Siempre hemos sostenido la tesis de que Venezuela nació en una plaza pública, no en un cuartel. Primero fue el movimiento embrionario representado por los sueños de Gual y España, que terminaron enjuiciados, perseguidos y asesinados. Luego el episodio trascendental del 19 de Abril escenificado desde un balcón frente a lo que hoy es la plaza Bolívar de Caracas. Posteriormente, la pluma del insigne Juan Germán Roscio, junto a otros próceres civiles, plasmando en pliegos de papel el texto de la Constitución que diera vida a la primera república de Venezuela.
Después vinieron las confrontaciones de orden militar. Cobraron dimensión los próceres uniformados con sus espadas, batiéndose en los campos de batallas para sostener o volver a replantear la lucha independentista.
Todo ese compendio histórico permite otorgarle a cada quien su lugar en la historia de Venezuela. Cada quien con sus preseas, sus estatuas o monumentos, con sus nombres eternizados en escuelas, universidades, calles, autopistas, ciudades o naciones.
Si vemos, paso a paso, nuestro desarrollo, encontraremos en el tiempo el acento militarista, para bien o para mal. Pero ahí esta esa impronta. Los caudillos militares se fueron repartiendo los años al frente del poder, con honrosas excepciones, como la del doctor José María Vargas, por ejemplo.
Desde Páez hasta Cipriano Castro, defenestrado por su compadre Juan Vicente Gómez y este a su vez, sucedido por su edecán de confianza Eleazar López Contreras para, junto a Isaías Medina Angarita, encarnar el último binomio de esa larga etapa de jefes empoderados en los estamentos militares.
Después vinieron episodios entrelazados de democracia con dictaduras, pero de estas salimos siempre con el concurso determinante de efectivos militares, caso específico el papel desempeñado por el almirante Wolfgang Larrazábal el 23 de Enero de 1958.
En la hora actual Maduro se empeña en continuar usurpando los poderes públicos. Un brazo de apoyo clave para mantenerse en pie, son los contingentes militares. Sin embargo, constantemente se producen rebeliones que lo obligan a aplicar detenciones seguidas de militares que son víctimas de torturas y asesinatos. En los sótanos de la Dgcim torturaron hasta quitarle el último aliento al capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo. Al general Baduel llevan años ruleteándolo por Ramo Verde, La Tumba, la Dgcim o el Fuerte Tiuna. Otro alto oficial pasó de perseguidor a perseguido, el general Rodríguez Torres, hoy en un calabozo donde cumple prisión sin poder defenderse en un legítimo tribunal. Al capitán de navío Humberto de la Sotta Quiroga lo están matando de a poquito, igual que al teniente coronel Ruperto Molina. A oficiales reconocidos por sobresalientes, como Marín Chaparro y Héctor Hernández Da Costa, los someten a las más cruentas vejaciones, a lo que se suman los despiadados tratos a sus respectivas esposas, padres e hijos.
Lo penoso es que esos delitos los cometen agentes cubanos, y para semejante canallada se prestan efectivos venezolanos. Son los mismos que diariamente hostigan al capitán Caguaripano, mientras se hacen la vista gorda ante lo que acontece en el Amazonas, territorio nacional en donde los indígenas patrios han declarado que se ven obligados a defenderse de las amenazas de fuerzas irregulares del ELN, al sentirse desprotegidos por nuestra Fuerza Armada Nacional.
Me pregunto: ¿hasta cuándo se comportarán como cómplices muchos militares venezolanos, que nada tienen que ver con el narcotráfico, el terrorismo, el saqueo del oro y el contrabando de gasolina?
¿Hasta cuándo permanecerán inmovibles sabiendo cómo torturan en los sótanos de dependencias militares a los propios militares?
Lo cierto es que Maduro avanza en su aviesa idea de desmantelar lo que queda de Fuerza Armada porque quiere fortalecer sus nuevas columnas de soporte: las Milicias, los colectivos y la FAES.
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