardenal José Humberto Quintero Parra, colocaron intelectualmente, en una posición, que no puede ser renunciada.
Y entonces, con el país renacido, la universidad recuperada por la nueva producción de su ciencia y las nuevas metas que se trace, la poesía volverá́ a ocuparse de la musicalidad de los parajes y quienes sobrevivan podrán recordar con orgullo, que una ciudad situada sobre un monte y brillando con los frutos del espíritu, no podrá permanecer por mucho tiempo oculta ni olvidada¨.
Exrector Néstor López Rodríguez
“Quienes hemos estado muy ligados a la institución durante las últimas seis décadas, podemos afirmar que a lo largo de esos años y en fechas anteriores, siempre se señaló a Fray Juan Ramos de Lora, como su fundador y la fecha de fundación, el 29 de marzo de 1785. Sin embargo, para los Historiadores, la Universidad de los Andes fue fundada el 21 de septiembre de 1.810.
El Consejo Universitario aprobó un decreto en 1.984, referido al origen de la Universidad y que tiene la firma del Dr. Pedro Rincón Gutiérrez como Rector y Néstor López Rodríguez como secretario. En dicha decisión se señala que, Fray Juan Ramos de Lora creó una Casa de Educación y el Colegio Seminario, para jóvenes inclinados a seguir el estado Eclesiástico y fue el decreto de la Junta Gubernativa de Mérida, del 21 de septiembre de 1810 cuando se crea la Real Universidad de San Buenaventura de Mérida, concediendo así al Seminario, la gracia de Universidad, con todos los privilegios de la Universidad de Caracas y con la facultad para expedir diplomas en todos los grados mayores y menores en «Filosofía, Medicina, Derecho Civil y Canónico y en Teología». Decreto que fue confirmado luego, por Simón Bolívar en 1813.
A nuestra Alma Mater, entre 1832 y 1883, se le denominó Universidad de Mérida y fue a partir de 1883 cuando el gobierno le da el título de Universidad de los Andes, nombre que le fue confirmado en 1905.
La ciudad de Mérida y su universidad, que conocí desde la década de los cuarenta, eran ambas muy pequeñas. Mérida apenas se extendía desde Glorias Patrias hasta un poco más arriba de la Plaza de Milla y estaba limitada por el río Albarregas. La Universidad por su parte, funcionaba en toda la manzana que hoy ocupa el edificio del Rectorado. En los años cincuenta, durante el rectorado del Dr. Joaquín Mármol Luzardo, se construyeron las Facultades de Ingeniería y Medicina en la avenida Tulio Febres y el Edificio Central del Rectorado y el de Odontología, bajo la dirección del arquitecto Manuel Mujica Millán. A partir de 1958, con el advenimiento de la democracia y la llegada del rector Pedro Rincón Gutiérrez, la universidad comenzó a sufrir su mayor transformación, para convertirse en una verdadera Universidad de los Andes y el cambio también se extendió a la ciudad que la cobijaba y a ciudades y estados limítrofes. El nuevo Rector comienza por extender la Universidad, a todo lo largo de Mérida y convierte en realidad la frase de Don Mariano Picón Salas, al describir a Mérida como “una Universidad con una ciudad por dentro”. La Universidad y Mérida continuaron muy unidas. Familias merideñas vendieron a la Universidad sus haciendas, para hacer posible el crecimiento de ella en sus núcleos de La Hechicera, Liria y Campo de Oro y para los desarrollos urbanísticos para los Profesores en la Urbanización Santa María y para empleados y obreros en la zona de Santa Juana y alrededores. Fuí testigo del crecimiento de la Universidad de los Andes, de la creación de nuevas cátedras y laboratorios, de escuelas, facultades y centros de investigación y de institutos que en su conjunto consolidaron las bases académicas de la institución y elevaron su nivel, permitiéndole ascender en los rankings de clasificación de las universidades del país, Latinoamérica y el mundo. Fuí testigo del crecimiento de la aceptación nacional de los egresados ulandinos, a diferencia de décadas anteriores, cuando los estudiantes de los últimos años se trasladaban a Caracas para obtener su titulo de la UCV. Viví la época cuando comenzaron a llover ofertas de trabajo, para quienes cursaban los últimos años de las carreras y la demanda de nuestro profesional superaba la oferta. Conocí una Universidad preocupada por la situación socioeconómica de sus profesores y del personal administrativo técnico y de servicio. Todos teníamos buenos sueldos y salarios, que nos permitían adquirir apartamentos, casas, vehículos y otras comodidades. Una Universidad que nos vendió terrenos en cómodas cuotas, a descontar de nuestro sueldo mensual, con hipotecas de segundo grado, para que los bancos y las entidades de ahorro y préstamo, nos dieran los créditos con hipotecas de primer grado, que nos permitieron construir nuestras viviendas. Era una Universidad donde podíamos disfrutar de verdaderas vacaciones durante el receso docente, pues el bono vacacional alcanzaba para ello. Conocí una gran Universidad de los Andes, preocupada por la formación de sus docentes e investigadores. Integré ese grupo de profesores, que a nivel de asistentes, fuimos enviados al exterior para realizar nuestros estudios de postgrado. La institución pagaba nuestro sueldo e incluso, un monto adicional, en los casos en que había que compensar el alto costo de la vida, en el lugar donde nos encontrábamos. Pero también la ULA, pagaba las elevadas matrículas a las más prestigiosos Universidades del mundo, donde algunos de nuestros profesores, lograban ser aceptados para realizar sus postgrados. Viví en una Universidad, donde los profesores recibíamos recursos para realizar investigación científica y nos daban facilidades para la publicación de sus resultados, para asistir a congresos y conferencias, donde exponíamos nuestros trabajos o mejorábamos nuestros conocimientos. Fue La Universidad de los Andes, la primera en establecer el año sabático, que luego se extendió a las otras universidades del país. La Universidad que conocí, era una Universidad estrechamente ligada a Mérida y al país.
