Es sabido que en la actualidad la ideología –muy simplemente, el conjunto de fines y valores de una acción política– se simplifica y unifica cada vez más, valga decir, desaparece como diálogo y conflicto, ágora ateniense, democracia real. La propuesta de un capitalismo liberal sin bridas y por ende una democracia muy formal y limitada, que obvia la abismal distribución de la riqueza, parece bastar para cumplir con el nuevo evangelio ideológico. Y se silencian las inmensas contradicciones que este genera, sobre todo en el tercer mundo donde tanto ha fracasado. El linchamiento de Carlos Andrés Pérez y el advenimiento de la tiranía cleptómana y demencial chavista mucho tiene que ver con el intento de aplicar ese esquema. Y, es de no creer, el inmenso sufrimiento, a causa del falso y amoral socialismo que vivimos, el gobierno quiere ahora inútilmente sanarlo con un inviable esquema liberal de la economía, enmascarado, tramposo y dictatorial. Cinismos, paradojas de paradojas, de la historia.
Sumemos a esa especie de creciente mundialización política el hecho de que es casi natural que frente a una tiranía los opositores tienen que olvidar sus diferencias para enfrentar el poderoso enemigo único. Y esa particular falta de conflictividad ha sido entre nosotros tan insólitamente prolongada que convierte casi en un hecho natural esa unidad que debería ser meramente táctica y no ideológica de la oposición. Es muy posible que las nuevas generaciones espontáneamente críticas del tirano solo digieran mentalmente que hay que salir de éste y recobrar instantáneamente un fetichizado pasado próspero y feliz.
Por último, señalemos que los últimos años se han caracterizado por un marcado apoliticismo, en gran parte debido a los continuos fracasos y divisiones de la oposición. No pocas veces contaminado de una especie de anticomunismo absurdo y arcaico, que conlleva hacia un derechismo harto reaccionario. Otro obstáculo más para atinar con una posición verdaderamente progresista y democrática que entienda que hay que atender en primerísima instancia las decenas de millones de venezolanos que huyen de la extrema miseria por los casi siempre agrestes caminos del subcontinente o la padecen en los barrios de Caracas y en gran parte del interior del país.
María Corina Machado, que va a la cabeza de todas las encuestas, persona que considero digna y valiente, predica –en un lenguaje de lindos colores– el credo neoliberal sin matices: todos seremos libres, prósperos y con nuestros propios negocios; lejos del Estado, es decir, del conjunto de la polis, que siempre oprime a los ciudadanos. Cada uno hará renacer sus hogares, la salud familiar y la educación de sus hijos. Y a lo mejor hasta alcanza para el Internet o algún domingo en Naiguatá. Eso sí, con el motor de los grandes capitales, a los cuales no hay que tocar.
Da la impresión de que por ahí, o en el silencio, andarán casi todos los candidatos. ¿Los adecos seguirán siendo socialdemócratas? Se olvidarán las enormes desigualdades, nunca ha habido tanta en Venezuela, que un capitalismo sin riendas no repararía, como se ha visto tanto en el vecindario latinoamericano, y que a lo mejor produce otro Chávez que prometa sanarlas demagógicamente, con el costo de las libertades democráticas. Círculo infernal, pero posible.
Debemos pensar y debatir sobre esto, no sólo utilizar los discursos y manejos electorales que vendan candidatos con técnicas publicitarias y sonrisas y fantasías. Bueno, si es que va a haber elecciones libres y limpias como los dioses de la democracia mandan, lo cual es otro lío mayúsculo.