Es todo muy raro. Rarísimo. Por primera vez en la historia de la aviación internacional hemos visto filmado un accidente de aviación de un vuelo privado que ha caído en medio de la nada. La cámara estaba esperando a filmarlo. ¿Cómo sabía el que lo filmó –ya fuese con un teléfono o con una cámara cinematográfica– que había algo que filmar allí? Y que tarda un rato en aparecer dentro del tiro de la cámara. Más raro todavía.
Yevgeny Prigozhin llevaba dos meses prácticamente desaparecido y sin hacer declaraciones. Unas horas antes de este «accidente» Prigozhin hizo una declaración desde África anunciando que los mercenarios de Wagner estaban luchando contra el Estado Islámico. Y apenas 48 horas después se dice que ha muerto en un vuelo interno en Rusia. Ni siquiera estaba volando a Moscú o San Petersburgo desde fuera de la Federación Rusa.
Tan pronto como se produce el derribo del avión –del que Rusia no ha dicho que vaya a pedir explicaciones a nadie– se anuncia que Prigozhin está en la lista de pasajeros. Nadie va a buscar sus restos entre la chatarra calcinada del avión. Su «desaparición» es beneficiosa para todos. Oficialmente ha muerto con el derribo de su avión filmado en directo, con los medios de su teórico enemigo Vladímir Putin anunciando su muerte y sin que nadie pueda probar que él no estaba en el avión. Pero la realidad es que esta muerte teórica es muy conveniente tanto para Putin como para el propio Prigozhin.
El espectacular desencuentro de hace dos meses, con las columnas de Wagner llegando a 200 km de Moscú, no se ha visto contestado de ninguna forma sobre el terreno. El negocio de los mercenarios sigue siendo una industria floreciente que va a generar mucha riqueza a sus inversores. No sólo el Gobierno de Rusia está dispuesto a contratarlos. Muchos gobiernos occidentales también lo hacen para misiones en países del tercer mundo. Cuando Bélgica tiene que resolver algún lío en Ruanda-Burundi (un suponer) prefiere contratar a mercenarios y que ellos vayan a resolver la papeleta. Si hay bajas mortales, no es necesario dar cuentas a nadie, ni rendir honores al soldado, ni dar una rueda de prensa el ministro de Defensa. El muerto es enterrado con discreción y su consorte recibe una pensión muy superior a la que le daría a la viuda de un soldado el Reino de Bélgica. Los seguros que contratan las compañías de mercenarios son proverbialmente generosos con las viudas de sus hombres.
Así que tanto a Putin como a Prigozhin les beneficia esta extraña muerte oficial del jefe del grupo Wagner. Putin ha hecho pagar el precio habitual que se cobra a todos los disidentes. Su «honor» de presidente todopoderoso se mantiene intacto. Y Prigozhin puede seguir trabajando para su señorito. Yo apuesto a que nunca aparecerá un cadáver que se pueda demostrar que es de Prigozhin y que, a estas horas, el jefe y dueño del grupo Wagner sigue asociado con Vladímir Putin y está creando, por ejemplo, el grupo Mozart, que tendrá una sutileza muy distinta a la de Wagner y seguirá pudiendo rendir servicios a Putin. Si es que no lo llama el grupo «Cid Campeador» por rendir servicios militares después de muerto. Atentos a sus pantallas.
Artículo publicado en el diario El Debate de España