Todos aprendimos en la escuela primaria aquella famosa frase que habría pronunciado Vicente Emparan, gobernador y capitán general de Venezuela, el 19 de abril de 1810, cuando desde el balcón del Ayuntamiento de Caracas le dijo a un grupo de criollos que protestaban “yo tampoco quiero mando”. En estos días en que imagino a Maduro absolutamente aturdido por tantas adversidades, se me ocurre que pudiera en algún momento hacer lo mismo que hizo Emparan en su momento. Desentenderse de la situación, dejar el pelero, salir corriendo.
¿Qué aturde tanto a Maduro? A mi juicio hay cinco factores que deben contribuir a ello en alto grado.
- La ruptura total de la conexión afectiva que el chavismo mantuvo durante mucho tiempo con el pueblo venezolano. No es un fenómeno puramente electoral. No es un asunto de preferencias entre candidatos. Es algo mucho más significativo y profundo. Para el chavismo, que se desarrolló y gobernó el país durante un largo periodo sobre una base de sustento emocional enorme, eso ha de tener mucho impacto. Saberse rechazado tan masivamente; saberse no querido por millones de aquellos de los que durante largo tiempo se sintió parte, debe tener un impacto considerable en él, por más déspota que se haya vuelto. Es soledad. Es aislamiento.
- La pérdida de reconocimiento y legitimidad en la izquierda internacional. No solo es que adentro no lo quieren. Es además que los máximos representantes hoy de lo que podría considerarse la izquierda latinoamericana, principalmente, Lula, Petro, Boric o figuras de peso como Pepe Mujica, se distancian de él, lo critican aun cuando sea oblicuamente. Hay que recordar que durante años, esa izquierda y muchos demócratas del mundo reconocían la revolución bolivariana como un desarrollo legitimo e incluso deseable. No más.
- Lo acertado de la oposición. Hasta ahora, el régimen había contado para su estabilidad, con los errores y desaciertos de las fuerzas democráticas. Pero, en los últimos tiempos, especialmente desde el 22 de octubre para acá, la conducción política de sus opositores ha sido casi magistral. Lo ha hecho fallar una y otra vez en sus intentos por desarticularla. Maduro se está enfrentando a un oposición crecida, más fuerte y experimentada.
- La esperanza de la recuperación económica, la ilusión de la “Venezuela se arregló” se ha ido desvaneciendo desde el 2022 cuando alcanzó su clímax. Maduro sabe que no solo el presente está complicado, tampoco el futuro se ve mejor bajo su mando. Si la recuperación económica era una forma de legitimarse, ésta se ha esfumado.
- Los avances de la Corte Penal Internacional. Su trabajo avanza a paso de hormiga, pero avanza. Recientemente, Maduro sufrió un revés cuando su recurso de apelación ante esa Corte para que detuviera sus investigaciones fue desestimado por esta de manera unánime. La amenaza de una condena por crímenes de lesa humanidad se fortalece, se acrecienta a medida que pasa el tiempo. Esto no es poca cosa tampoco. El gobierno venezolano es el único en Latinoamérica bajo investigación de esa Corte.
Estas son las cosas que podemos ver y constatar desde afuera con relativa facilidad; pero están luego las que no conocemos, las que van por dentro, como las disensiones y fracturas que deben estarse produciendo al interior del régimen, sometido a todas estas presiones. Hoy no sabemos con precisión lo que ocurre con Tareck el Aissami, pero sí podemos decir que esa ha sido tal vez la purga o fisura más significativa que ha vivido el chavismo desde que llegó al poder. A Maduro le sobran razones para repetir la historia de Vicente Emparan. Si lo hiciera, el pueblo celebraría como lo hizo aquella vez y, quizás, aún más.
Artículo publicado en La Gran Aldea
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