Era una universidad propietaria o socia de empresas
Una universidad donde la UAPIT de la Facultad de Ingeniería o su equivalente en Arquitectura realizaban importantes proyectos, cálculos y trabajos técnicos para el desarrollo del país y generaban recursos para la institución y un porcentaje para quienes trabajaban en ellos. Era una universidad que se asoció con la empresa privada, como en el caso de Emalca, para la explotación maderera y en la zona de Jají, en el Joque, en sociedad con la Universidad Central de Venezuela y la Corporación de los Andes, logró desarrollar un programa de ganadería de altura, que permitió aumentar exponencialmente, la producción de leche en la región. Una universidad donde la Facultad de Farmacia producía medicamentos y luego por la excelente labor de los decanos Alfredo Carabot y Bertilio Wilhelm, se logró la adquisición de los laboratorios Rojas Bravo y la constitución de una verdadera empresa farmacéutica que durante algunos años produjo medicamentos para el país. Todas esas empresas, bien administradas, generaron recursos y una prueba de ello es que los primeros edificios del Núcleo Universitario de Liria se construyeron con recursos generados por la propia universidad y así mismo, la mayor parte de la sede de la Facultad de Arquitectura en La Hechicera fue construida con recursos generados por la propia facultad, durante la muy buena gestión de su decano Carlos García Loyacono.
En mi ya larga vida, fui de los privilegiados, que pude ver el comienzo del desarrollo de la universidad moderna, que se inicia en la época de la dictadura, siendo el rector Joaquín Mármol Luzardo, quien no solo adquirió terrenos en la avenida Tulio Febres Cordero y construyó las Facultades de Medicina e Ingeniería, sino que desarrolló su planta física y durante su gestión ingresaron profesores traídos de Europa y Latinoamérica, que elevaron el nivel académico de la institución. Fui testigo del cambio radical estructural, en todos los sentidos, que vivió la universidad y se reflejó en Mérida, durante el mandato del rector Pedro Rincón Gutiérrez. Conocí muy de cerca la excelente labor del rector José Mendoza Angulo y del equipo rectoral que lo acompañó. Compartí labor con quienes después fueron rectores y previamente me acompañaron Miguel Rodríguez Villenave, Felipe Pachano Rivera y Genry Vargas Contreras y con el vicerrector Carlos Guillermo Cárdenas Dávila, ejerciendo nuestra actividad en democracia y al concluir la misma, nos retiramos orgullosos y satisfechos de nuestra labor cumplida, pues en nuestras manos no se desmoronó nuestra Alma Mater. Pero junto con el nuevo siglo, el siglo XXI, llegó el socialismo y la situación fue cambiando en forma paulatina para llegar a la universidad que todos conocen y que hoy tenemos. Los rectores Léster Rodríguez Herrera y Mario Bonucci Rossini y las facultades, núcleos y extensiones ya no pudieron contar con los recursos económicos ni las facilidades que teníamos en democracia, la autonomía fue reducida a su máxima expresión y el éxodo generado por nuestras condiciones socioeconómicas y las dificultades para poder cumplir nuestra actividad diaria, solo han logrado mejorar el nivel académico en universidades de Colombia, Ecuador, Perú, Chile y México, solo para mencionar, las que podemos probar, que así ha ocurrido. Para que en los próximos aniversarios, la historia no sea tan triste … necesitamos un cambio dentro de la institución. Pero éste solo se logrará, con un cambio en el país, pues estoy seguro que dentro de la Universidad de los Andes, existen universitarios capaces y con la voluntad de emular la obra de Joaquín Mármol Luzardo, Pedro Rincón Gutiérrez y otros, aun cuando hoy sea más difícil».
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