Estos días de ignorancia son sobrecogedores. Hay quienes jactándose de su maniqueísmo proclaman que es blanco o es negro. Tales infelices olvidan que aún en el mágico universo monocromático de la fotografía primigenia hay un precioso abanico de grises, el exquisito medio tono donde el negro se convierte en blanco con una dulzura o una rabia que solo ese lento paso puede hacer magnífico. Hay quienes, fieles a los extremos, se declaran devotos del claroscuro. Insisto: la ignorancia estremece ante su osadía, porque el gran maestro de dicha técnica, Michelangelo Merisi da Caravaggio, empleaba los matices aún en sus obras más representativas. Recuerdo su pieza La vocación de Mateo, donde se aprecia a cabalidad ese juego magistral del pintor milanés. Sin embargo, los asnos insisten en sus rebuznos.
Es necesario acotar que cuando se pide concordia, se ruega por unidad, es porque se espera el uso de los materiales y soportes adecuados; para que se logre, aún en aquellas labores donde hay ruptura de los cánones, de los tránsitos cromáticos que permitirán lograr la armonía mínima que terminará por expresarse con la fuerza propia de la obra conclusa. No se puede pretender pintar sobre un lienzo con acuarela, o con óleo sobre papel. Han surgido nuevas tecnologías que así lo permiten en algunas ocasiones, pero no es lo habitual; para poder hacerlo son necesarios muchos pasos, que no se pueden obviar porque sería condenar la pieza al desastre. Algo de eso vemos en estos tiempos, supuestos innovadores que, sin conocer el manejo adecuado de los elementos y componentes, van colocando al alimón las cosas donde les parece que van bien, y terminan estropeando lo que pudiera ser una labor monumental.
Vivimos el tiempo del porque me sale de mis santas ganas, días de zarrapastrosos dizque ilustrados que imponen sus cofradías y sociedades en comandita contra toda previsión que el mínimo sentido común exige. Y a ello pretenden habituarnos. Crean comandos “comunicacionales”, más bullangueros que una bandada de guacamayas trasnochadas, con los que linchan a quienes osen pedir siquiera un poquito de sindéresis. Se pasean altaneros por las distintas tribunas repartiendo mandobles a diestra y siniestra para que todos callemos y rindamos loas a sus despropósitos.
Es una horda ignara que se ha hecho ama y señora de nuestra realidad y destino. Es una pandilla arbitraria que lo mismo quema iglesias en Chile, que caza a Woody Allen, lapida a Vargas Llosa o lanza anatemas a todo lo que se les antoje bajo la mirada atemorizada, cuando no complaciente, de una colectividad que contempla un lento pero eficaz trabajo de demolición de nuestros patrones de convivencia. Quizás ratas y cucarachas sean las sobrevivientes. Siempre quise imaginar otro final.
© Alfredo Cedeño
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