Me he sentido alegre estos días por la inminente celebración de elecciones en mi querida alma máter, la Universidad de Carabobo (UC). Después de once años sin democracia –descontados los cuatro correspondientes al lapso rectoral iniciado en 2008–, el 29 de noviembre se iba a proceder al acto electoral con el cual, finalmente, la UC iba a retomar su curso democrático. Digo “iba” porque el acto fue suspendido por una decisión de la Sala Electoral del TSJ.
Este frustrado intento, por ahora, de retorno democrático en realidad no era más que una lógica consecuencia de lo acontecido en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Recordemos que el prolongado período sin democracia en las universidades ha sido consecuencia de la pugna jurídica que se generó a partir de la aprobación en 2009 de una reforma de la Ley Orgánica de Educación. El engendro de la discordia residió en el aparte tres del artículo 34, según el cual se pretendió modificar de manera radical las normas de integración del claustro universitario elector. No se conoció bien, en aquella época: las razones para esa inserción en la mencionada ley de un artículo de intervención universitaria, aunque se aportaron buenas especulaciones sobre los pretendidos objetivos que, tristemente, a lo largo del tiempo fueron alcanzados.
El más importante: la paralización de la democracia en todo el subsistema de educación universitaria. El citado numeral estipulaba la participación de profesores, empleados, obreros, estudiantes y egresados en la elección de autoridades con un acento radical añadido: “en igualdad de condiciones de los derechos políticos”. Es decir que el voto emitido por un elector valdría exactamente lo mismo con prescindencia de la condición de profesor, obrero, egresado, etc. Por supuesto, que los promotores de esta reforma se imaginaron cuál sería la reacción de las universidades autónomas. Se consideró en nuestras máximas casas de estudio, en mi opinión con legítima razón, que esa maniobra legal constituía un ataque en toda regla contra el principio de autonomía universitaria consagrado en la Constitución. Se introdujeron demandas ante el TSJ, con respecto a las cuales creo que no se produjo alguna resolución clarificadora y efectiva. El reglamento prometido en la Ley que normaría, de manera detallada, la instrumentación del aparte tres nunca fue considerado en la Asamblea Nacional. Sentencias fueron y vinieron, suspendiendo múltiples elecciones en varias universidades. El juego se trancó y así entramos a un extenso período de oscuridad democrática, precisamente lo que el Régimen deseaba, aun cuando las bocas de sus dirigentes salivaran falsamente hablando de la “democracia protagónica en las universidades” –recordando a Héctor Navarro y Luis Fuenmayor Toro–.
Desconozco en detalle las razones por las cuales el juego se destrancó, pero lo cierto es que se produjo un acuerdo político que permitió a la UCV aprobar la modificación de su reglamento electoral para dar cabida a la participación de empleados y obreros en la elección de autoridades. Sin embargo, no en las condiciones igualitarias que pregonaba el bendito aparte tres. Una vez más el régimen demostró que su conveniencia política pasa por encima de cualquier ley, incluyendo las aprobadas por ellos mismos. El reglamento de la UCV irrespeta la literalidad del aparte tres, pero, acuerdo político mediante, las elecciones se celebraron y ya todos conocemos sus resultados. Era lógico que la UC siguiera el “ejemplo que Caracas dio”. Reforma su reglamento con un enfoque muy similar al aplicado en la UCV. Convoca elecciones, quizás confiando que el precedente UCV allanaría el camino para que no se suscitaran obstáculos legales. Se inscriben planchas. Pero, un par de eternizados dirigentes gremiales, pertenecientes a la casta de los “troyanos”, interpusieron un recurso contencioso electoral con solicitud de amparo cautelar, que ha sido considerado procedente por la sala competente a escasos quince días de haberse producido lo que hoy podríamos referir como el “milagro”.
Debo decir que antes de la suspensión mi alegría era parcial, debido a mi desacuerdo con el fondo de la reforma reglamentaria. No obstante, ya había optado, pragmáticamente, por el mal menor. Es harto necesario renovar a unas autoridades demasiado desgastadas en este largo período que se les ha ido tornando tenebrosamente oscuro. Aún más en nuestra UC, cuando su máxima autoridad rectoral se ha alineado, inexplicablemente, en ese preocupante fenómeno que algunos hemos denominado: “la cohabitación de las élites”. Me resulta doloroso admitirlo, pero más dolorosas han sido para mí, y muchos otros profesores eméritos que me han confesado encontrarse sobrecogidos, las escenas de mescolanza tintadas de excesiva efusividad con siniestros personajes de ese régimen que ha hecho todo para destruirnos. Siempre lucen como si el compromiso fuera más allá de lo meramente institucional. Estoy convencido de que la mayoría de los ucistas habría preferido una efusividad similar en ocasión de referirse al reverdecimiento en el país de las esperanzas democráticas, o a la colosal faena de la primaria, que a no tener que avergonzarse del ominoso silencio.
Con relación al par de “troyanos” que se atrevieron, una vez más, a traicionar a los ucistas; esta vez: burlándose del resurgir de esperanzas por un refrescamiento de su cuadro rectoral, elaboré un hilo tuitero en el que explicaba lo que estos cómplices internos del chavismo han significado para la Institución. Me sorprendió, gratamente debo reconocer, la descomunal audiencia del mismo – https://twitter.com/asdromero/status/1724352778619813945–. Como a mis lectores me debo, me he motivado a desarrollar en la próxima entrega el concepto del “pérfido troyano” sobre el que he venido trabajando a lo largo de estos años de calamidad chavista.
Ahora bien: ¿Actuaron solos? ¿Con la complicidad exclusiva del régimen o quizás alguna de actor o sector interno? No me extraña ni me sorprende que las acusaciones se crucen en ese contexto de acalorada polarización política que ha plagado a la UC en los últimos años. Élites internas de genética opositora, hasta donde las conocí y muy bien que las conocí, han sido incapaces de entenderse y concertar una posición a fin de intentar blindar a la Institución frente a los embates del gran dragón destructor que ha destrozado todas las capacidades de nuestras universidades. Ha ocurrido lo mismo que con nuestra fragmentada oposición y esta irresponsable conducta ha pavimentado las vías para que penetre el Dragón que ahora también nos destruye moralmente.