El presidente Luis Herrera Campíns se destacó por ser refranero. Para casi todos los temas sacaba a relucir un refrán que tenía que ver con ellos. Y si no encontraba el refrán, improvisaba.
Otro “fraseólogo” famoso fue Yogi Berra, catcher y luego manager de los Yankees de Nueva York. Una de sus frases más conocidas fue la que pronunció el 3 de octubre de 1947, cuando en el cuarto partido de la Serie Mundial entre los Yankees y los Dodgers de Los Ángeles iban 2-1 ganando los primeros y en el noveno inning los Dodgers les metieron dos carreras y los dejaron en el terreno. “El juego no termina hasta que no termina”, sentenció Berra. El presidente Herrera, parafraseándolo, dijo: “Los militares están con el gobierno hasta que dejan de estarlo”.
En estas últimas semanas he sentido desasosiego. Compartí mi preocupación con una amiga periodista, quien me confesó que sentía temores similares a los míos. Y estos tienen que ver con los militares.
Muchos oficiales —no sabría decir el porcentaje— están con el régimen porque han podido enriquecerse groseramente, sin contraloría y mucho menos, sanción. Todavía recuerdo una mañana en las caballerizas de Fuerte Tiuna, por allá por el año 2004, cuando conversé con un soldado que estaba lavando una camioneta blindada último modelo. Le pregunté que de quién era y me dijo “del capitán Fulano”. “¿De un capitán?”, le pregunté. Yo imaginé que la respuesta sería “de un general” y ya me hubiera escandalizado. “¿Y cuánto gana un capitán?” le pregunté. “No sé cuánto gana, pero lleva quince años jodido”. En ese momento yo llevaba veintisiete años “jodida” (trabajando) y lo que tenía era un Toyota Sky del año 91. Así se lo hice ver al joven. “¿Cuánto ganas tú?”, inquirí. “Sueldo mínimo”. Sentí mucha rabia. “¿Y tú crees que dentro de quince años vas a tener una camioneta como esta?”… No me contestó, pero me señaló un Camry último modelo que estaba estacionado en la sombra al lado de la entrada. “Es que no solo mi capitán tiene esta camioneta, tiene otra igual a esta, que es de su señora, y aquel carro que está allá”.
Si un capitancito tenía dos camionetotas y un Camry, pude imaginarme todo lo demás que debía tener. Y sentí lástima por Venezuela.
No sé si la táctica de Chávez fue corromper a un buen número de militares para tenerlos luego con la rienda corta, pero no suena descabellado. Otros dictadores latinoamericanos la aplicaron. Pero hoy es obvio el despliegue de riquezas de ese sector y la corrupción más galopante, pero también la más silente.
Cuando escucho a tanta gente quejarse de la oposición —con sobradas razones— me pregunto por qué no se quejan con el mismo ahínco de Maduro, sus funcionarios y de los militares. ¿Miedo, acaso? ¿O es que la traición de los propios duele más?
El hecho es que, si Alex Saab y Hugo Carvajal llegan a Estados Unidos, sus testimonios harán rodar cabezas, porque si de algo estoy segura es de que no se van a hundir solos. Y es en ese escenario donde veo probable un golpe de Estado. Eso les permitirá lavarse la cara a los militares —corruptos y cómplices del chavismo— frente al país y a la comunidad internacional y lo peor, lo que más temo, es que los venezolanos los aplaudirán. ¡Si todavía a estas alturas, personas a quienes considero inteligentes, sensatas y corridas en política todavía claman por “un militar que tenga las botas bien puestas” cuando la lección debería ser “¡más nunca un militar en el poder, ni un régimen militarista como el que tenemos”!
¡Pobre Venezuela! ¡Que Dios nos agarre confesados ante un panorama así!
@cjaimesb