¿Qué preferiría usted: una negociación imperfecta o una acción bélica impredecible dentro de nuestro país? No responda a la ligera. Tómese su tiempo para pensarlo, quizá encontrará matices que hasta este momento no veía. La polarización política que arropa a Venezuela nos ha llevado por el camino del blanco o negro, por el camino del todo o nada, y eso en política no existe.
Si algo ha quedado claro a lo largo de estos cuatro meses de invocación de la usurpación de poder de Nicolás Maduro por la ilegalidad e inconstitucionalidad de las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018, es que ninguna de las dos partes en conflicto parecieran ser suficientemente fuertes para arrasar con la otra, ni suficientemente débiles como para ceder todo en una mesa de negociaciones. Entonces, ¿qué hacer? Hay dos escenarios planteados: el electoral, cuya ejecución y desenlace estaría en manos de los venezolanos y se llevaría seis meses como mínimo; y el militar, que dependería exclusivamente del tiempo, disposición e intereses de terceros y que además pareciera haber perdido apoyos internacionales.
Aunque el escenario ideal sería ir a elecciones con un nuevo Consejo Nacional Electoral que garantice la depuración de todo el proceso, con observación internacional y con Maduro fuera de Miraflores, ¿qué pasaría si se lograra un acuerdo en lo electoral y en el acompañamiento internacional, pero con Maduro en la silla presidencial? ¿O qué pasaría si Maduro saliera de Miraflores pero se convocaran elecciones con el mismo CNE?
Vayamos más allá, ¿qué pasaría si se acordara elegir no solo al presidente sino ir a elecciones generales en diciembre? Haga un recorrido por todos los escenarios porque en política todo es posible. Analice cada opción, agréguele cualquier otra que pase por su cabeza y vuelva a preguntarse: ¿qué preferiría usted: una negociación imperfecta o una acción bélica impredecible dentro de nuestro país?
En la normalidad la respuesta parece muy obvia, pero no lo es. Lamentablemente hay otros factores que inciden en la selección. En lo particular, no sé a qué le tengo más miedo, si a una acción militar que se sabe cuándo comienza pero no cómo ni cuándo termina o ir a un proceso electoral con la obsesión abstencionista y el perverso juego de la antipolítica tatuados en las entrañas de los venezolanos, alimentados bien por extremistas jugando a ser líderes, por políticos que más de una vez han demostrado su incapacidad para unirse en torno a una candidatura única que garantice el triunfo o por el incumplimiento permanente de las reglas por parte del oficialismo.
Sea cual sea la vía que se aplique para salir de esta tragedia, tarde o temprano siempre llegaremos a la vía electoral. ¿Hemos aprendido de nuestros errores? ¿Hemos entendido la magnitud del alto precio que hemos pagado por abandonar en los últimos 20 años nuestro derecho y nuestro deber de votar? ¿Nos hemos dado cuenta de que llegamos a la crítica situación que hoy vivimos porque, por la razón que sea, regalamos nuestro poder de decidir sobre nuestro futuro? ¿Por qué exigirle a Estados Unidos una intervención militar para salvarnos cuando nosotros por décadas no hemos asumido la responsabilidad de nuestras decisiones?
Estoy convencida de que Estados Unidos hará lo que tenga que hacer por librarse de la gran amenaza que representa para ellos que Maduro y su grupito sigan en Miraflores, pero no siempre estarán allí para salvarnos. Nunca olvidemos que el chavismo llegó al poder gracias a la abstención. Desde entonces han sido la minoría política más grande del país, pero nunca la mayoría. Ni la abstención ni el voto nulo tiene alguna validez en Venezuela, ni siquiera sirven como mecanismo de protesta. Le guste o no, nuestras leyes son claras: cualquier cargo de elección popular se gana a través del voto y por mayoría simple.
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