Una de las cosas necesarias, dentro del difícil pero ineludible trabajo por la liberación democrática de Venezuela, es ponderar adecuadamente la importancia de los hechos políticos que nos suceden. No todos son igual de importantes ni tampoco nos retan de la misma manera.
Que el gobierno hace 2 semanas se haya robado olímpicamente el derecho de algunos sectores de solicitar un revocatorio en su contra, era -aunque por supuesto vil y canallesco – un hecho esperable. Las matas de mango dan mango, no otra cosa. Una tiranía autocrática sostenida fundamentalmente por su capacidad de represión y por su control del aparato del Estado y de los recursos públicos es evidente que muestre terror ante la posibilidad de una consulta pública que, con un mínimo de condiciones, seguramente perdería. Por eso, más allá de condenable y de volver a demostrar la real naturaleza antidemocrática del régimen madurista, esta nueva expropiación de un derecho ciudadano no es un hecho político, por predecible, tan inquietante y preocupante como otro, que es la ausencia de reacción popular ante ello.
Con la excepción de actores políticos y del público informado, la reacción ciudadana ante un nuevo escamoteo de sus derechos ha sido ensordecedoramente silenciosa y alarmantemente ausente. En contraste con la legítima indignación del sector políticamente más activo, del lado del gran país, de la Venezuela profunda, no ha habido siquiera repercusión. En otras palabras, a nivel popular el robo del revocatorio no tuvo dolientes. Y este es el hecho político que más nos debería preocupar.
¿A qué se debe esta ausencia de dolientes? No se trata –demostradamente- de que la mayoría de la población esté satisfecha con el gobierno. De hecho, es abrumadoramente todo lo contrario. Tampoco se trata que la mayoría sea víctima de la indiferencia, esa perenne barajita que muchos usan para intentar explicar el comportamiento de los venezolanos.
La ausencia de dolientes ante lo que sucede en la esfera política es, por supuesto, un fenómeno pluricausal. Pero dentro de esa multicausalidad, hay ciertamente tres factores que poseen mayor peso. El primero es la falta casi absoluta de información que puede tener la gente sobre la realidad y los hechos políticos en el país. Más allá de la engañosa propaganda oficial que satura la casi totalidad de los medios de comunicación, lo que sucede –de verdad- en el mundo político y en el país real es mediáticamente inexistente, dado el monopolio comunicacional del régimen y su permanente coerción hacia los pocos medios que no posee. Por supuesto, lo que la gente no ve termina por creer que no existe. De hecho, sólo pocos se enteraron de que les habían expropiado nuevamente un derecho constitucional. Y no es posible reaccionar ante lo que no se conoce.
El segundo factor es que, lamentablemente, tanto la política como los políticos están en baja. El rechazo hacia Maduro y los representantes de la oligarquía gobernante es de vieja data. Pero ahora, y según los estudios recientes de opinión pública, un alto porcentaje de la población –con razón o sin ella- muestra desconfianza y poca credibilidad hacia la dirigencia política opositora. Se percibe a la oposición como dispersa, incapaz para incorporar y organizar a la mayoría de los sectores sociales que adversan al gobierno, y con cada vez menos peso entre los sectores populares. Al parecer, estamos en estos momentos en presencia de una población en mucho decepcionada de las dinámicas del mundo político –al que percibe lejano a su propia realidad- y con la necesidad de concentrar su tiempo y esfuerzos en la resolución de sus propias urgencias personales y familiares.
El tercer y último factor tiene que ver con el déficit en muchas regiones del país de estructuras políticas y sociales orgánicas que informen, activen y organicen a la ciudadanía, esto es, que generen presión cívica interna. La migración forzada, la crisis económica y la represión selectiva pero eficaz del gobierno contra dirigentes políticos y sociales locales, ha mermado en alto grado las estructuras organizativas de partidos y sectores sociales democráticos. Por ello es tan necesario y urgente el trabajo de construir nuevas estructuras de organización sociales y políticas locales, en las comunidades y barrios, y fortalecer las que existen.
Estos tres factores se han combinado para generar el pernicioso y peligroso fenómeno de la inacción ciudadana ante lo que acontece en el mundo político. Por ello, en un momento que mezcla desinformación, aparente hartazgo de la mayoría de la población hacia la política y los políticos, y déficit en la organización popular, es un reto impostergable avanzar en estrategias de repolitización de la sociedad, esto es, lograr que la gente entienda que la mejora viable de sus condiciones de vida pasa necesariamente por un cambio en las relaciones políticas.
Este trabajo de repolitizar la sociedad supone un primer paso ineludible, y es rediseñar la agenda política para hacerla más cercana a las urgencias de la mayoría de la población. Es necesario hacer de la pobreza y la desigualdad social (recordemos que somos hoy el país con la mayor desigualdad social del continente) una bandera de lucha de los sectores populares, y tratar de fortalecer el liderazgo democrático con contenidos nuevos y más próximos a la difícil cotidianidad de los venezolanos.
Hay que actuar pronto. El gobierno sabe que puede seguir delinquiendo y no hay –al menos en este momento- dolientes que se lo reclamen y le suban el costo de seguir haciéndolo. ¿Estamos seguros de que sabiendo esto el gobierno no pudiera aprovechar para intentar otras tropelías e incluso, por ejemplo, inventarse cosas tan aparentemente improbables como adelantar las elecciones presidenciales y hacer lo mismo que en 2018? ¿Alguien puede asegurar que esto es imposible que pase? Y si eso pasara, ¿tenemos hoy un tejido social organizado y disuasivo que se le oponga? Si la respuesta es no –y lamentablemente así es- no hay otra tarea más crucial y urgente que hacer.
@angeloropeza182