Eran las seis de la mañana cuando Guillermo llegó al canal. Faltaban cuatro horas para su entrevista con el Gerente de Dramáticos y con el de Libretos… pero Guillermo se había desvelado a las 3:00 y estaba que no se soportaba a sí mismo. Le habían comprado su historia. Se la habían comprado a él. Su historia. A él. Se la iban a producir y dentro de unos meses su nombre saldría en todos los televisores del país con eso de “Original de…”. Y Guillermo no se aguantaba.
Mientras se paseaba por los pasillos y se tomaba un café y luego, otro café, pensaba en que hay que ver el poco de minutos que cabe entre las seis y las diez. Eso y que el papel tapiz estaba un poco esperrujido.
Llegó la hora cumbre y, tras los abrazos y parabienes de rigor, los dos ejecutivos lo acomodaron en un sofá blando y bastante bajito. Ellos allá, en unos sillones altos de cuero. Él, acá. El autor. El escritor. En el sofá esponjoso. Sofá gelatina. Allí hundido, a Guillermo le hicieron saber que su obra era una maravilla, “algo fabuloso en donde queda plasmado, de manera escalofriante, esa mezcla de gloria y sordidez que caracteriza la naturaleza humana”. Eso le dijeron. Y agregaron: “Rating seguro, éxito indiscutible, pero ¿y si…? ¿Y qué pasa si tu protagonista masculino en vez de ser príncipe y vivir en Dinamarca, es más bien un marino de acá del Caribe?”.
—¿¡Qué!?
—Mira: “Príncipe”, ahorita, no está en nuestro target group.
—¿¡Cómo!?
—Nuestros expertos y especialistas han realizado múltiples investigaciones y estudios, y han determinado que nuestra programación debe de estar dirigida al nivel socioeconómico D-E-F-G y hasta la letra que se baje. Y ahí, “Príncipe”, no camina. En lo que ya estamos produciendo tenemos a un Taxista, a un Pelotero, a un Excavador de Túneles del Metro, a un Policía y al Líder de un Sindicato, pero nos está haciendo falta mar, aire fresco, gavioticas. Tu príncipe podría ser marinero.
—Marinero…
—Y de por acá. Porque, “Dinamarca”, ¿quién sabe de verdad en dónde queda eso? Y si sabe: ¿qué le importa?
—¡…!
—Tienes a tu marinero, de isla en isla, con aquel rollo personal y aquella venganza, viviendo en un mundo de engaños y corrupción, y te ponemos unas playas, unos cocoteros, unas tercias en tanga… ¡ah, y habría que afinar a la protagonista!
—¿Afinarla… como por dónde?
—Una tipa loquita, con una cantadera y unas florecitas ahí, que termina ahogándose, tampoco funciona. Necesitamos que ella sea estilo “mamita”. Tú sabes: con un tumbao y su cosa. Y como todo se desarrolla en el trópico, entonces ella era rumbera, una rumbera tímida y confundida, que fumaba tabaco y leía los caracoles.
—…coles…
—Y todo lo demás queda igual, porque eso de que el galán mate al papá de la muchacha es un acierto dramático. Pero el padre de él, que es un fantasma y que, en la escena 5, le mete el chisme de su mamá y de su tío asesino, tiene que aparecer más a menudo. Eso de los espantos que vienen a decir una gran verdad le encanta a la gente. ¡Y ahí tenemos el elemento de suspenso y terror! Por supuesto que la mamá del marinero no es reina, sino prostituta retirada a medias. Pero se podría llamar Reina. Y va a estar buenísima, porque el papel se le da a una actriz cuarentona (pero durita) y se le pintan unas canas. Y el tipo con quien ella anda embochinchada, no es rey puesto al rey muerto, sino un traficante que ahora es dueño de un bar. “El Timón de Atilio”, ponle tú. Y el difunto sigue como ánima en pena porque su hermano, el matón, se quedó con su mujer y con el negocio. Y el marinero con aquel tormento.
—¿Algo más?
—La partecita esa que dice «Ser o no ser…”, eso habría que recortarlo un poco. O volárselo completico. Tú sabes, cero intensidad y cultura, que estamos en D-E-F-G.
Guillermo entregó su libro, se le removió el ateísmo y dijo: “En nombre de Dios”. Se fue para su casa y allá está sentado, frente al televisor. Es que quiere ver si puede reconocer en pantalla lo que él escribió.
@carolinaespada